Aripiprazol

Aripiprazol

Los últimos días me había dedicado solo a explorar los alrededores, conocer mi nuevo hogar, un lugar completamente nuevo, algo diferente a lo que estaba acostumbrada. Este día, la fría brisa golpea mi cara mientras camino sin prisa por todo el pueblo, mientras avanzaba veía con asombro los edificios tan pequeños y como eran tan cercanos los unos a los otros, en la ciudad tenía que tomar un taxi para ir de mi casa al supermercado mientras que aquí solo necesitaba caminar unos cuantos metros. Las calles solitarias y los sonidos de la noche me guían de vuelta a casa. La poca luz de la calle me hace sentir la calma que la gente pierde comúnmente en esta situación. Una tenue luz proveniente de los focos viejos en los faros pegados junto a la puerta alumbra el pequeño porche delantero, el lugar es adornado con una mecedora vieja y macetas vacías, el barandal que los rodeaba estaba en buenas condiciones, solo necesitaba una capa de pintura, en blanco se vería bien combinaría con las paredes azules de la casa que se habían esforzado en que luciera bien aun con lo vieja que es, subo los tres escalones antes de llegar a la entrada, la madera vieja cruje ante cada uno de mis movimientos.  Las cajas aun con mis pertenencias se encuentran en el pasillo principal y parte de la sala. Justo como lo he hecho desde que llegué, hago como que no he visto nada y me dirijo directo a la cocina. El refrigerador está repleto de postres y tengo una canasta a lado llena de frutas con que los vecinos me dieron la bienvenida. Cada que tocaban a mi puerta me era imposible no sentirme en una película.

Después de devorarme casi un pastel completo y cambiar mi ropa de salir por un pijama, estaba en mi cama, lista para dormir. Apenas cerré los ojos, escuché unos pasos por las escaleras que retumbaron por toda la casa, interrumpiendo mi sueño. Los primeros días me habían hecho dar saltos en la cama y salir aterrorizada, pero no fue difícil acostumbrarme a su compañía. Como cada noche desde que llegué a esta casa, la puerta de la habitación de al lado se abrió y se cerró, y yo volví a mis intenciones de soñar.

Los cantos de los animales de la granja vecina me despertaron al día siguiente. El sol ya estaba en un punto alto pero las cortinas gruesas y pesadas no dejaban que la luz entrara. Al abrir los ojos hago un pequeño ejercicio de respiración: inhalo, cuento hasta cinco, exhalo, inhalo, cuento hasta cinco, exhalo, repito eso unas diez veces. La pesadez de mi cuerpo no me deja levantarme de mi cama, pareciera que las sabanas y almohada me abrazan hundiéndome cada vez más. Cierro los ojos, la idea de dormir todo el día me llama y atrae, pero la voz de mamá resuena en mi cabeza haciéndome abrir los ojos de golpe. Veo el techo y pienso en el mantenimiento que necesita. Las casas viejas son baratas a la hora de compra, pero pueden exprimirte tus bolsillos a la hora de arreglarlas. Pero no me di cuenta de eso hasta que llegué aquí. Mi urgencia por salir de lo urbano no me dejó planear bien mi huida.

― ¡Es por tu bien! Solo quiero ayudarte, lo necesitas– los gritos de mi madre mientras me sigue, hacen que me altere más, subo las escaleras casi corriendo. Entro a mi habitación y me apresuro por cerrar la puerta, le pongo seguro para después caminar de un lado a otro ahí dentro– ¡Abre la puerta! – sigue gritando mientras golpea la madera y trata de forzar la manija.

― ¡No, vete, déjame sola! ― digo en un grito para que logre oírme.

― ¡No te voy a dejar así, abre la puerta, por favor!

― ¡No! me vas a llevar.

―Por supuesto que no, tenemos que hablar, es justo esto lo que te hace mal, tienes que relajarte, debes evitar el estrés- su tono de voz ha bajado considerablemente.

Me acerco a la puerta despacio sin intenciones de abrirla.

―Tú me estresas ― digo casi en un susurro, pero logra escucharme.

― No digas eso hija, esto es por tu bien, necesitas alejarte de aquí, tu trabajo te esta consumiendo, olvidas tomarte tus medicamentos, te irritas con facilidad y tus episodios son cada vez peor, no tiene nada de malo ir a un psiquiátrico, son lugares en los que te ayudaran y te cuidaran
―Son cárceles― escucho a mamá reír un poco ante mi respuesta haciendo que mi enojo suba. ― ¡Vete de mi casa! ― vuelvo a alejarme caminando hacia mi cama.

―Bien, me iré para que te calmes, no olvides tus medicamentos y tus ejercicios de respiración, regreso en la mañana esta conversación no ha terminado.

Ella estaba equivocada esa conversación termino esa noche, no dormí empacando mis cosas.

Muchos recuerdos, pensamientos, y quejas sobre no querer pararme de la cama después, logré ponerme de pie. Pude sentir mis huesos tronar bajo mi piel, después, una relajación deliciosa. Con pasos pequeños me dirijo al baño, giro la perilla de la llave que emite sonidos extraños antes de dejar salir el agua cristalina, con ambas manos junto algo de líquido y la arrojo hacia mi cara el agua fría que termina de despertarme. Tomo el pequeño bolso azul con líneas blancas en donde guardo mis cosas de higiene personal y saco un pastillero largo, cada una de las tapas tiene una letra indicando el día de la semana, cada lunes no debo olvidar llenarlo de nuevo, abro la tapa que corresponde a hoy. Una pastilla blanca, una verde y una azul caen en la palma de mi mano, las veo por unos segundos antes de lanzarlas a mi boca, las trago en seco mientras aprieto mi ojos y boca haciendo muecas frente al espejo. Había olvidado lo incomodo que era hacerlo. Dejé de tomarlas durante todo el proceso de mudanza hacia acá. Mi vista vuelve al espejo, mi cabello sucio solo me hace querer volver a la cama y esconderme bajo las cobijas. Un baño sería perfecto, pienso. Un paso a la vez, me respondo.




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