Arkanis

Capítulo 17: El Juicio de los Hijos del Fuego y el Cielo

El disparo de Brenda rompió la selva.

Un rugido sagrado, un rugido de desafío.

La bala hecha de energía atravesó la distancia en un suspiro, apuntando directo al pecho de Godric Fitzgerald.

Pero Godric no pestañeó.

Ni siquiera parpadeó.

Frente a él, un escudo de nanotecnología se formó al instante. Las partículas de titanochromo tejieron un mural de energía pura que absorbió el impacto con un estallido sordo.

Del cañón humeante de Brenda se elevó una columna de calor, mientras ella murmuraba, con voz firme y satisfecha:

—Justo como pensaba.

Pero Eldar ya no estaba a su lado.

En un parpadeo, había desaparecido.

De pronto, del suelo mismo, dos manos colosales surgieron, como garras de tierra viva. Tomaron las piernas de Godric con brutalidad, jalándolo hacia abajo.

El ceño de Godric se frunció apenas. Sin perder la compostura, su mano se tensó. Energía afilada brotó de su palma, formando una lanza de pura luz comprimida, lista para atravesar lo que lo retenía.

Pero entonces, el estruendo llegó.

Un retumbar mucho más profundo que el disparo anterior.

Un rugido de acero, explosión y tempestad.

Godric giró el rostro, apenas a tiempo para ver lo imposible.

Brenda, erguida sobre el lomo de Fenrir, sostenía un bazuca de energía al hombro.

Su expresión era fría, serena, decidida.

Su dedo apretó el gatillo sin pestañear.

—Es todo tuyo, Eldar… —murmuró.

Antes de que Godric pudiera reaccionar, antes de que la lanza pudiera liberarlo, Eldar gritó:

—¡Lo tengooooooo!

Y lo arrastró hacia las fauces de la tierra.

Godric, por primera vez, mostró algo parecido a sorpresa.

El bazucazo impactó de lleno.

El estallido iluminó la selva como una estrella fugaz que arde en la noche.

Cuando el humo cubrió la escena, el suelo temblaba bajo los pies de todos.

En Los Jardines Celestes, desde el sector de la nobleza, cerca de la gigantesca pantalla que proyectaba la selva enloquecida, los Fitzgerald permanecían inmóviles, como estatuas de mármol helado ante la tragedia y el escándalo que se desplegaba ante sus ojos. Aurelius ya se había ido, dejando el espacio cargado de silencio y tensión.

Catherine Fitzgerald rompió el mutismo, su voz afilada cortando el aire:

—Brenda… es una rebelde. No me habla a mi que soy su madre, y ahora ataca a su propio hermano, el heredero de la casa Fitzgerald. ¿Qué demonios se cree? Debe se reprendida por esta falta de respeto.

Beatriz, más suave, observaba con la mirada fija en la pantalla:

—Que triste ver esto, recuerdo que antes se llevaban muy bien… pero hace muchos años que al parecer ya no se hablan. Godric solía ser un niño muy dulce y amable… Pero ahora siempre parece serio y enojado, aunque su mirada es más bien triste. Recuerdo que el quería mucho a Sofía.

Catherine entrecerró los ojos, con desprecio:

—Menos mal aprendió a no mezclarse con esa bastarda. Era malo para su imagen.

Lucien, temblando, intervino con un hilo de voz:

—Catherine… ya no digas esas cosas, ¿quieres que el Comandante Aurelius nos ejecute aquí mismo?

Edward respiró hondo, recordando:

—Recuerdo que Brenda y Sofía siempre estaban juntas… se querían mucho, eran felices. Y Godric siempre las protegía como su tesoro más preciado. Pero Brenda nos odia a Catherine y a mí, a nosotros, sus padres, por expulsar a Sofía del territorio Fitzgerald. Y con justa razón, exiliamos a Sofia de Surthelia cuando era una pequeña niña, fui un cobarde al permitirlo. También odia a Godric… por hacer que la gente la repudie.

Beatriz bajó la mirada, con tristeza. Sus palabras surgieron como un susurro que apenas rozaba el silencio de la sala:

—Si, recuerdo cuando eran niños, Godric siempre cuidaba de Brenda, pero sobretodo de Sofía.

Edward con un tono de molestia murmuró:

—Catherine, tú le lavaste el cerebro a Godric cuando era un niño inocente… eso destruyó a Sofía, a Brenda y, sobre todo, a Godric. No sabes el daño que le hiciste a tus hijos. Lo más grave es que yo lo permití.

Catherine frunció el ceño, con dureza, como si defendiera un decreto divino:

—Si tú no hubieras tenido a esa bastarda, nada de esto habría pasado. Nuestros hijos serían felices y se querrían como hermanos.

Edward, con voz cargada de pesar, replicó:

—Pero Sofía también era su hermana… y la manera en que la familia la trató es algo que Brenda nunca podrá perdonar.

Beatriz escuchó, con el corazón encogido, cada palabra de Edward. Sabía demasiado bien cuánto dolían aquellas heridas a Brenda; sabía cómo su alma había sido marcada por la familia, sabía esto por que había estado más para Brenda que su propia madre. Edward la miró con gratitud y firmeza:

—Brenda nunca está en casa… y Beatriz, te agradezco por estar siempre para ella. Gracias por ser una buena persona… gracias por tu amabilidad… gracias por ser como su madre.

Las palabras hicieron sonrojar a Beatriz, un rubor que no pasó desapercibido para Catherine, cuya expresión se tornó en una mezcla de molestia y desdén.

Lucien casi no participó en la conversación. Su mente estaba atrapada entre la preocupación y el miedo; Aurelius le había advertido que, al terminar el examen, le cortaría las manos por haber golpeado a su esposa. Cada palabra que se cruzaba entre Catherine, Edward y Beatriz apenas llegaba a él, mientras su corazón latía con una mezcla de rabia y terror por lo que podía ocurrir.

Por un instante, el sector noble quedó sumido en un silencio absoluto, mientras la pantalla seguía proyectando la batalla en Amazonia. Cada movimiento de Brenda y Godric, cada destello de energía, se sentía como un juicio inapelable sobre su propia sangre y los errores de generaciones enteras.

Mientras tanto, del otro lado del infierno verde de Amazonia, Kraven seguía erguido como una montaña, la mano cerrada alrededor del cuello de Makia.




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