Arkanis

Capítulo 4: De Regreso al Hogar – Alena Tiene el Control

Cuando se apagó el último eco del enfrentamiento en los mármoles de la Escuela, los cuatro jóvenes descendieron los peldaños como quienes emergen de una tormenta, transformados. Ian, Makia y Aelius —los hijos adoptivos de la poderosa casa Bekkart— caminaban con la serenidad de quienes conocen su destino. A su lado, Kael avanzaba más ligero, con el rostro iluminado por un alivio recién estrenado.

Frente a los portones de cristal que flanqueaban los Jardines Celestes, esperaba su transporte: un automóvil de diseño futurista, de líneas aerodinámicas, casi líquidas. Su superficie espejada absorbía la luz del atardecer sin reflejar más que elegancia. No llevaba escudos nobiliarios: el lujo no necesitaba presentación.

A lo lejos, dos figuras los observaban en silencio: Rhygar e Isolde. Sus ojos seguían cada paso de los jóvenes. Rhygar mantenía su enigmática sonrisa, como si ya supiera cómo terminaría esa historia. Isolde, más reservada, solo observaba, atenta.

Aelius fue el primero en subir al vehículo, tomando el asiento delantero. Ian y Makia se acomodaron atrás, mientras Kael se dejaba caer con un suspiro. El vehículo arrancó en silencio, impulsado por el flujo del Aetherion, dejando tras de sí el eco vibrante de la Escuela.

Durante el trayecto, las miradas entre los hermanos eran cómplices, como si compartieran secretos no pronunciados. Una risa contenida flotó en el ambiente, breve como un destello. Por primera vez en mucho tiempo, podían respirar.

Kael, mirando por la ventana, vio las estrellas comenzar a asomarse entre las nubes. Sentía una paz extraña. Por un instante, el mundo parecía perdonar.

La silueta de la Escuela desapareció en el horizonte, envuelta en sombras. El vehículo flotaba sin prisa entre las plataformas suspendidas, hasta que una maniobra brusca lo sacudió de pronto.

El conductor, un hombre enjuto, mantenía un semblante discreto. Pero había algo extraño en él. Su rostro, pequeño y casi infantil, como si un niño viviera atrapado en un cuerpo adulto, revelaba un manejo errático: giraba bruscamente, desafiando toda lógica de estabilidad.

—¿Ese tipo sabe a dónde va? —murmuró Makia, aferrándose al reposabrazos.

—Vamos directo a estrellarnos contra un muro o algo —respondió Ian, conteniendo la risa.

—Bueno, al menos moriremos con estilo —añadió Kael con sarcasmo.

En el asiento delantero, Aelius lanzó una mirada rápida hacia el conductor, sus ojos entrecerrados en un gesto que mezclaba sospecha y diversión. Una risa contenida se asomó en sus labios, como si ya supiera algo que los demás aún ignoraban.

De pronto, el vehículo frenó en seco justo afuera de la Casa Bekkart.

Una silueta apareció frente a ellos, recortada contra el resplandor anaranjado del cielo. No hubo impacto, solo un silencio absoluto. El automóvil entero se detuvo ante la sola presencia de ese hombre.

Erguido, imponente, vestía una armadura de grafito bruñido que devoraba la luz. Una capa blanca ondeaba a su espalda. Su rostro, sereno y juvenil, enmarcado por una larga melena blanca hasta los hombros y unos ojos de un azul gélido, era inconfundible.

—¡Papá! —exclamó Makia con la voz quebrada por la emoción.

Alistair Bekkart. Ministro supremo de los Jardines Celestes. Artífice del mundo flotante. Uno de los Cinco Guerreros Legendarios. Leyenda viva. Pero, para ellos, su padre.

Kael, aunque no tenía lazos de sangre con él, bajó la mirada con respeto.

El conductor giró el volante con torpeza, y en el movimiento, su peluca negra cayó al suelo como un pájaro desplumado. El secreto quedó al descubierto: bajo las gafas oscuras y el traje sobrio, se encontraba Alena, su cabello naranja caía como una cascada de lava sobre los hombros y sus ojos verde esmeralda brillaban con diversión, chispeante de risa contenida.

—¿En serio, Alena? —resopló Makia entre sorpresa y resignación—. Otra vez con los disfraces…

—Ey, tenía que hacerlo interesante —replicó Alena con una sonrisa—. Además, necesitaba ver si confiaban en mí… spoiler: no lo hacen.

Ian soltó una carcajada que contagió a los demás.

Makia no pudo evitar fijarse en Aelius, que trataba de mantener una expresión seria mientras contenía una risa apenas disimulada. —Tú sabías de esto, ¿verdad? —le espetó con los ojos entrecerrados—. ¡Eres un irresponsable! ¡Alena es una niña!

Aelius parpadeó, hizo un gesto dramáticamente solemne y se enderezó como si fuera el más maduro de todos, provocando que Makia soltara una carcajada ante su intento ridículo de parecer serio y confiable.

Alistair se acercó al vehículo con expresión seria, pero con una chispa divertida en los ojos.

—¿Qué tal les fue? —preguntó—. Espero que el examen los haya sacudido de verdad, porque lo que viene… eso sí será real.

—Sí… digamos que no fue precisamente un paseo —murmuró Makia, frotándose el cuello.

Alistair abrió la puerta para Aelius.

—Bajen todos. No hay tiempo que perder. El mundo no espera a nadie, y mucho menos a los distraídos.

Uno a uno, los jóvenes descendieron. El aire fresco de la noche los recibió como una advertencia silenciosa.

Alena bajó última, con la peluca en la mano como si fuera un trofeo.

—Gracias por el susto, Alena —dijo Kael, todavía riendo—. Me hiciste ver que ni siquiera en el cielo estamos a salvo.

—Esa es mi misión —dijo ella con orgullo.

Alistair apoyó su mano en el hombro de Kael, firme y cálida.

—Cada camino, incluso el más errático, enseña algo. Hoy aprendiste a confiar incluso cuando no ves el volante.

Las risas de los hermanos se elevaron por el cielo. Llegaron por fin a la Casa Bekkart, iluminada por la luz ámbar del crepúsculo.

La gran puerta se abrió y Anya Bekkart apareció en el umbral. Su cabello rubio miel caía como seda sobre los hombros, y sus ojos amarillo miel brillaban con calidez y determinación. Muy atractiva, reconocida como una de las mujeres más hermosas del Imperio, su sonrisa bastó para hacerlos sentir en casa.




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