A pesar de las tensiones, a pesar de la amenaza que sentían en el aire, en ese momento, Makia no pudo evitar sentir una extraña paz al saber que Ian siempre estaría dispuesto a protegerla. Pero también sabía que el destino que ambos compartían no podría evitarse, y que algo grande, algo trascendental, los aguardaba.
El viento continuaba soplando fuerte entre las islas flotantes, arrastrando consigo las voces de las generaciones pasadas. Las antiguas leyendas de los Arcángeles resonaban en la memoria de todos aquellos que alguna vez habían caminado por esos mismos senderos, enfrentando los mismos retos, luchando con el mismo fervor. Ian, Makia Aelius y Kael se acercaban al umbral de ese legado, y el peso de la historia parecía estar a punto de aplastarlos.
A medida que cruzaban las puertas de la Escuela de los Arcángeles, un sentimiento profundo de anticipación recorrió a Ian. La escuela no era solo un lugar de entrenamiento; era un santuario de guerra, un lugar donde se forjaban los más grandes guerreros, pero también donde se perdían muchas almas en el proceso. El pasillo principal estaba decorado con estandartes de antiguos campeones, figuras legendarias que habían dejado su huella en la historia del Gran Imperio. Cada paso resonaba como un eco de antiguos combates, como si las paredes mismas de la escuela estuvieran susurrando las hazañas de los guerreros que una vez caminaron allí.
A la entrada, un instructor de rostro severo, el Maestro Rhygar, los esperaba. Su presencia era imponente, como si su propio cuerpo estuviera hecho de acero. Con una mirada que parecía perforar las almas de los nuevos aspirantes, Rhygar observó a Ian y sus amigos sin decir una palabra. Sabía que los desafíos que enfrentarían aquí no serían sencillos, pero también sabía que entre todos estos jóvenes se encontraban aquellos destinados a marcar una diferencia.
—Bienvenidos a la Escuela de los Arcángeles —dijo Rhygar, su voz profunda y resonante—. Aquí, solo los más fuertes sobreviven. No busquen compasión, porque no la encontrarán. Ustedes serán moldeados en la fragua de la guerra, y solo los que logren adaptarse al sufrimiento y la lucha serán dignos de llevar el título de Arcángel. El resto… caerá.
Un silencio pesado llenó el aire mientras las palabras del maestro se asentaban en sus mentes. Ian, sin embargo, no sintió miedo. La escuela podía ser un lugar de sufrimiento, pero él ya había hecho un pacto con el destino: no se detendría ante nada. El combate lo llamaba, y ya nada lo haría retroceder.
Ian lo miró fijamente. El hombre ante él era un verdadero guerrero. Tenía el porte de un campeón, y sus ojos rojos brillaban con una intensidad que parecía atravesar el alma. Ian no pudo evitar sentir una oleada de emoción. Este era uno de los 5 Guerreros Legendarios.
En su mente, pensó: Este es uno de los 5 guerreros legendarios… Este sujeto debe ser tan fuerte como papá. Quiero… necesito enfrentarme a él.
Un fuego ardiente se encendió en su pecho, una sensación de deseo y desafío como nunca antes había experimentado.
A su lado, Makia lo miró, captando la intensidad en los ojos de Ian. Sabía que el hermano que tanto amaba no se dejaría intimidar. Se trataba de un guerrero en su alma, y ese deseo de enfrentarse a alguien tan formidable solo lo hacía más determinado.
Rhygar, sin decir una palabra, se giró para darles la espalda y los condujo hacia el interior del edificio, donde su destino los aguardaba.
Comenzaron las inscripciones. Una mujer joven de porte imponente, vestida con un traje que combinaba la formalidad de una secretaria con la autoridad de una militar, se acercó a los nuevos aspirantes. Su cabello castaño estaba recogido en un moño sencillo, y sus lentes, de montura fina, descansaban sobre su nariz, dándole un aire aún más severo. Su mirada era firme y calculadora.
—Hagan dos filas, por favor —ordenó con voz fría y autoritaria, señalando las dos áreas delimitadas. Los aspirantes, nerviosos pero ansiosos, se alinearon rápidamente, formando dos grupos.
Mientras anotaba los nombres de aquellos que se acercaban, la mujer se detuvo al ver a Kael. Su mirada, antes neutral, cambió de inmediato. Un destello de desdén cruzó sus ojos mientras lo observaba de arriba abajo. Kael, con su presencia tranquila pero marcada por su origen, era un paria, y eso era algo que no pasaba desapercibido.
—¿Y qué hace aquí un maldito paria? —dijo en voz baja, pero lo suficientemente fuerte como para que Kael pudiera escucharla. Sus palabras fueron llenas de desprecio, como si su simple presencia fuera una afrenta al proceso. La mujer no pudo evitar seguir hablando, y su desprecio se hizo más evidente.
—Malditos parias —murmuró, mirando a Kael con una mezcla de desdén y desconfianza—. Solo vendrán aquí a morir. ¿Qué fuerza creen que tendrán con el hambre que pasan en su asquerosa Zona Oscura? Yo la llamaría “Zona Fea y Hambrienta”, porque eso es todo lo que son.
Al escuchar sus palabras, varios de los aspirantes que estaban cerca comenzaron a murmurar entre sí, sus voces llenas de desdén y burlas.
—¿Un paria aquí? —dijo uno, casi riendo—. ¿Qué va a hacer? ¿Creerá que va a ser un Arcángel?
—Nunca sobrevivirá a la prueba —comentó otro con tono sarcástico—. No tienen nada que ofrecer, vienen de ese lugar miserable.
—¿Quién se cree que es, viniendo de la Zona Oscura? —añadió otro—. Deberían quedárselo allí, en su “Zona Fea y Hambrienta”.
Kael, aunque escuchaba cada palabra, no reaccionó. El peso de esos comentarios y la constante mirada despectiva de la mujer lo herían, pero se mantenía firme, decidido a demostrarles que no eran más que prejuicios vacíos. Ian, parado en la fila, sintió una ira contenida por su amigo, pero prefirió quedarse en silencio. A pesar de las murmuraciones, Kael no era un hombre fácil de quebrar.
La mujer, sin mostrar ninguna empatía, continuó con sus comentarios despectivos, anotando los nombres de los demás aspirantes. Sin embargo, su mirada hacia Kael permaneció gélida y llena de desprecio. Los murmullos aumentaron, y la atmósfera se volvió más tensa, pero el grupo de aspirantes, aunque incómodos, sabían que el proceso sería largo y que sus destinos aún estaban por definirse.