Un fuerte dolor me taladraba la cabeza, me golpeaba cada una de las cavidades del cráneo. No debería sentirme así, se suponía que era un rebelde estrictamente entrenado para cualquier contratiempo, y aun así ahí estaba, quejándome cual nenita de papi. Sonreí al imaginar las burlas de Sara cuando le contara de eso... un momento. Me sobresalte al intentar recordar lo que había pasado, pero solo lograba evocar fragmentos. El escuadrón había logrado entrar a la casa blanca sin contratiempos, habían encontrado la sala de comandos sin ser percibidos. Los hackers incluso habían logrado ingresar de forma exitosa en la base de datos y se deleitaban frente a los jugosos secretos de Estado que se llevarían como premio. Recordaba estar hablando con Dani, la mente maestra del operativo.
—Bueno, bueno señoritas—había dicho Jimy orgulloso— al parecer pueden hacer más que buscar pornografía en línea.
—La mayoría para ti hermano—se había mofado Dani— perdón "comandante"
Entonces recordaba haber oído un fuerte estruendo y luego... nada. Estaba en blanco. Una luz potente lo encegueció, parpadeo varias veces y quedo petrificado. Estaba en un cajón de cristal blanquecino en el que apenas había espacio para moverse. No supo si reírse, gritar, o, para su triste humillación, llorar. Su único miedo vigente demasiado cerca, cerca para alguien con claustrofobia. Respiro una, dos, tres veces. La vista se le nublo, intento aferrarse a la realidad. En cambio, vio imágenes del pasado y lo último en lo que pudo pensar fue en Sara y en aquellos ojos que por tanto tiempo lo mantuvieron a flote, hasta ahora.