El sol había cruzado apenas un tercio del cielo cuando la Escuela de los Arcángeles hizo lo impensable: guardar silencio.
Por primera vez desde que comenzaron las pruebas, los pasillos retumbaron no con el estruendo del combate, sino con el eco lejano del descanso. Los aspirantes, agotados pero expectantes, se retiraron a los dormitorios flotantes asignados para el receso, arrastrando cuerpos sudados y mentes inflamadas por la tensión. Nadie hablaba en voz alta. Nadie quería ser el primero en romper ese estado de suspensión donde aún no existía victoria ni derrota. Solo posibilidad.
Al amanecer del día siguiente, una campana de cristal sonó tres veces, y el cielo se partió con el anuncio:
“Los resultados han sido liberados.”
Una multitud se agolpó frente a los paneles de energía que descendieron desde lo alto, proyectando en líneas verticales los nombres de quienes habían cruzado el umbral. No hubo ceremonia ni trompetas; solo números. Y esos números lo cambiaron todo.
Primer lugar: Aelius Bekkart.
Silencio. Luego, murmullos. Luego, una oleada de asombro imposible de contener.
El joven que había derribado una isla entera con el peso de su mente encabezaba la lista con una frialdad impecable.
Aelius entrecerró los ojos y dejó escapar un suspiro breve. No se veía orgulloso, ni sorprendido, ni siquiera interesado. Para él, ese número era solo un trámite más, una formalidad que no cambiaría lo que realmente importaba: la próxima batalla.
Segundo lugar: Aurora Celestis.
La tejedora de luz y sombra, cuyo poder cósmico aún danzaba en la memoria colectiva del estadio.
Su nombre brillaba con la elegancia de una constelación recién descubierta.
Tercer lugar: Kael DarkZone.
El mestizo de los elementos. El paria que moldeó fuego, hielo y trueno como un dios ebrio de alquimia.
Las bocas se abrieron. Los prejuicios se cerraron.
Kael parpadeó varias veces, incrédulo.
—¿Yo? ¿Tercero? —balbuceó, casi riéndose de lo absurdo—. Esto debe estar mal, alguien revisó mal los números.
Puesto 5: Kyran Soldick.
Y entonces, un nombre desconocido para la mayoría surgió como una puñalada de silencio en medio del murmullo.
Kyran Soldick.
Pocos lo recordaban. Su número, el 7232, lo había empujado hacia el final de la jornada, cuando el público ya se dispersaba, cuando los ojos estaban cansados y las voces empezaban a apagarse. Ni Ian, ni Kael, ni Aelius, ni Makia lo habían visto en acción. Cuando ellos abandonaron la arena, la historia de Kyran apenas comenzaba.
Pero ahora su nombre estaba allí, ardiente en el quinto lugar, por encima de miles que se creían invencibles.
No había espectáculo alrededor de su figura. No tenía seguidores. Ni rivales.
Solo ese nombre, y un aura contenida como una tormenta que aún no ha sido llamada.
Kyran observaba el panel con la calma de un lobo oculto entre árboles. De cabello blanco como ceniza sagrada y ojos plateados que brillaban con una serenidad imposible, parecía no pertenecer del todo a este mundo. Su rostro era joven, pero había algo en su presencia que hablaba de tiempo antiguo, como si caminara con los ecos de un pasado que nadie más recordaba.
Y sin embargo, él sí recordaba a Ian.
No sabía de dónde. Ni cuándo.
Pero al verlo ahí, frente al panel, los puños cerrados y la frustración escrita en el rostro, algo vibró en su interior.
Una imagen. Un lugar. Una sensación.
Lo había visto antes.
No como se recuerda a un enemigo…
Sino como se recuerda a una sombra que camina junto a uno en sueños.
Un reflejo que aún no ha dicho su nombre.
Puesto 8: Sofia Ritz.
Puesto 102: Eldar Fenrisson.
Puesto 105: Tezca Aztlan.
Puesto 587: Makia Bekkart.
Puesto 1243: Ian Bekkart.
Ian encontró su nombre tarde. Demasiado tarde. Sus ojos recorrieron la lista con ansiedad mal disimulada, mascando el sabor amargo de la espera.
Y cuando lo halló, la rabia le subió como una marea hirviente.
—¿Mil doscientos… cuarenta y tres? —susurró entre dientes, la mandíbula tensa, los puños apretados.
Su hermana estaba en el 587. Kael en el 3. Y Aelius… el maldito Aelius estaba en el 1.
El fuego en su pecho no era envidia. Era algo más primitivo. Era frustración. Era orgullo herido.
Él había golpeado a un juez. Había destrozado el aire con su velocidad. Había roto las reglas con una sonrisa.
¿Y aún así…?
Makia lo miraba de reojo. El enojo en el rostro de Ian la golpeó en lo más profundo, como si fuera suyo. Quiso acercarse, consolarlo, pero una parte de ella dudó: ¿era solo preocupación de hermana… o algo más que no se atrevía a admitir? Trató de acallarlo con ternura.
—Ian… —dijo con voz suave—. No es el número lo que importa. Es solo un número, no significa nada.
Él no respondió, pero sus hombros tensos parecieron relajarse apenas un instante.
Kael intentó romper el hielo.
—Míralo de este modo… al menos no quedaste después del dos mil.
Ian lo fulminó con los ojos, pero Kael levantó las manos en señal de paz, conteniendo una sonrisa.
Aelius, por su parte, se limitó a cruzar los brazos.
—Es un número. Nada más. El examen real aún no empieza.
Su tono calmado solo aumentó la furia de Ian, aunque en silencio.
Makia, se detuvo un instante en el puesto 8, frunciendo el ceño con una mezcla de sorpresa y admiración por algo que no había notado aún :
—Wow… ¡Sofía quedó octava! —exclamó, casi incrédula—. Es impresionante.
—Era de esperarse —dijo Aelius, con su habitual calma—. Tiene mucho talento, sin mencionar todo lo que entrena era obvio que destacaría.
Ian masculló, cruzándose de brazos:
—Sí… pero debería entrenar para sí misma, no para demostrarle nada a nadie. Menos a personas que no merecen su atención.