El viento silbaba entre las islas flotantes de los Jardines Celestes mientras Ian avanzaba con paso firme. La Escuela de los Arcángeles se alzaba frente a él, majestuosa, antigua y desafiante. Sabía que aquel día sería histórico: no iban a tomar el examen aún, sino a inscribirse para el Examen de Ingreso, el primer paso para un destino que solo los más fuertes lograrían. A su lado, como siempre, caminaban su hermana Makia y su amigo Kael.
Desde niños, Ian y Makia habían compartido todo: juegos, entrenamientos, heridas y sueños. El vínculo entre ellos era intenso y silencioso, lleno de comprensión mutua. Makia lo observaba mientras caminaban hacia la escuela, su corazón latiendo de manera distinta ante cada gesto de Ian. Era una admiración silenciosa, una mezcla de orgullo y algo más que no se atrevía a confesar.
Makia era una joven de belleza impactante, con cabello rubio miel que caía en ondas suaves sobre sus hombros, ojos color miel que brillaban con intensidad y piel clara, impecable y luminosa. Cada gesto suyo reflejaba gracia y determinación, y su sola presencia parecía iluminar el camino por donde caminaba.
Ambos poseían algo único: una fuerza sobrehumana que desafiaba toda lógica. Ian había entrenado su cuerpo para controlarlo, perfeccionarlo y dominarlo. Que Makia también lo tuviera, siendo ambos adoptados, solo aumentaba el misterio. Juntos eran una anomalía inexplicable dentro de los Jardines Celestes.
Aelius, el tercero de los hijos adoptivos de Alistair Bekkart, caminaba junto a ellos. A diferencia de sus hermanos, su fuerza física no era extraordinaria. Su intención inicial nunca había sido militar: su pasión era la ciencia y la ingeniería. Se había graduado en cuestión de días y, al quedar libre, decidió acompañar a Ian y Makia en este momento histórico, no por ambición, sino por lealtad y afecto familiar. Sus habilidades psíquicas —control de la gravedad, movimiento de objetos y creación de campos de energía— lo convertían en un apoyo invaluable.
Aelius, era un joven de atractivo indiscutible. Su cuerpo atlético y bien definido mostraba disciplina y cuidado, su piel morena parecía absorber la luz del entorno y sus ojos verdes, intensos y penetrantes, parecían leer más allá de lo evidente.
Kael cerraba el grupo, su figura marcada por la dureza de la vida. Nacido en la Zona Oscura, una región relegada y sumida en miseria tras la elevación de los Jardines Celestes, había sobrevivido donde la luz no llegaba y la esperanza era un lujo, era más pequeño que Ian, Aelius y Makia, con cabello castaño desordenado, ojos castaños claros que observaban todo con atención y una piel clara marcada por la dureza de su vida en la Zona Oscura. En su brazo izquierdo llevaba tatuado el número 11111, un recordatorio silencioso de su origen . La Zona Oscura era el hogar de los Parias: olvidados, sometidos a trabajos forzados en las minas de Aetherion, el mineral que mantenía flotantes los Jardines Celestes. Cada habitante llevaba marcado un número en el brazo, grabado a fuego como sello de su esclavitud. Kael era el primero y único ciudadano de esa zona en inscribirse para el Examen, gracias a las reformas sociales recientes lideradas por el Gran Emperador y apoyadas por Alistair, Ministro Supremo de los Jardines Celestes. Aun así, los jóvenes de la Zona Oscura no podían aspirar a cargos políticos, académicos ni integrarse al Ejército Imperial; su inscripción era histórica, un acto de valentía sin precedentes.
El poder de Kael era único: control elemental. Podía manipular agua, fuego, aire y tierra. Su origen lo había hecho resistente y astuto, y a pesar de los prejuicios que enfrentaba, Ian lo defendía con firmeza. Cada vez que alguien se atrevía a menospreciarlo, la furia de Ian era implacable. Makia, siempre observadora, no podía evitar sentir orgullo y algo más profundo por la determinación de su hermano y su amigo.
—¿Lo sientes también? —murmuró Ian, sin apartar la vista de la entrada—. Como si algo nos observara.
Makia asintió, con la mirada fija y silenciosa, sus pensamientos atrapados en Ian.
—Y también como si algo dentro de nosotros despertara —dijo—. Como si este lugar fuera a desatarlo.
—Si ese poder exige un precio… lo pagaré yo —respondió Ian, con decisión.
Aelius cerró los ojos un instante, como en un ritual antiguo, y Kael respiró profundo, preparado para lo que estaba por venir.
La entrada parecía devorarlos, reclamándolos hacia un destino que los superaba. Nadie sabía lo que les esperaba dentro, solo que, al cruzar esas puertas, su historia cambiaría para siempre.
—Una última pregunta —dijo Kael, deteniéndose un segundo—. ¿Estamos listos para esto?
Ian sonrió con esa chispa de locura que siempre lo caracterizaba.
—Siempre he estado listo.
Makia cruzó los brazos, con una leve sonrisa que solo Ian podría interpretar.
—Lo sé —pensó, aunque no dijo nada—. Y por eso a veces me das miedo.
Aelius asintió con respeto, consciente del peso del momento.
—Entonces, entremos. No fuimos hechos para la sombra.
Y así, entre ecos de viento, Aetherion brillando bajo sus pies y gravedad contenida, cruzaron el umbral de la Escuela de los Arcángeles. Pronto comenzarían su camino hacia la leyenda, pero ese primer paso ya era histórico.