Los portales seguían abriéndose.
Uno tras otro, como heridas rasgando el mismo tejido del mundo, destellaban en la vasta inmensidad de Amazonia, llamando a sus elegidos. Cada nuevo umbral no era solo una entrada, sino un bautismo: cinco guerreros unidos por el destino, forjados para enfrentar la prueba suprema.
En lo alto de las copas centenarias, un portal estalló como una flor de luz. Desde él emergió Theron Athenian, cuyos rasgos mezclaban la sofisticación de la nobleza con la fiereza indómita de un guerrero nacido para comandar. Su figura, elegante y letal, se deslizó por la abertura dimensional. Sin dudarlo, desenrolló una cuerda de su cinturón, la lanzó hacia las ramas más firmes y, con una maestría casi salvaje, se columpió en el aire antes de aterrizar con la gracia de un depredador sobre la tierra húmeda.
Los Athenian, igual que los Fitzgerald, representaban una de las casas más antiguas y veneradas del Imperio, sangre azul que corría tan fría como el acero.
El cielo vibró. Otro portal se abrió en las alturas, y de él descendió el número 1 del ranking: Aelius Bekkart.
Ahora imponente, su sola presencia doblegaba la gravedad a su antojo. Sin prisa, como si el mundo mismo se inclinara a su paso, flotó hasta tocar tierra, sosteniendo su propio peso con una serenidad que enmudecía a quienes lo miraban. La leyenda de aquel que había derribado una isla entera no era ya un rumor; era una verdad viviente.
Casi al mismo tiempo, el portal del tercer lugar rasgó el cielo. Kael, el paria, emergió de entre las nubes, su silueta bañada en los vientos que obedecían a su voluntad. Con movimientos fluidos y feroces, descendió, el aire mismo formando escaleras invisibles bajo sus pies.
Kael sonrió al ver a Aelius y exclamó:
—¡Ooh, nos tocó en el mismo equipo! ¡Qué suerte!
Aelius le devolvió la sonrisa:
—Sí, qué bueno.
Kael frunció ligeramente el ceño, mostrando preocupación:
—Espero que Makia e Ian estén bien.
—Lo estarán —respondió Aelius con convicción.
En el estadio, las pantallas transmitían la escena a miles de espectadores: Alistair Bekkart observaba a ambos jóvenes, su pecho henchido de un orgullo silencioso. A su lado, Rhygar sonreía apenas, como un lobo satisfecho: no se había equivocado con Kael. Las dudas del público, las viejas sospechas que aún susurraban sobre su origen, se disolvían ante su entrada magnífica.
La selva tembló cuando un nuevo portal se desgarró entre las ramas.
De él emergió la número 1461: Anastasia Volkova.
Su rostro era la personificación misma del hielo: pálido, perfecto, inquebrantable. Sus ojos azules cortaban el aire como puñales invisibles. Vestida con pieles gruesas que narraban cuentos de tierras gélidas, con armas brillantes atadas a su cintura, caminó con calma absoluta, limpiándose el polvo de las rodillas como si la jungla fuera apenas un leve inconveniente.
Se sabía que venía de Tarkov, la nación militar más implacable del continente Vaelor, un lugar donde la guerra no era una tragedia, sino una tradición. Serenidad, confianza, belleza: Anastasia no necesitaba anunciar su poder. Lo portaba como una corona invisible.
Y entonces, el agua se agitó.
Desde las profundidades de un río escondido en Amazonia, el último portal se abrió, chisporroteando vapor. De allí emergió Freya Skaldottir, participante 478.
Las criaturas del río, hostiles y ocultas, la acechaban… pero ella nadaba entre ellas como una fuerza de la naturaleza. Con el cabello mojado cayendo en cascadas sobre su rostro—rubio encendido, casi anaranjado—, Freya salió a la superficie, sus ojos azules desafiando al mundo.
Por su sola apariencia—las pecas en su rostro, las hachas cruzadas en su espalda, su ropa vikinga de tono rosa metalizado—cualquiera podía reconocer su origen: Valkarheim, la orgullosa nación independiente y aliada del Imperio. Una tierra de guerreros indomables y espíritus libres.
Al verla, Aelius se acercó, ofreciendo su mano. Freya la tomó con una leve sonrisa tímida y desafiante a la vez, permitiendo que el primer contacto entre su equipo naciera no en la fuerza, sino en la confianza.
Anastasia observó a sus nuevos compañeros mientras se acercaban y pensó para sí misma:
—El número 1 y el 3 del examen están en nuestro equipo… eso nos ayudará.
Y así otro equipo estaba completo.
Cinco almas únicas, cinco destinos entrelazados bajo el cielo inconmensurable de Amazonia.
Cinco guerreros que el mundo pronto aprendería a temer.
En lo profundo del búnker de la Zona Oscura, las pantalla parpadeaba mostrando la transmisión en vivo. Los observadores permanecían en silencio, conteniendo la respiración, hasta que apareció Kael junto a Aelius y los demás.
—¿¡Ese es Kael!? —exclamó el soldado Merak, golpeando la consola con entusiasmo—. ¡Oigan! ¡Ese es Kael! ¡Qué grande está!
Vektor, con el rostro iluminado por la pantalla, sintió cómo las lágrimas surcaban sus mejillas. Su voz, cargada de orgullo, apenas fue un susurro:
—Mi nieto… estoy tan orgulloso.
Merak y Velira intercambiaron sonrisas cómplices, compartiendo la emoción silenciosa de aquel momento.
Noa, con los ojos brillantes, no pudo evitar comentar:
—¡Recién mostraron al guapo de Ian, y ahora al apuesto de Aelius! No puedo con tanta belleza… Casi desmayándose.
Velira, arqueando una ceja, replicó con un tono divertido y un poco severo:
—Oye niña, tienes apenas 14 años… compórtate.
El silencio volvió mientras todos miraban a Kael y su equipo avanzar con la determinación que había dejado a todo el mundo sin aliento. Cada movimiento transmitía fuerza y destino, y desde la Zona Oscura, aquel grupo sentía orgullo, admiración y un vínculo inquebrantable que los unía a los elegidos que pisaban Amazonia.
En otro rincón del vasto planeta de Amazonia, los drones imperiales—ojos mecánicos del Imperio—sobrevolaban incansables, enviando imágenes en directo hacia el Estadio Celestial, donde miles de almas expectantes contenían el aliento.