El silencio tras la batalla era casi sagrado. La selva aún temblaba con los ecos de Riven cayendo, y el aire olía a tierra removida y tensión contenida. A un costado, atado y todavía inconsciente, Riven yacía como un recordatorio silencioso de la amenaza que habían superado.
Ian se incorporó, sacudiéndose el polvo, y miró a Tezca con una sonrisa ligera.
—Eres muy fuerte, Iansito —dijo ella, sus ojos brillando de admiración.
—Y tú también eres muy impresionante, Tezquita —respondió Ian, con una risa suave que rompió un poco la gravedad del momento.
Aurora y Kyran los observaban, sonriendo ante la conexión evidente entre ambos, mientras la joven se acercaba un paso más, lista para lanzarse al juego. De pronto, un zumbido agudo cortó el aire: un dron sobrevolaba, registrando cada movimiento.
Tezca levantó sus manos al cielo, juguetona y audaz:
—¡Hey! ¡Hola! ¡Hola!
El dron giró suavemente, enfocando sus risueños gestos, y Tezca, satisfecha, bajó las manos. Luego se volvió hacia Ian, su voz suave pero firme:
—Iansito estuviste realmente increíble.
Kyran aprovechó el momento y miró a Ian con seriedad:
—Dime… ¿por qué quieres convertirte en Arcángel?
Ian respiró hondo, sus ojos fijos en la distancia, recordando cada paso de su vida:
—Tengo una meta. Un sueño que persigo desde niño.
Tezca ladeó la cabeza, curiosa. Aurora y Kyran se inclinaron hacia él, expectantes.
—¿Sí? —preguntó Tezca—. ¿Cuál es tu meta?
Ian respiró profundo, dejando que cada palabra saliera con peso y verdad:
—Liberar a todas las personas de la Zona Oscura de la esclavitud. Sé que Tiberius siempre ha luchado por esto, pero el Senado Imperial se opone. No puede actuar con todo a fondo, porque desataría una guerra civil y morirían aún más personas. Por eso… debo hacerme fuerte. Tan fuerte que pueda derrotar a todo el Senado Imperial y cumplir ese sueño.
Liberar a todas las personas de la Zona Oscura.
Un silencio reverente cayó sobre ellos. Kyran lo miró, los ojos abiertos, impresionado pero no sorprendido del todo; algo intuía la profundidad de su determinación. Tezca, con una mezcla de admiración y entusiasmo, exclamó:
—¡Oh! Iansito, sí que eres genial… entonces yo te ayudaré.
Ian no se dio cuenta pero en ese instante, el dron registró cada palabra, cada gesto, transmitiendo la conversación en vivo al estadio de los Jardines Celestes. Desde allí, Tiberius se echó a reír con una carcajada amplia y sincera:
—Vaya, vaya, Alistair… tu hijo es realmente genial e impresionante.
Auron sonrió con orgullo en silencio, mientras, en el Búnker de la Zona Oscura, Vektor murmuraba:
—Era de esperarse… siempre fue así.
Velira sonrió levemente. Merak intentó disimular su sonrisa por ser un soldado imperial, y Noa, con ojos brillantes, suspiró:
—¡Oh! Es tan guapo… y tan genial… ¡te amo, Ian!
Velira, sin poder evitar un gesto de exasperación, replicó:
—¡Ahí vas de nuevo con eso, mocosa pervertida! No estás en edad para esos pensamientos.
Mientras tanto, Riven permanecía a su costado, atado e inconsciente, un recordatorio silencioso de la fuerza que Ian había desplegado y del camino que aún les esperaba.
El grupo avanzaba por la selva. Ian caminaba firme, y Tezca se sentaba sobre sus hombros, ligera y confiada. Reían y compartían miradas, como amigos de toda la vida.
Kyran los observaba con una leve sonrisa.
—Parecen amigos desde siempre —murmuró.
Aurora lo miró incrédula.
—¿De verdad no se conocían? —preguntó—. Ya son inseparables.
Kyran asintió.
—No, pero ya son los mejores amigos.
La selva los envolvía mientras seguían caminando, testigo silencioso de su inesperada amistad.
Y así el foco de la transmisión cambió.
Ahora mostraban a Makia y su equipo: Atahualpa, Brenda y Eldar.
Su quinto compañero había sido asesinado horas antes, devorado por las criaturas salvajes humanoides de Amazonia.
A pesar de la pérdida, avanzaban a una velocidad impresionante.
La selva no se interponía en su camino.
Ni las raíces traicioneras, ni los árboles centinelas, ni las bestias ocultas en la maleza se atrevían a tocarlos.
Era como si Amazonia misma los protegiera.
Pero entonces, el viento cambió.
Un rugido bajo estremeció la tierra.
Un lobo gigantesco emergió entre las sombras de la jungla:
un titán cubierto de un pelaje gris oscuro, con tres ojos brillando en su frente.
El equipo se detuvo de golpe, sus cuerpos tensos, instintivamente en guardia.
Por un instante, pensaron que la suerte había terminado.
El lobo gruñó, sus fauces podían partir árboles como si fueran ramas secas.
Makia dio un paso adelante.
Mientras los demás retrocedían ligeramente, ella avanzó, serena, tranquila.
Con una ternura imposible de comprender en medio de tanta hostilidad, levantó su mano.
El lobo la miró.
Sus tres ojos titilaron, como si midieran el alma de la joven frente a él.
Entonces, contra toda lógica, bajó la cabeza, sumiso.
Makia acarició suavemente su frente, rozando la cicatriz que cruzaba uno de sus ojos laterales.
El lobo suspiró, cerrando los ojos, y se recostó a sus pies, como un cachorro gigantesco.
Casi… sonriendo.
En el Estadio Celestial, el silencio era absoluto.
Miles de espectadores observaban la pantalla sin comprender.
Nadie creía lo que veían sus ojos.
En el palco imperial, Rhygar giró su cabeza, mirando a Alistair con incredulidad.
—Alistair… ¿No será que?
Alistair no respondió de inmediato.
Su rostro, siempre tan controlado, estaba ahora tenso, severo.
Sus ojos clavados en la figura de Makia, como si una sombra olvidada hubiera regresado de entre los muertos.