Ariel y Uriel - Almas hermanas

Capítulo 1- Incertidumbre

Tormentas dispersas, vientos desolados, niebla traicionera que cubre los cielos despejados, una madre naturaleza escupiendo “rayos” literalmente sobre la ciudad y el mundo, quisiera, desearía con el alma el poder decir que en todos estos años hemos avanzado, pero tristemente puedo decir que tan solo hemos estado volando al son de lo inevitable.

Me lanzo por los aires y vuelo al siguiente edificio continuo que puedo divisar en esta noche que se siente fría, por dentro y por fuera. Observo a las personas moverse, algunas a toda prisa, otras con zancadas más sutiles, algunos preocupados, otros felices por el momento, alguno que otro triste, alguno que otro con semblante enojado que ejerce efecto en las expresiones de los demás al caminar y mostrarla sin ninguna pena, olvidándose de que los demás, no son culpables de sus problemas; y están los apresurados, como ese chico que corre justo ahora sin ningún cuidado para tratar de alcanzar el metro. Esta es la ciudad, si es que se le puede llamar ciudad. Vuelo a otro edificio.

Mis hijos ahora tienen quince años, ha sido un tanto complicado el criarlos y mantener su verdadera identidad lejos del radar curioso de las personas, a mi amada y a mí nos costó muchas tareas de desmemorización para lograr mantener su identidad en cubierta. Han crecido y ahora entiendo a la perfección la reacción de mis padres cuando me comportaba como un rebelde sin causa, dios, un adolescente te quita el sueño, y ahora dos, mejor ya ni hablamos.   

Su madre y yo los hemos estado entrenando desde muy pequeños para controlar su poder, y defenderse en caso de alguna necesidad. Hemos descubierto una enorme conexión entre ambos, y entre nosotros, podemos sentirlos, y sentir sus emociones, así es como nos damos cuenta siempre de cómo se sienten emocionalmente, y me entristece decir que no son del todo felices, a pesar del gran esfuerzo que hacemos porque así sea. Ambos son extremadamente inteligentes, y no sé si me enorgullece decir que en ocasiones, incluso más que nosotros, algunas veces han conseguido crear un escudo que nos impide ver en su interior, como ya lo dije, adolescentes. Me lanzo a los aires de nuevo, sintiendo el viento en mis alas y observando a la humanidad desde las alturas, cuidando que la humanidad, no me perciba a mí.

Mis padres Fernando y Gloria reposan en su casa, sentados en el jardín y disfrutando de su vejez, sus nietos y bisnietos, mi padre ha tenido algunas complicaciones de salud, pero sé de muy buena fuente que aún no es su hora, a pesar de lo avanzada que es su edad ya. Tratamos de visitarlos continuamente y no dejarlos en el olvido, aunque eso jamás pasaría.  

Por en cambio, mis padres Gustavo e Irma se mantienen sumamente cercanos a nosotros, debo decir que la mayor parte del tiempo son ellos los que arriban en nuestra casa y no nosotros en la de ellos, comprendemos que Ariel y Uriel son sus únicos nietos y quieren estar cerca de ellos.

Aunque algo agonizante, en la mente de todos nuestros familiares aún reside la idea de que nuestros hijos sean algo diferentes al resto, a pesar de que no han tenido la gracia de corroborarlo, aún.

Me preparo y aterrizo con fuerza, pero con sutilidad al mismo tiempo sobre el techo desolado de otro edificio. La noche se siente tranquila, a simple vista, y a simple vista se puede apreciar que yo también lo estoy, pero en el fondo me encuentro sumamente preocupado, se supone que la paz que ha inundado nuestras vidas todos estos años debería apaciguar mi intranquilidad, pero solo ha logrado alimentarla más, de alguna forma tanta paz no me gusta, el mundo y todo el universo prevalece por una ley de equilibrio imposible de quebrantar, y si ahora todo es demasiado bueno, temo que algo malo va a pasar, y muy pronto. Siento a Lucifer acercarse a mi vida, y a mi familia, y estoy listo para enfrentarlo.     

Me lanzo del nuevo al viento, pero esta vez con rumbo directo a mi casa, mi familia aguardaba por mí para la cena. Me acerco y antes de arrizar frente a la puerta luego de cerciorarme de que nadie me veía por supuesto, vuelvo a mi aspecto mundano. Ropa formal con un toque casual y unos anteojos que me hacen lucir como el simple doctor que debo parecer, y como el hombre que en este año cumplirá treinta y ocho años y que por supuesto su aspecto no puede esconder, se supone.

Entro y cierro la puerta tras de mí, sin temor a equivocarme de en dónde puede encontrarse mi amada y hermosa esposa me dirijo a la cocina.  

—Hola amor —y sí, justo ahí está. Girándose hacia a mí mientras sostiene una cuchara y un mandil sujetado a su cintura y su cuello.

—Hola amor —me acerco y le doy un beso en los labios

— ¿Trajiste el pan? —me pregunta a los ojos con una sonrisa

—El que lo traje puedo responderlo sin ningún problema —respondo con humor mientras levanto sutilmente la bolsa de papel que sostengo en mis manos—pero el que se encuentre en perfectas condiciones —aprieto los dientes—bueno esa ya es otra cuestión —rio—volé un tanto con él antes de volver aquí —ella sonreía jovialmente, pero de repente su felicidad se ha muerto  

—Estás preocupado —asume sin ningún temor a equivocarse—crees que se encuentra cerca, ¿cierto? —resoplo y reposo la bolsa del pan sobre la encimera

—Es solo que… —divago y miro hacia el techo un segundo antes de volver a mirarla a los ojos—tanta paz me genera una enorme emoción de incertidumbre  

— ¿No eres tú precisamente el que se desvive por el alcance de la total y eterna paz? —la miro incrédulo




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