Pinto cada amanecer con lágrimas sobre mi piel.
Belén se dió la vuelta, acostada sobre su cama en su vacío departamento. Su cuerpo estaba entumecido, había pasado todo el día y toda la noche en la misma posición, sin comer ni beber ni hacer nada más que respirar y parpadear.
Su estado mental no variaba mucho del físico, se sentía tan o más entumecida que su cuerpo. Y estaba bien, no quería sentir, no quería recordar…
Una lágrima descendió desde su lagrimal izquierdo.
Suspiró, ni siquiera quería procesar todo lo que había visto y oído. No, si lo hacía entonces reconocería que Ariana no había hecho ni siquiera el esfuerzo por buscarla, por explicarle, ¡incluso que había vuelto con el idiota ese!
Otro día se fue y ella estaba en el mismo estado. Pero no podía seguir así, necesitaba parar de sangrar.
¿Quién pintó de soledad las paredes de mi habitación?
Se levantó y se dió un baño largo, consintió todo su cuerpo después de haberlo sometido a tanto tiempo de inactividad. El agua caliente relajó sus músculos tensos y ayudó a aminorar su dolor de cabeza debido al sueño.
Cuando fue a vestirse, estando a punto de escoger una pijama, se paralizó.
Tanta soledad…
Su departamento estaba solo, sombrío. Llevaba casi un mes viviendo allí, pero esa no era su casa. No se sentía como un hogar.
No había calidez, no había armonía, no había felicidad. A ojos de Belén incluso las coloridas paredes eran grises.
Cambió la pijama por un conjunto sencillo para salir, necesitaba aire fresco. Sentía que se ahogaba, que en cualquier momento las paredes le aplastarian bajo su peso.
Así que salió, caminó y vago por los alrededores de su vecindario. Caminó sin ver a dónde iba, sin prestar atención a la gente a su alrededor.
Sus pies la llevaron hasta una florería, sonrió con ironía. Por supuesto, intenta no pensar en ello y la vida hará todo lo contrario. Su mirada se posó en las espléndidas rosas que estaban en exposición.
Recorrió todo el local, acariciando los suaves pétalos tratando de deshacerse de toda la tristeza que cargaba consigo. Se detuvo en la sección con los crisantemos, acariciando con sus dedos uno de color azul. Una idea brilló en su mente, era cruel pero le ayudaría a sacudirse de ese estado de entumecimiento que tanto le asustaba cada vez que lo obtenía.
No era la primera vez que la decepción y la desilusión actuaban de tal forma, siempre le pasaba cuando era demasiado fuerte el sentimiento. Era como si su mente se apagara, como si… Recordó de nuevo aquella conversación con su papá en la que habló de sus lagunas mentales-emocionales, le había dicho que sentía que su ser y su mente se fragmentaban con cada laguna, que se rompía un poco más. Y no quería saber qué pasaría si se rompiera por completo.
Necesitaba… Necesitaba reconstruir su alma, pero el único que podía ayudarla era Alfred. Necesitaba a su Alfred.
Abrió los ojos y contuvo la respiración. ¡Eso era!
Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma.
∆
Si supieras lo roto que me has dejado el corazón.
Belén bajó del avión y observó el hangar del aeropuerto de su ciudad, no había podido apreciarlo desde esa vista antes. Siempre los veía desde adentro, cuando su padre viajaba. Era la primera vez que viajaba en avión desde el interior del país. Cuando había emigrado, lo había hecho por tierra y por un momento llegó a creer que olvidaría como caminar. ¡Gracias a Dios por los servicios consulares!
Se dirigió al paso aduanero y esperó en la fila mientras revisaban sus maletas. Por suerte, no traía dinero en efectivo o los guardias se lo decomisarian o tendría que declarar impuestos. Una vez con su maleta en mano, atravesó la puerta que conectaba el paso aduanero con la parte comercial del aeropuerto. Miró a su alrededor, buscando, y una sonrisa enorme partió su rostro en dos cuando encontró a quien estaba buscando.
—¡Alfred!— gritó, llamando la atención del hombre alto que también le buscaba. Era normal, estaba un poco más alta y más delgada desde la última vez en que se vieron.
Ese fue un aspecto de su amistad que siempre le gustó, no importa cuánto tiempo dejaran de verse siempre estarían el uno para el otro.
Alfred volteó en dirección a donde había venido el grito de su nombre y sonrió enormemente. Se acercó con calma hasta donde ella estaba y una vez allí, le abrazó tan fuerte que Belén sintió sus huesos crujir.
Pero estaba bien, eso significaba que estaba en casa. Y como cuando uno está en casa, se siente seguro y puede liberar toda la carga que trae desde afuera; entonces eso hizo Belén.
Sintió la seguridad que su hogar en los brazos de Alfred le dió y en un suspiro liberó todo su corazón.
Sollozó y se aferró con más fuerza a su mejor amigo. Su corazón roto dejando de sangrar poco a poco.
—Te extrañé— susurró.
—Yo también Vida mía, yo también— susurró Alfred de vuelta.
∆
Alfred estaba preocupado, muy preocupado. Por supuesto, no dejaba que se notara pero eso no quería decir que no pasara.
Belén había llegado hace unas semanas, de manera tan repentina pero no por eso menos agradable. Lo último que había sabido de ella fue aquella vez cuando Sarah le llamó y habían determinado el curso de acción en cuanto a la última estupidez de su amiga.
Y desde que regresó, Belén solo hacía dormir, comer y ocuparse de la casa de una manera un tanto obsesiva. Chalina, su madre, decía que podría ser un mecanismo de defensa; que podría existir algo en lo que Belén no quisiera pensar y por eso trataba siempre de mantenerse ocupada.
Pero mientras Alfred no supiera qué era eso que Belén tanto evitaba, él no podría ayudarla.
Si supieras las noches que robo al olvido pensando en ti.
Un mes después de llegar a su país y ser recibida en casa de Alfred, Belén tocó a la puerta de la que había sido su casa por casi veinte años.