Arte en Movimiento

Capítulo 1. Un sueño cumplido.

Farijh.

–¡Abuela, ya me voy! –grité, bajando las escaleras de manera rápida, con mi bolso al hombro, yendo a la entrada de la casa.

–¡Y tu desayuno? –preguntó, asomándose desde la cocina.

–No me da tiempo, se me hace tarde.

–Desvelándote dibujando, de seguro… –murmuró, acercándose con una pequeña lonchera –. Toma, te hice esto para el camino. No debes saltarte las comidas, menos el desayuno, es la comida más importante del día.

–Gracias, abuela. Eres la mejor –le agradecí, besando con cariño su mejilla.

Salí de la casa, luego de desearle un buen día, para correr a la parada del autobús, llegando en el momento justo cuando la última persona iba a subir, lo que me dio la oportunidad de subir a mí también. Que suerte la mía. Por lo general, no tomó siempre el autobús, tenemos un chofer que me hace el favor de llevarme a la universidad, pero enfermó y le dimos unos días de reposo, así que, por ahora, somos mis pies y yo.

Luego de pasar la tarjeta, busqué un lugar vacío, encontrándolo cerca de una ventanilla. Ya más tranquila, recuperando el aire por la carrera, revise la lonchera que la abuela me preparo: Un sándwich de pollo y queso, jugo de uva y una manzana amarilla. Suspire enternecida por su dulce gesto, comenzando a comer.

Antes de seguir con esto, tengo que presentarme: Mi nombre es Farijh Elena Spencer, tengo veintitrés años, y aunque nací y viví en Seúl toda mi vida, no soy coreana. Mis padres son ingleses, así que también lo soy. Mis rasgos físicos no son muy finos, pero tampoco toscos, tengo el cabello ondulado, aunque a veces parece liso. Mis ojos son marrones, mi piel es blanca y mi cuerpo no es delgado ni desgarbado, de hecho, tengo curvas, pero hay un problema: Soy pequeña.

Mi estatura no pasa de los 1.63 metros, lo que me hace pequeña, más pequeña que las personas de aquí, y eso a veces me hace sentir mal. Lo arreglaría con zapatos altos, por lo que suelo usar tenis o zapatos con plataforma, pero no zapatillas, a menos que sea un evento muy elegante. Me considero una persona muy paciente, sensible y reservada, me gusta tener mi espacio y que los demás lo respeten.

Volviendo a lo anterior, mi abuela tenía razón, me desvele dibujando hasta altas horas de la madrugada, no paisajes o retratos, eran pasos de baile, técnicas y movimientos que quería incorporar a una nueva coreografía. Dibujar es algo que hago muy bien, y como soy muy perfeccionista, me gusta tener todo plasmado, para no pasar por alto ningún detalle que puede llegar a ser importante.

Puedo pasar un día entero dibujando, por eso cuando lo hago, debo recordarme que debo dormir y comer, lo que hace que me levante con atraso en la escuela, porque no me gusta irme a dormir pensando en que pude terminarlo o que no todo quedo claro. Hablando de la escuela, estoy estudiando Historia del Arte, y todo eso se debe a una razón: Mis padres.

Ellos son dos artistas muy reconocidos tanto en la pintura y escultura, muy famosos, aunque nadie sabe que tienen una hija, lo que es bueno, el anonimato es algo que me gusta mucho. Constantemente ellos están de viaje, aprendiendo más, compartiendo sus conocimientos e inspirándose a crear nuevas piezas de arte.

Así ha sido toda su vida, incluso cuando nací, no dejaron ese estilo de vida, pero no me he sentido abandonada, ellos siempre están al pendiente de mi con llamadas, mensajes, regresando en fechas importantes y demostrándome que me aman, son grandes padres.

Tienen su principal galería aquí, en Seúl, y sé que, en un futuro, yo tendré que dirigirla, por ello, he estado estudiando mucho para nutrirme de todo el conocimiento posible, aunque mis padres hacen un gran trabajo, siento que aquí lo estoy reforzando, creo que es más por una formalidad. Nunca lo he considerado como una obligación, me encanta la galería, me encanta el arte, es una manera hermosa de transmitir las emociones, ideas y pensamientos.

Luego de otro par de minutos, llegué a mi destino, por lo que bajé del autobús, con mi libreta en mano, revisando más minuciosamente lo que hice ayer, colgando la lonchera en mi antebrazo y mi bolso en mi hombro, ligeramente abierto porque saqué la libreta.

Iba muy enfocada en revisar mis dibujos, cuando una voz femenina y dulce llamó mi atención. Alcé la mirada, buscando esa familiar voz, observando a la dulce Rosie Barton correr emocionada hacia mí, con una sonrisa dulce y ojos brillosos, haciéndome sonreír de inmediato.

Rosie es de las niñas más dulces, cálidas y tiernas que he conocido, una de mis mejores alumnas en la academia de baile, una niña que amó con todo el corazón.

–Señorita Spencer, que alegría verla –me saludó, sonriendo con mejillas sonrojadas.

–Hola, Rosie. Que sorpresa encontrarte –le respondí, notando que estaba sola –. ¿Y tú acompañante?

–En esa cafetería, hemos venido a comprar el desayuno –señaló un local no muy lejano, tranquilizándome al ver que no estaba sola.

–Muy bien, Rosie. Espero desayunen delicioso.

–Muchas gracias. Estoy muy emocionada por su clase de esta tarde.

–Recuerda que practicaremos la coreografía para el evento de unos das, debes estar preparada –le recordé, notando que alguien con gorra y lentes oscuros se acercaba a nosotras.




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