Arrepintiéndome de ser tuya.

♡T R E S

Regresé a nuestro hogar después de comer y convivir con Aimeecita, Kaylene y mi cuñado Alexey, quien llegó justo a la hora de comida, algo que agradecí, pues me la pasé llorando la mayoría de mi estadía ahí por los consejos que me daba mi hermana y por las muestras de afecto de mi preciosa sobrinita, quién no sabía con exactitud qué me sucedía, pero la misma bebita que me acariciaba, besaba y mimaba para hacerme sentir bien, sus papás hacían un gran trabajo a diario con ella, al igual que sus abuelitos paternos, a quiénes también debíamos de agradecerles, porque sin dudarlo ni un segundo, fueron ellos los que se ofrecieron a cuidar a mi sobrinita mientras mi hermana terminaba sus estudios, lo que demostraba lo generosos, buenos, nobles, amables y familiares que eran los Johnson, no cabía ni la menor duda de que mis hermanos eligieron a buenos compañeros de vida y todo gracias a la educación que el señor Daniel y la señora Paulette le dieron a sus hijos, quienes lograron conquistar a mis complicadas hermanas y a mi cohibido Leoncito, ¡cuánto amaba a mi familia!

Kaylene preparó croquetas de coliflor empanizadas con pasta, pescado y ensalada de verduras, todo quedó delicioso y mi sobrinita devoró todo sin problema alguno, hasta la fecha no recordaba alguna ocasión en la que no quisiera comer, era una bebita sana en todos los sentidos.

Mi hermana le mandó una generosa porción de lo que comimos a Jake, algo que le agradecía y estaba segura de que él lo disfrutaría después de su pesado día laboral.

Llegué a casa, guardé en el microondas el recipiente con la comida y me dispuse a sacar ingredientes para preparar un postre, si no cocinaría para él, por lo menos quería premiarlo por el gran hombre que era con un postre que le encantaba; marquesa de limón.

Fui por móvil para conectarlo inalámbricamente a las bocinas integradas de la casa y reproduje mi playlist favorita para sentirme acompañada mientras preparaba uno de sus postres favoritos, lo mejor de todo es que era muy fácil y quedaba listo en cuestión de horas dependiendo de la potencia con la que funcionara el congelador.

Aseé mis manos junto con los limones, los partí y fui exprimiéndolos en un pequeño vaso, colé el contenido y lo vacié a la licuadora junto con leche condensada, evaporada, yogurt griego y un poco de crema ácida «esos dos últimos ingredientes eran secretos, descubrí que le agregaban una textura y sabor exquisito, ojalá que mi secreto siguiese manteniéndose seguro para seguir luciéndome con mis postres», revolví y obtuve la gloriosa y burbujeante mezcla, remojé las galletas de vainilla en un poco de jugo de limón para darle un poco más de acidez al empalagoso postre y en cuestión de minutos, el recipiente quedó lleno de las galletas y de la mezcla, lo tapé y lo metí al congelador mientras lavaba todo lo que ensucié y ordenaba la cocina.

Para mí no era difícil ser ama de casa, algo que a Mara le costaba muchísimo, desde que nos mudamos de la casa de nuestros padres y cuando alquiló un departamento, el caos comenzó a desatarse en su vida, era un tanto desordenada y desorganizada y no dejaba de repetirme lo mucho que le molestaba tener que ser ella la que realizara todo; las compras, el aseo y la comida de vez en cuando, aunque sabía muy bien que le parecía más práctico comer en restaurantes, pues hasta hace unos meses no era buena cocinando, me gustaba creer que algunas personas no llegaban a tu vida a cambiarte, sino a enseñarte y a recordarte que tenías más habilidades de las que alguna vez imaginaste y creía que eso le sucedió a mi hermanita cuando Theo llegó a su vida, porque desde que lo conoció, aprendió a abrir sus sentimientos, a ser más transparente, a no ocultar cosas, aprendió a ser fiel, dedicada y hasta a cocinar, ¡vaya cambios!

Estaba y siempre estaría muy feliz por todo lo que sucediera a mis hermanos, porque la familia lo era todo para mí y aún con diferentes personalidades, temperamentos, metas de vida e ideales, sabíamos que siempre estaríamos para los otros.

Sonreí con nostalgia al amarlos tanto y recordé el motivo por el que me acordé de la loquita y de vez en cuando perezosa de Mara, continuando con el tema, ser ama de casa no era difícil para mí, ni viviendo con mis padres, ni sola y mucho menos con Jake.

Tenía la fortuna de que mi novio no era nada machista; no me obligaba a hacer nada que no quisiera ni me enumeraba lo que tenía que hacer o lo que me correspondía por ser mujer, al contrario, él entendía que las tareas del hogar ni ningún otro tipo de actividades tenían sexo ni fueron creadas para hombres y mujeres, una de los miles motivos que tenía para amarlo desmedidamente.

Al ser neutral, inteligente y respetuoso, teníamos acuerdos en casa, la mayoría de las veces cuando yo cocinaba, él lavaba los trastes «o por lo menos los metía al lavavajillas, algo que también se agradecía, aunque prefería hacer el trabajo manual, me parecía que todo quedaba más limpio» o viceversa, dependiendo la carga laboral que tuviésemos, asignaríamos al indicado para que separara y echara a lavar nuestra ropa, y así con cada labor y tarea de casa era como nos dividíamos el trabajo, amaba que existiera eso entre nosotros, pero en medida de lo posible, me gustaba hacer la mayor parte a mí, esforzarme en tener la casa impecable, en cocinar y ser la responsable de que nuestra ropa oliese divino me hacía sentir más parte de nuestro hogar y mientras pudiese hacerlo, continuaría dando lo mejor de mí para que todo en casa siguiera funcionando tal y como hasta ahora, sin importar la presión, lo ocupada o sin ánimos que estuviese, siempre estaría en mis planes ser responsable y cuidadosa con nuestro espacio más íntimo y sagrado de ambos.




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