Zoe nació hace 35 años en el seno de una familia acomodada. Su padre era embajador de Francia en la Polinesia Francesa. Ella, hija única y su madre, una pintora amante de Gauguin. Desde niña Zoe se acostumbró a ver a su madre frente a un lienzo, entre pinceles y acuarelas y se empapó de esa pasión. Cuando su padre anunció que tenían que trasladarse a Haití por su nombramiento, Zoe pensó en unas vacaciones en un paraíso tropical, y es que Tahití, la isla más grande de la Polinesia Francesa, es un paraíso cautivador enclavado en las azules aguas del Pacífico sur. Famosa por sus playas idílicas, sus frondosos bosques tropicales y su cautivadora cultura.
La costa de la isla está adornada con una cadena de playas prístinas, cada una con su propio encanto único. Desde las suaves arenas blancas de Puna Pau hasta las costas volcánicas negras de Taharuu, las playas de Tahití son un refugio. Y, adentrándonos en el interior, Tahití desvela sus frondosos bosques tropicales, rebosantes de flora y fauna exóticas.
Los bosques tropicales de la isla también son el hogar de cascadas que añaden un dramatismo a la belleza del paisaje. Zoe vivió la calidez y la hospitalidad de la gente de Tahití, conocida por su tranquilo comportamiento y su espíritu acogedor. Tahití cautivó sus sentidos.
Montmartre, un nombre que resuena con ecos de un París bohemio y artístico, es el escenario donde comienza nuestra historia. Esta colina, la más alta de la ciudad, se alza como un bastión de creatividad y libertad, un refugio para artistas, poetas y soñadores. Con sus calles empedradas serpenteadas por escaleras interminables, Montmartre guarda el alma de un París que se resiste a desaparecer en la modernidad.
Desde los días de Toulouse-Lautrec y Picasso, Montmartre ha sido un santuario para aquellos que buscan inspiración en sus vibrantes cafés, sus cabarets llenos de vida y sus estudios ocultos entre callejuelas. Aquí, cada rincón cuenta una historia, cada ventana parece abrirse a un pasado donde el arte era tan vital como el aire que se respira.
En esta atmósfera impregnada de historia y misterio, se encuentra la galería de Zoe, un espacio que desafía las convenciones del arte tradicional. Situada en una esquina poco convencional de Montmartre, la galería se distingue por su fachada moderna y elegante, un contraste intrigante en medio de las estructuras históricas que la rodean. El nombre de la galería, "L'Art Marginal", brilla en letras elegantes sobre la entrada, invitando a los visitantes a explorar un mundo donde el arte desafía los límites.
Dentro de la galería, las paredes están adornadas con obras que desafían la percepción y provocan al espectador. Aquí, el arte marginal toma el centro del escenario: obras de artistas no convencionales, piezas que mezclan lo bello con lo macabro, lo surrealista con lo tangible. Cada pieza cuenta una historia, cada creación es un vistazo al alma de su creador.
Zoe, la dueña y creadora de este espacio insólito, es una figura conocida en Montmartre. Con su elegancia innata y su ojo para lo excepcional, ha convertido su galería en un punto de encuentro para los amantes del arte y coleccionistas de todo el mundo. Sin embargo, detrás de su sonrisa enigmática y su mirada penetrante, se esconde una profundidad y una complejidad que pocos pueden discernir.
Montmartre y la galería de Zoe son más que un escenario para nuestra historia; son personajes vivos que respiran, testigos silenciosos de los eventos que están a punto de desgranarse. Los secretos de Montmartre y el enigma de "L'Art Marginal" se entrelazan, marcando el inicio de un relato donde el arte y la vida se encuentran en un baile peligroso y fascinante.