Arkanis

Capítulo 15: El Llamado de una Flor – Las Raíces se Rebelan

El estadio entero enmudeció. En la inmensa pantalla que colgaba como un dios vigilante en el cielo de Amazonia, una imagen estremecedora se proyectaba sin cesar: Makia, suspendida como un trofeo en las garras monstruosas de Kraven, mientras la jungla misma, la ancestral y salvaje Amazonia, respondía… no con furia, sino con fidelidad.

Alistair Bekkart, en el palco imperial, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su cuerpo entero se tensó, su rostro palideció. El ritmo de su corazón se desbocó como si estuviese por librar su última guerra.

—No… no puede ser… —murmuró, helado—. ¿Será que…?

Y sin que nadie lo empujara, su cuerpo cayó pesadamente sobre la silla tras él, como si el peso de la revelación le hubiera quebrado los huesos. Sus ojos, aún abiertos, se negaban a aceptar lo que veía. Amazonia… toda Amazonia, respondiendo al llamado inconsciente de auxilio de su hija.

A kilómetros de allí, en la seguridad aparente del hogar Bekkart, Anya contemplaba la misma escena en una pantalla de cristal. Su rostro, lleno de serenidad hasta un segundo antes, se transformó en un mar desbordado de lágrimas. Como si el corazón de una madre también se hubiese quebrado.

—No… no, no, no…

—¿Qué sucede, mamá…? —preguntó Alena, levantando su torso adormilada del sillón al costado, frotándose los ojos. Su voz inocente chocó con el silencio mortal que reinaba en la sala.

Pero Anya no respondió. Su mirada perdida se elevó un instante al cielo, y luego, sus rodillas fallaron. Su cuerpo se desplomó como un suspiro que se rinde. Alena corrió hacia ella, gritando entre lágrimas, agitándola con desesperación:

—¡Mamá! ¡Despierta! ¡Mamá, por favor!

En el suelo, junto al cuerpo de su madre, el café seguía tibio… pero el mundo había cambiado.

En Amazonia, ni los soldados ni los espíritus podían creer lo que veían. Las criaturas salvajes, que un instante antes querían devorarlos, se arrodillaban, inclinándose ante Makia. Kraven, aún con ella entre sus garras, entrecerró los ojos. Intrigado. Irritado. Confundido. No entendía que estaba ocurriendo.

La imagen de Makia proyectada en los cielos no era solo vista por los altos mandos. Las recién nombradas Lanzas Eternas, dispersas en la jungla, la vieron también.

Y una entre ellas tembló.

Sofía, guerrera orgullosa de ojos violetas y cabello negro, sintió cómo los recuerdos la embestían como un trueno. Su infancia, marcada por insultos y golpes, se desplegó ante ella con crudeza.

—¡Bastarda! —le gritaban en las calles—. ¡Tus ojos malditos no deberían existir!

Golpes. Piedras. Sangre.

Pero ese día, una niña de su edad, pequeña pero valiente, se interpuso entre ella y el odio. El proyectil que iba directo a Sofía golpeó la frente de aquella niña que solo sonrió, cubriéndola con su cuerpo.

—¿Estás bien? —le dijo, sangrando, pero serena—. De pronto se impresionó — ¡Oye! ¡oye! Pero que ojos tan bonitos.

Sofía no lo entendió en ese momento. Pero esa niña acababa de transformar lo que más odiaba de sí misma, en algo bello.

Y entonces aparecieron ellos.

Desde el cielo, como enviado por la justicia misma, un niño de cabello oscuro cayó sobre uno de los agresores y comenzó a golpearlo con una furia descomunal.

—¡Sáquenme a este mocoso! —gritaba el adulto—. ¡Es un demonio!

Era Ian, aún niño, pero ya un titán.

Otro niño lo siguió, embistiendo a un segundo atacante con valentía. Aelius, callado y feroz.

Makia también se lanzó al ataque. Puños, patadas, rabia infantil y coraje puro.

Cuando todo acabó, los adultos estaban en el suelo, jadeando, humillados. Y los tres niños, golpeados, sucios y sangrando, permanecían en pie.

—Asquerosos adultos —gruñó Ian—. No tienen derecho. La próxima vez los mataré.

Makia se volvió hacia Sofía, aún temblorosa.

—Ahora estás a salvo.

A su lado, Aelius sonreía. Makia tomó la mano de Sofía. Y en ese gesto, la pequeña bastarda se convirtió en guerrera.

—Mu-muchas… gracias… —susurró Sofía.

Ahora, en el presente, esa misma Sofía—ya forjada en acero—miró con decisión al cielo, donde Makia seguía entre las manos del monstruo.

—No sé ustedes —dijo con voz temblorosa, pero firme como una lanza—. Pero yo voy a ir allí. No dejaré que nadie de

mi familia muera.

Apretó los puños, y el fuego danzó en su mirada.

—Gracias a ella soy lo que soy. Una orgullosa guerrera.

Y sin esperar permiso, corrió hacia el corazón de la batalla.




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