— ¿Crees que el mundo llegará a su fin, Uriel? —me cuestiona Dylan de repente.
Han pasado casi dos semanas desde la última vez que visité su dormitorio, y he estado regresando cada noche. En la mayoría de ellas, ya me estaba esperando, tenía que ingeniármelas para que no descubriera lo que era.
En el segundo día, uno de mis pies resbaló mientras estaba escalando y tuve que usar todo mi ingenio para no invocar mis alas, pero tampoco meterme un buen fregadazo. Al final, logré disimular el usar un poco de mis habilidades para que una ola de aire me sostuviera y me ayudara a sujetarme de nuevo. Él se asustó, me dijo que no era necesario el que subiera de esa forma, podría abrirme la puerta, pero refuté la opción, pues el subir así, es mi estilo.
El viernes, me aguardaba con el álbum de fotografías de su familia. Me las mostraba y algunas veces se burlaba por cómo lucían en las fotos sus padres o sus hermanos, pero cuando llegamos a una foto suya algo graciosa, intentaba saltarla de inmediato, sin embargo, lograba detenerlo y acaba riéndose conmigo. En una salía completamente desnudo. Tenía apenas tres años. Lograr que me la mostrara fue todo un reto.
El domingo, había decidido llevar sus cartas conmigo para releer una cuantas juntos. Al principio se negó rotundamente, pero yo no pensaba desistir, así que no le quedó de otra más que resignarse y sentarse a mi lado a escuchar. En algunos puntos giraba su rostro o se lo cubría, a mí me daba mucha risa el ver cómo su cara se tornaba roja.
Hace dos días, él había preparado para mí una cena. Colocó una manta sobre el suelo de madera y añadió velas. Además, instaló iluminación cálida en todo el balcón. Fue lindo.
Hoy, para cuando estaba a punto de llegar, percibí el cómo se encontraba ya sentado aquí fuera, esperándome. De manera que tuve realmente que caminar desde la última cuadra, brincarme su barda y luego subir hasta su balcón. Para mí no haya sido nada complicado, pero tuve que hacerlo ver un tanto difícil para guardar las apariencias. Él se reía sutilmente mientras me observaba subir.
Y aquí nos encontramos, sentados en el balcón de su casa, mirando las estrellas y cuestionándonos por todo, o más bien, él cuestionando todo.
—El término fin es subjetivo. —respondo sereno. — ¿A qué te refieres exactamente?
Él retira su mirada del cielo y la enfoca en mí.
—A la humanidad Uriel. ¿Crees que se extinguirá? —descarga la pregunta en las aguas de mi mirar. Yo resoplo
—Nada es seguro Dylan. Confiemos en Dios en que eso no pasará. —medio sonrío.
—Los últimos acontecimientos prometen que sí. —argumenta y regresa su vista al frente. —Hay guerra por todos lados. La violencia sigue creciendo y se esparce por doquier. Hay escases de agua, eso no es una novedad. —mueve un poco los hombros. —El tiempo está muy loco y sé que se viene algo fuerte. Los expertos tratan de destapar y comunicar lo inevitable y súbitamente son borrados del mapa de una manera sospechosamente extraña. Siento que llegamos a la fase de los últimos amaneceres cálidos del mundo
—Te acuestas y despiertas con esos pensamientos en tu mente ¿cierto? —también lo miro a los ojos
—A estas alturas debemos ser lo más realistas posibles. —responde con una mueca de lado. —Con aquel meteorito una era llegó a su fin. —prosigue dejándome de mirar de nuevo. —La nuestra alcanza su culmino también. La única y triste diferencia respecto a aquel acontecimiento es que el golpe detonante vino del exterior, mientras que en nuestro caso construimos el arma desde el interior, con un poder letal al momento de disparar. —sus ojos vuelven a mirarme. —Tenemos instintos suicidas. Está del carajo el que nuestros antepasados hayan construido un arma que no sabemos desarmar
—Tal vez podamos contraatacar. —sugiero tratando de levantarle el ánimo. Le medio sonrío. Él me observa fijamente.
—Hablar contigo me hace bien. —dice después, dejándome ver su sonrisa. —Jamás había expresado estos pensamientos a nadie. —levanta su mano y la reposa en mi mejilla. La soba delicadamente con su pulgar y me sonríe. —Tal vez te gustaría ver la luna por el telescopio —me dice al paso de unos segundos, señalando con un ademán de cabeza al telescopio que descansa en la esquina del balcón, apuntando al cielo
—La veo muy clara desde aquí —contesto neutral
—Pero la verías mejor a través de él. —insiste él. —Hoy tiene algo especial. —lo observo, curioso.
—De acuerdo. —acepto finalmente.
Me retiro el edredón de las piernas (que él había colocado aquí afuera) y me pongo de pie. Camino un par de pasos hasta la esquina.
—No lo muevas. —ordena este. Me giro a mirarlo. —Solo mira. —me sonríe. De repente me siento intrigado.
Alejo mis manos del telescopio y me limito a tan solo mirar. Cierro mi ojo derecho e inclino mi cabeza para colocar mi ojo izquierdo en el ocular. Miro y enseguida mi sonrisa aparece, al son de un leve suspiro, y finalmente entiendo el afán de querer que mirara. Veía justo en el interior de la luna llena que nos acompañaba esta noche, el mensaje de:
| ¿Quieres ser mi novio? |
Los latidos de mi corazón se aceleraban de repente. Mantuve mi vista en ese punto por unos segundos más antes de retirarla y girarme a él.