En medio de un invierno cálido que abarcó todo un semestre, los rayos del sol veraniego incidieron sobre el Reino de Tártaros. A la entrada del reino se erguían dos gigantes estatuas: un león y un lobo. El león adoptaba una pose aguerrida, con un aire de inhospitalidad que lo hacía parecer egoísta con su reino; en cambio, la segunda estatua transmitía serenidad y seguridad, como si pudiera controlar al león enfurecido. Siendo un lugar costero, la economía del reino se basaba en productos marinos, el comercio de sal y la venta de hierro. En la formación militar del reino de Tártaros, se enfocaban en el arte de la navegación y el espionaje, habilidades muy solicitadas por otros reinos para mantener la paz y favorecer el comercio marítimo.
Bajo las últimas gotas de lluvia estival, dos figuras, Meron y Shaamir, se encontraban sentadas en un rincón tranquilo del castillo. Con una voz serena pero cargada de significado, Meron comenzó la conversación.
"Shaamir, ¿alguna vez has oído hablar del 'Cuento del Lobo Blanco y el León Dorado'?"
Mientras Meron se levantaba de su asiento, sus manos buscaban nerviosamente en sus bolsillos. Con ojos de un marrón claro y cabello lacio que rozaba sus hombros, Meron exhibía una piel trigueña. Llevando una sencilla camisa verde oscuro, avanzó hacia la ventana del castillo y apoyó sus manos en el marco, esperando la respuesta de Shaamir.
Los ojos de Shaamir se posaron en Meron mientras consideraba la pregunta. "La verdad es que no tengo idea de que exista un cuento con ese nombre. ¿Tiene algo que ver con las estatuas que están a la entrada del reino?"
Un suspiro escapó de los labios de Meron. "Es comprensible que no lo conozcas. Se trata de una historia muy antigua. Pero, de todos modos, te la contaré."
Con un asentimiento, Shaamir invitó a Meron a proseguir con el relato:
"En un reino antiguo, en el que las sombras de la ambición se proyectaban largas, vivían dos amigos entrañables: el Lobo Blanco y el León Dorado. Juntos, eran admirados por su valentía y sabiduría, y su amistad ejemplar inspiraba a todo el reino. Sin embargo, un día, el León Dorado comenzó a sentir la llamada del poder supremo. La idea de gobernar en solitario despertó su ambición. En secreto, se unió a un grupo de conspiradores y traicionó al Lobo Blanco, tomando el trono por la fuerza. A partir de ese momento, el León Dorado impuso un gobierno opresivo y su reino se sumió en la discordia. La traición contaminó su reinado y sus antiguos aliados se rebelaron contra él. En contraste, el Lobo Blanco, aunque destituido, encontró refugio en la lealtad de otros reinos."
Las palabras de Meron dejaron a Shaamir reflexionando. "Entonces, ¿cuál es la lección que debemos aprender de este cuento?"
Meron se acercó a Shaamir, posando una mano en su hombro y mirándolo con seriedad. "El tiempo ha demostrado que el poder obtenido mediante traición es frágil. En cambio, mantener la lealtad y la integridad construirá reinos más duraderos."
Aunque trató de disimularlo, Shaamir mostró un gesto de duda. Comentó: "¿Estás sugiriendo que quizás no debería seguir el plan de la Reina?"
Meron alzó la cabeza, mostrando sorpresa en su rostro, y se dirigió al pasillo principal. Luego, giró la cabeza y dijo: "Son solo palabras de tu hermano mayor. Al fin y al cabo, el destino del continente está en tus manos." Volvió a girar la cabeza y continuó su camino. Mientras tanto, Shaamir, en silencio y visiblemente contrariado, se retiró por las escaleras que conducían a su habitación.
Con una frondosa cabellera trigueña y unos ojos azules que hacían juego con su camisa blanca adornada con una cinta negra y grabados en la antigua lengua de Tartaros, Shaamir asomó la cabeza en su habitación. El orden meticuloso de su cuarto era evidente. Las palabras de Meron resonaron en su mente, generando inseguridad durante unos minutos mientras buscaba frenéticamente un emblema militar ligeramente descuidado, con las puntas corroídas, pero todavía brillante en algunas zonas.
"Padre, discúlpame. Si estuvieras aquí, esto no tendría sentido. Aunque no quiera hacerlo, la injusticia que sufrieron contigo crea una deuda que no ha sido saldada". Mientras acomodaba sus pertenencias en una pequeña mochila, incluyendo alimentos, un libro y unos misteriosos brebajes guardados en una caja especial, su voz interior resonaba con determinación.
Con la noche envolviendo el pueblo de Tartaros, Shaamir se debatía en confusión. En ese momento, una suave voz emergió desde la puerta de su habitación. "Shaamir, ¿puedo entrar?"
Era su madre, la Reina Natania. Con una frondosa melena rizada que caía en espirales hasta tocar parte de su busto, y unos ojos color turquesa que reflejaban el cansancio por el trabajo extenuante en el reino, vestía un traje rojo con detalles dorados en las mangas y en el cuello, representando las olas. Shaamir se giró, sorprendido por su presencia. "Madre, no pensé que..."
Natania entró con paso decidido, imponiendo respeto con su vestido rojo. Se aproximó a su hijo y lo abrazó con ternura. "Siempre he sabido cuándo algo te preocupa, Shaamir. Después de todo, eres mi hijo."
Shaamir bajó la mirada, sintiendo un nudo en su garganta. "Madre, entiendo que has tomado decisiones importantes para el reino, pero ¿no hay otra forma de proceder? ¿Realmente es este el camino?"
Natania lo abrazó con firmeza antes de hablar. "Cumple con tu propósito, Shaamir. Pero nunca olvides el dolor que tu padre y el reino han soportado."
Tras el abrazo, Natania salió de la habitación, dejando a Shaamir con emociones encontradas. Con la mochila al hombro y el emblema en la mano, salió de su habitación y cerró la puerta tras de sí.
El trabajo había comenzado, y con él, la decadencia de los reinos. Su primera parada sería el reino de Vitalis, un viaje estimado de unos tres días. Uniéndose a un grupo de defensa, Shaamir se preparó para los peligros que la densa vegetación ocultaba, perfecta para emboscadas. La misión consistía en proteger un cargamento vital para un noble y asegurar su llegada segura. Al llegar a Vitalis, los aromas de las diversas plantas cultivadas para pociones les dieron la bienvenida. Rodeado por un río imponente, Vitalis solo permitía el acceso a través de puentes hacia la capital. El control de registro era estricto para evitar tráfico ilegal y plagas en las carretas que transportaban bienes.
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Editado: 23.08.2023