— ¿Por qué no nos dijeron nada? —les cuestiono enseguida, mirándolos a ambos
—No creí que
— ¿No creíste? —le interrumpo, escupiendo la pregunta con expresión irónica. —No pudiste leer su mente Ariel, ¿eso no calificó como algo que nosotros debíamos saber?
—No la culpen a ella por todo. —sale Uriel en su defensa. —Toda la culpa recae en mí, yo le pedí que no dijera nada
—Gracias hermano, pero aquí los dos somos responsables —rectifica ella
— ¡A ver ya! —exclama su madre, mirándolos a ellos y a mí de manera alternada. —De nada sirve que el uno o el otro se declare culpable. —les dice a mis hijos. Los mira con semblante serio. —Aquí lo relevante es que ninguno dijo nada
—Ni en mil vidas nos pudimos haber imaginado que él sería Lucifer ¿de acuerdo? —nos dice Uriel
—Pero algo es seguro —Ariel me mira—él no busca hacernos daño, se los puedo asegurar
—Vengan acá. —les ordeno a ambos. Lentamente se acercan y toman asiento a mi frente. Los miro a los ojos. —Díganme ¿han visto o sentido algo inusual?, aparte de todo esto claro. —alardeo sarcástico. —Y por favor no me mientan ya
—No papá. —responde Uriel, convincente. —No hemos presentido nada fuera de lo normal
—Solo a él. —añade Ariel apretando un poco los dientes y soltando mi mirar. Elevo mis manos y coloco una en la mejilla de Uriel y otra en la de Ariel. Sobo su piel con mi pulgar y los miro un tanto entristecido.
—Estaremos bien papá. —me asegura él. —No te preocupes
—Si algo se avecina pelearemos —añade Ariel, osada
—Es lo que tememos que suceda. —le dice su madre. —Mis niños. —coloca sus manos en las piernas de nuestros hijos mientras suelta un resoplido. —Cariño. —ella se gira a mí. —Tu alma tiene un sexto sentido mucho más desarrollado que el mío, necesito que acudas a él y me digas qué es lo que te dice que hagamos
—No lo sé. —refuto enseguida, sereno y girando un tanto mi cabeza. —Justo ahora tengo sentimientos encontrados, mi mente da vueltas y no consigo pararla
—Es porque te estás obligando a tomar en cuenta la ideología que hace diez minutos creías que sostenía todo, pero ahora debes hacerla a un lado para poder escuchar lo que tu alma te está diciendo, vamos cariño —le miro a los ojos. Cierro mis ojos y respiro lentamente. Luego de un par de segundos mis ojos vuelven a abrirse, han dado con la respuesta, y en cierta forma no me agrada en lo absoluto.
—Creo que debemos hacer que vuelva —digo con pesar
—No te convence en lo absoluto —argumenta ella
—Es que cariño si es cierto todo lo que está diciendo, todo en lo que creemos se vendrá abajo en un parpadeo y entonces me pregunto ¿por qué hemos estado luchando entonces?
—Estoy igual que tú. —soba mi mejilla. —Pero a pesar de que no recuerdo nuestras vidas en el paraíso, algo que me dice que tiene un enorme punto clave y que realmente no le dimos oportunidad de dar su confesión, y tan solo lo atacamos —mis ojos se cierran de golpe
—Pero entonces ¿a qué se debe su rebelión? —mi mente está sumamente confundida, y mi expresión lo comunica a la perfección
—Tenemos que volver a verlo para que nos lo diga —me indica ella
—Dudo mucho que quiera hablar, cometí una falta muy grave
— ¿Cómo? —inquiere Ariel. Me giro a verla
—Un arcángel no debe entrar a la mente de otro arcángel a menos de que el mismo Dios lo autorice. Es una regla muy sagrada —Ariel asiente
—Podemos intentarlo al menos. —sugiere mi hijo. —Sabemos dónde vive, podemos ir a verle
—Cariño creo que es lo más sensato que podemos hacer. —la miro de nuevo. —Ya lo dijiste, si lo que dice es cierto, nuestros hijos están bajo amenaza mortal y no podemos perder el tiempo
—No debieron escuchar todo esto —les digo a mis hijos, con el semblante algo decaído
—Somos fuertes papá —me responde Uriel, con convicción, sosteniéndome la mirada
—Somos sus hijos. —agrega Ariel, mirando a su madre y luego a mí. —Podemos sobrellevarlo
—Por favor no nos dejen fuera de todo esto. —nos pide él. —Podremos defendernos mucho mejor si sabemos a qué nos enfrentamos —miro a su madre, buscando su opinión, ella me gesticula una mueca medio risueña.
—Ya lo dijeron. —me dice y luego lleva su vista a ellos. —Son nuestros hijos —les sonríe
—De acuerdo. —digo y los miro a ambos. —La cosa estará así. Vamos a hacerlos partícipes de esto —ellos responden con una media sonrisa—pero es crucial que no haya más secretos, no más mentiras —añado enseguida—ya que si lo hacen esto se acaba y nos haremos cargo su madre y yo ¿entendido?
—Sí papá —responde él sin esperar un segundo
—No más secretos —agrega ella
—Hijos tienen que entender que en estos momentos nuestra paz está siendo sacudida y nuestro temor más grande se está volviendo realidad, así que comprendan que necesitamos saber cuánta cosa pase a partir de ahora —les dice su madre