Arkanis

Capítulo 10: Ecos de la Amazonia. La Llegada de los Elegidos.

El Estadio Celestial se sumió en un silencio expectante.

Las pantallas flotantes comenzaron a mostrar los primeros destellos de Amazonia: una jungla impenetrable, un mar de verde oscuro donde la vida misma parecía al borde de la locura.

Uno a uno, los portales de transferencia se abrían en lo alto del cielo, y con ellos, los aspirantes.

Un primer resplandor cortó las nubes como un rayo de plata.

Aurora descendió, sostenida por la energía cósmica que fluía a su alrededor, flotando hacia el suelo como una diosa convocada entre las estrellas. La gravedad parecía rendirse a su presencia, permitiéndole tocar la tierra con una delicadeza que desmentía la salvajidad de Amazonia.

Sus pies rozaron la hierba húmeda, y la luz danzaba a su alrededor. Por un instante, incluso el monstruoso bosque pareció inclinarse.

El público contuvo el aliento. Pero los portales seguían abriéndose.

Un segundo desgarrón a la altura del suelo vomitó una figura particular: Kyran.

Sin reservas, giro como un cometa, aplastando la maleza bajo su peso. Se levantó rápidamente, sacudiéndose el polvo de su cuerpo, su rostro cruzado por serenidad.

Antes de que el eco de su caída se disipara, un tercer portal se abrió, mucho más arriba.

Ian.

No descendió ni planeó; se desplomó.

Un impacto de fuerza pura, un meteorito humano. El suelo tembló con el choque, creando un pequeño cráter, mientras una nube de polvo se alzaba en el aire.

Ian quedó de rodillas entre los escombros, sacudiendo su cabeza. Una exhalación pesada, y entonces la vio.

A unos metros, de pie entre las sombras del bosque, estaba Aurora.

Ian levantó la mirada, su rostro ensangrentado y polvoriento, y con voz quebrada, apenas un susurro, dijo:

—Qué hermoso rostro…

Para ambos, el tiempo pareció detenerse por un instante. La salvajidad de Amazonia, la violencia de la batalla, el caos del momento… todo se desvaneció, y en ese espacio suspendido, Aurora fue lo único que importó. Ian nunca había visto nada como eso. Para él, la vida siempre había sido lucha, dolor, y sacrificio. La belleza no existía en su mundo, solo la supervivencia. Pero en ese momento, con el polvo flotando a su alrededor, Aurora era… algo más. Era algo que nunca había conocido.

Aurora parpadeó, sorprendida. Un rubor ardiente ascendió desde su cuello hasta su frente. Bajó la mirada, incapaz de sostenerla, mientras el polvo flotaba a su alrededor, como pequeñas estrellas atrapadas en su órbita.

Desde las gradas, los nobles y guerreros del Imperio comenzaron a murmurar emocionados.

La reina Kleominsa, observaba la escena con creciente molestia. Un destello de celos cruzó su rostro al ver la expresión de Ian hacia Aurora. Algo en su interior se revolvió, y la incomodidad se hizo palpable en su mirada. La tensión aumentaba, y nadie parecía poder detener lo que estaba sucediendo.

En el palco imperial, Auron, imponente, observaba la escena. Golpeó el barandal de mármol con su puño y rugió para que todos lo escucharan:

—¡Ese joven acaba de notar algo evidente, la belleza de mi pequeña!

El rugido resonó como un trueno. Algunos nobles rieron; otros se miraron sorprendidos. Pero ninguno podía negar la impresión que causaba Ian: el destino había comenzado a entrelazar nuevas cadenas.

Alistair sonriendo comentó: No pense que este día llegaría.

La tensión en el aire se rompió cuando un portal oscuro se abrió en el límite de la selva.

Un sargento de Kraven emergió, una figura brutal, armada hasta los dientes, con ojos que reflejaban un odio tan antiguo como la guerra.

Su mirada se clavó en Aurora con la intensidad de una lanza, y su voz, cargada de veneno, cortó el aire:

—Ahora me vengaré de tu maldito y asqueroso padre, ¡pequeña mocosa!

Aurora, aún abrumada por la sorpresa y la vergüenza, perdió momentáneamente la calma. El miedo se apoderó de ella por un segundo, haciéndola tambalear. Pero al instante vio a Ian desplazándose con rapidez hacia ella, y una sensación de relajación la envolvió. La presencia de él, protegiéndola como solo su padre lo haría, la hizo sentirse segura de nuevo. Y ese pequeño instante de vulnerabilidad la fortaleció.

Pero antes de que pudiera reaccionar, Ian ya estaba en movimiento.

En un solo latido, se interpuso entre ella y la amenaza. Su cuerpo vibraba con una furia contenida, su presencia como una muralla viva.

Sin palabras.

Sin miedo.

Solo instinto.

Ian ahi pensó: “No debería haber soldados imperiales aquí, y mucho menos deberían atacarnos. Algo raro está pasando”. Su mirada se tensó, y en un instante su cuerpo se preparó para proteger a Aurora de cualquier amenaza.

El público en los Jardines Celestes contuvo la respiración.

Cuando el soldado de Kraven atacó a Aurora, Auron observó desde las alturas del estadio, su rostro reflejando una inseguridad y una impotencia que nunca antes había mostrado. La imagen de su hija bajo amenaza le cortó el aliento, como si el peso de la situación lo aplastara. Pero en ese instante, algo cambió. La tensión en su pecho se disipó, y una sensación de alivio lo invadió al ver a Ian posarse frente a Aurora, como un muro impenetrable. La tranquilidad volvió a él, rápida y profunda, al saber que no estaba sola, que alguien más, con la misma determinación que él mismo, la protegería a toda costa.

Tiberius murmuró con voz cargada de alarma:¿Por qué un soldado imperial está atacando a los aspirantes?

Rhygar frunció el ceño, su voz grave pero confundida resonando:

No sé qué está pasando… realmente no lo entiendo.

Frente a todos los Jardines Celestes, Ian Bekkart se plantaba como un muro, y su sombra cubrió a Aurora del ataque.

La selva enmudeció.

El estadio estalló en caos.

Y en ese momento, algo más ocurrió. Un resplandor se abrió en el cielo. El quinto portal, el último.




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