Arrepintiéndome de ser tuya.

♡P R Ó L O G O

Era una Berrie, pero mis hermanas y yo, éramos totalmente diferentes, ellas eran espíritus libres, rebeldes y hasta cierto punto, fríos, mi aura se parecía más a la de mi hermano mayor; éramos relajados, pacíficos y no nos gustaba ser el centro de atención ni meternos en problemas, nuestras hermanas decían que éramos los aburridos y aguafiestas de la familia, yo creía que nos divertíamos sin necesidad de asistir a ruidosas fiestas y de meternos en graves problemas, por supuesto que disfrutamos de nuestras etapas de adolescencia y “rebeldía”, pero mis hermanas nos superaron en ambas etapas, que más que etapas, parecían modo de vida.

Nunca terminaría de enumerar las diferencias entre mis hermanas y yo, pero una de las diferencias más destacables es que mientras ellas no deseaban ser mamás, yo había anhelado con llevar a un bebito en mi vientre desde hace muchos años atrás; mientras que Kaylene anhelaba ser una gran artista y Mara buscaba la manera de hacer enojar a mis padres y sacarles canas verdes con sus perversas ideas y su mente abierta, yo anhelaba con crecer, estudiar, encontrar a un chico idóneo para mí y procrear a los pequeños que la vida decidiera darme, no me atemorizaba para nada ser madre, porque mi instinto me indicaba a gritos que nací por y para los pequeños; me fascinaba ayudarlos a pronunciar bien las palabras, adoraba verlos crecer y evolucionar, amaba la manera tierna en la que hacían peticiones, me encantaba su transparencia y sobre todo, adoraba lo mucho que los niños nos enseñaban a nosotros con su transparencia, sabiduría y ningún filtro de por medio.

No quería alardear sobre mí, pero era una mujer paciente, comprensiva y muy cariñosa, era fuerte, decidida y creía tener los valores suficientes para poder criar a un hijo, tenía un trabajo estable, muchísima valentía, una casa que pude obtener con ayuda de mi precioso novio y solvencia económica, creía tener todo para ser madre, ¿el enorme problema? ¡Ninguno de mis intentos había sido efectivo!

Jake y yo habíamos agotado todas las opciones; desde remedios naturales hasta cambios de ginecólogos y visitas al extranjero buscando obtener las respuestas que necesitábamos, pero al parecer todo estaba bien en nosotros; los espermatozoides de mi osito no eran el problema, mis trompas estaban suficientemente abiertas como para que los espermatozoides ingresaran y el óvulo se fecundara, mi edad era la idónea para ser madre, ninguno de los dos tenía alguna enfermedad que nos impidiera ser padres, mis ovarios liberaban óvulos de calidad, no consumía tabaco, alcohol ni ningún tipo de droga, no tenía sobrepeso ni era sumamente delgada, incluso habíamos intentando un inseminación artificial y ni eso era capaz de producir mi cuerpo, ¿¡por qué tenía que pasarme esto a mí?!

Siempre nos decían que era cuestión de esperar a que el momento idóneo llegara, ¡pero estaba cansada de esperar sin obtener lo que quería!

La vida era muy injusta conmigo, porque mientras más deseaba algo, menos lo obtenía, lo que más anhelaba en el mundo era ser madre y el destino no parecía estar interesado en conspirar a mi favor, lo que me hería en demasía y extinguía la enorme paciencia y tranquilidad que siempre me habían caracterizado.

No me gustaba atormentarme mucho, pero era imposible sentir un poquitito de envidia por mi hermana Kaylene, ella nunca quiso embarazarse, menos a su edad, no era una persona paciente, amorosa y mucho menos adecuada para ser madre, pese a todo, Aimeecita nació y llegó a cambiar no sólo la vida de su mamá, sino la de todas las personas que la rodeaban, incluyéndome, porque desde que mi sobrinita llegó, mi deseo de ser madre aumentó en cantidades desmedidas, quería vivir lo que mi hermana vivía y me sentía frustrada al no poder hacerlo, ¿qué debí hacer tan mal como para estar recibiendo este maldito castigo?

Aimee era una bebita preciosa e inteligente casi 2años de edad que ya anunciaba cuando quería hacer del baño, ya se le entendía lo que decía y era experta en hacernos suspirar por lo cariñosa, divertida y traviesita que era, ¿cómo no querría ser madre viendo de tan cerca lo mágico que eso era? ¿Cómo no querría ser madre cuándo mis alumnos se despedían con un enorme abrazo de mí todos los días a la salida del preescolar? ¿Cómo no querría ser madre al tener a un hombre tan extraordinario a mi lado que sería el mejor padre que podría darle a mis pequeños? ¿Cómo no querría ser madre sabiendo la difícil y a la vez satisfactoria tarea que era ser mamá? ¿Cómo no querría ser madre cuando sentía que había nacido por y para eso?

Admiraba a mi hermana menor porque siendo la más pequeña y la que parecía menos interesada en ser madre ni siquiera a largo plazo, logró desempeñar muy bien su labor de madre incluso con la universidad, lo nuevo que fue experimentar un embarazo inesperado y las responsabilidades de casarse cuando nadie lo imaginaba ni esperaba, ella vivía lo que yo tanto había anhelado, la amaba y me sentía muy feliz por ella, pero no poder experimentar esa felicidad, me causaba mucho dolor y me generaba mucha frustración.

Lograr embarazarme no estaba siendo nada fácil, llevábamos años intentándolo y nada daba resultado, ni Jake ni yo éramos estériles, lo que me causaba más molestia aún.

En vista de que nuestros planes de embarazarnos de manera natural «¡y ni siquiera artificial!» eran meros intentos fallidos, tomamos la decisión de adoptar, pero no era el proceso más fácil del universo, se requería de una larga documentación y de una intensiva investigación por parte de las diferentes asociaciones de adopción, me alegraba que se tomaran el tiempo de investigar a los candidatos con el fin de que los pequeños llegaran a hogares llenos de amor, pero cuando anhelabas cargar a un bebito que fuese tuyo, todo te parecía eterno e innecesario.




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