Danny era un niño bastante normal si se lo veía de lejos, pero lo cierto era, que sus padres adoptivos lo consideraban una desgracia.
Los Weeler habían adoptado a Danny cuando este era apenas un bebé, la razón para ello había sido que Rose Weeler, después de su primer parto, fue informada de que no podría tener más hijos. Los Weeler habían planeado tener una familia numerosa, de modo que optaron por el método alternativo. Sin embargo, se encontraron con que por algún motivo, eran incapaces de querer a aquellos niños. Con todo, habían logrado ir avanzando, pero Danny era definitivamente, y en su opinión, el peor error que habían cometido.
De los tres niños que habían adoptado, al que nunca lograron adaptarse fue a Danny. Había sido un bebe precioso, y en cuanto Rose lo había visto, se había prendado de aquellos hermosísimos y extraños ojos de color violeta, pero pasados unos días comenzó a preocuparse. El pequeño desde la cuna demostró no ser normal. Prácticamente no dormía durante las noches, y aunque no lloraba mucho, a Rose le preocupaba que cada vez que se levantaba a revisarlo, el niño tenía los ojos abiertos. Caminó sumamente rápido y habló más de prisa aún, pero conforme pasaba el tiempo, a Rose le entró pánico. A los tres años, Danny había tirado la puerta de su habitación en un momento de ira y ni ella ni su esposo tenían idea de cómo había sucedido. El día de su cuarto cumpleaños, habían decidido llevarlo junto con sus hermanos a dar un paseo por el parque donde harían un picnic, pero Danny no quería ir, así que tuvieron que subirlo a la fuerza en el coche, y apenas habían rodado unos kilómetros, los cuatro neumáticos del coche estallaron sin explicación alguna. Y no conforme con eso, se desparramó un aguacero que rayaba en el diluvio. A los cinco años, sus hermanos solo hacían lo que él les indicaba, y si se le antojaba que no quería algo, pues ninguno de los otros lo aceptaba tampoco. El año anterior, cuando comenzó a ir a la escuela, rápidamente iniciaron las quejas. No prestaba la debida atención, se distraía con todo, y en un paseo al Museo, la profesora se había detenido con el grupo de niños ante una sala que exponía objetos de la cultura Celta. En realidad ella no tenía intención de someter a niños tan pequeños a las pesadas explicaciones del encargado del lugar que en ese momento respondía a las preguntas de un grupo de turistas, y solo se habían detenido a esperar que se despejara el paso. Sin embargo, Danny se enfrascó en un pleito con el guía discutiéndole acerca de un objeto que el hombre acababa de decir que pertenecía a la época de La Tène y el pequeño porfiaba que pertenecía a la época Hallstatt. Obviando el hecho de por sí insólito, de que una criatura de seis años desafiará la autoridad de una persona mayor, lo realmente impactante fue el motivo de la discusión. Luego de aquel vergonzoso incidente, el Director del Museo intentó ponerse en contacto con los Weeler en diversas oportunidades, pero estos se negaron.
Toda esta serie de eventos le habían valido a Danny los más crueles castigos y las más brutales palizas. Los Weeler intentaron, sin éxito, devolverlo al orfanato, y a estas alturas se planteaban enviarlo a un correccional en cuanto fuese posible, pero del mismo modo que sus padres lo odiaban, sus hermanos lo adoraban.
De modo que aquel 21 de diciembre, Danny despertó alborozado cuando sus hermanos entraron en su habitación a felicitarlo por su séptimo cumpleaños. Sabía que sus padres ni de chiste prepararían ninguna clase de celebración, de modo que ellos habían planeado la suya. Sin embargo, no había terminado de vestirse cuando la voz estridente de su madre le ordenó bajar. Los chicos se miraron preguntándose qué nuevo desastre habría hecho su hermano, pero este les aseguró que en esta ocasión no había hecho nada, de modo que bajaron en silencio dispuestos a enfrentarse a la ira de sus padres aún sin saber el por qué, pero al llegar abajo, su sorpresa fue enorme.
Aquello estaba completamente fuera de lugar. Primero, porque sus padres jamás habían permitido que Danny llevase a un amigo ni siquiera a tomar agua, menos aún que recibiera alguna visita. Así que fue necesario que le repitiesen que alguien lo esperaba en el salón para que el pequeño comenzase a moverse.
Danny entró al salón y se encontró con una mujer bastante más joven que su madre y con un aspecto mucho más agradable. Era rubia, alta y con unos chispeantes ojos verdes. Al verlo entrar se levantó y caminó hacia él con los brazos extendidos.
Danny se encontró en brazos de aquella desconocida, pero su pequeño cerebro repasaba a toda prisa su archivo mental y no lograba ubicar su identidad, aunque por algún extraño motivo se le hacía muy familiar. Por un momento albergó la muy tonta esperanza de que aquella mujer fuese su verdadera madre, pero nada había en su aspecto que se asemejara al suyo. Sin embargo, era algo que siempre había esperado, ya que en muchas ocasiones había tenido la sensación de que alguien esperaba por él en algún lugar. Se obligó a prestar atención.
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Editado: 23.07.2022