Arzhvael (libro 1. El Origen)

Cap. 3 ¿Hermanos?

 

Samantha estaba en el despacho de la madre Cecilia, si había alguien a quien echaría de menos sería a ella.

  • Así que ya llegó la hora de que nos dejes, jovencita – dijo la madre al verla acercarse.
  • Sí madre, pero antes de irme quería darle las gracias, ha sido usted muy buena conmigo

La niña en un súbito arranque se abrazó a la madre y sollozó.

  • Vamos, vamos – dijo la monja – no es como si no fuéramos a vernos nunca más, tengo entendido que puedes venir de vez en cuando  --  y miró a Iván.

La niña sonrió a la mujer, hablaron un rato más y al final se despidieron. La madre Cecilia se quedó un buen rato observándolos alejarse por el camino.

  • Que Dios te acompañe y te depare un mejor futuro que a tus infortunados padres, Samantha -- suspiró y se retiró a sus quehaceres.

Ya se habían alejado bastante, cuando Iván se detuvo.

  • ¿Qué sucede?  --  preguntó la niña
  • A pesar de que no has preguntado dónde está el lugar al que nos dirigimos, puedo asegurarte que está bastante lejos y no podemos llegar andando  --  le dijo él

La niña miró a su alrededor y no vio nada que le sugiriera la presencia de algún medio de transporte.

  • ¿Sacará una escoba voladora de su bolsillo?  --  preguntó en tono burlón

Él la miró un momento y luego sonrió, ciertamente no podía negar su sangre.

  • No  --  le dijo  --  hay una forma mucho más rápida y segura.

Extendió su mano y la acercó a los ojos de la niña.

  • Cierra los ojos, Samantha  --  y mientras le decía esto, colocaba un dedo en el centro de la frente de ella.

Obediente, Samantha hizo lo que le indicaban, y unos segundos después se sintió arrastrada por una fuerza invisible, pero, aunque quiso abrir los ojos, no pudo hacerlo.  Poco después, todo pareció aquietarse.

  • Ya puedes abrir los ojos  --  le dijo Iván.

Iván vio por primera vez la sorpresa en el rostro de la pequeña, y realmente ella lo estaba. El lugar era hermoso, estaban parados en medio de un jardín bellísimo, las flores parecían de cristal y los colores eran tan brillantes que lo único que se le ocurrió a Samantha, era que parecían estar “vivas”

  • Lo están  --  dijo Iván  --  Todo lo que nos rodea tiene vida.

La niña lo miró y sonrió. Pero no tuvo tiempo de hacer ningún comentario, porque una voz la hizo volverse.

  • Perfecta sincronización  --  decía la voz que pertenecía a una mujer muy hermosa que se acercaba acompañada de un…

Samantha tuvo que hacer un gran esfuerzo para no emitir la exclamación de sorpresa que acudió a su garganta.

  • ¡Por los tesoros del Gran Druida!  --  dijo la mujer mirando a Samantha mientras que ésta e Iván miraban a su pequeño acompañante

Cuando el chico estuvo lo bastante cerca, se quedó mirando con cara de susto a Samantha. La razón para ello era que ambos tenían la impresión de estarse mirando al espejo. La mente de Samantha comenzó a correr enloquecida, mientras que la de Danny pareció quedar congelada.

Iván le colocó una mano sobre el hombro a la niña con la intención de tranquilizarla.

  • Vamos  --  dijo Iván  --  Eowaz nos espera.

Ni Samantha ni Danny, quien seguía teniendo la mente en blanco, hicieron preguntas ni se mostraron curiosos por saber quién era ese que los esperaba, y se limitaron a caminar con los otros dos. Pero mientras Samantha seguía tejiendo las más locas ideas y no dejaba de mirar a Danny, éste se negaba tercamente a levantar la vista del camino, lo que en medio del caos mental de la niña, la hizo llegar a la conclusión de que por algún motivo, él parecía temerle y esto la hizo sonreír.

Ocupados como estaban en sus propios pensamientos, no notaron nada su alrededor. Habían entrado a un edificio de aspecto moderno y caminaban apresurados por el amplio vestíbulo, pero las personas con las que se cruzaron, los veían con  franco estupor. Sin embargo, y aunque algunos parecieron tener la intención de decir o preguntar algo, una mirada de Iván bastó para disuadirlos de sus intenciones, fueran cuales fueren éstas. Al fin accedieron a uno absolutamente vacío, y quizá por el cambio de ambiente, del bullicioso vestíbulo a la quietud y silencio del lugar, por primera vez Samantha prestó atención.

Se fijó que las paredes eran grises, pero no del gris desvaído que estaba acostumbrada a ver en las paredes del orfanato, sino que parecían casi pulidas. Los pisos semejaban espejos, y aunque no podía ver lámparas ni ventanas, la iluminación era muy brillante.

Se detuvieron al final de ese pasillo ante una gran puerta en forma circular, que se abrió en cuanto llegaron a ella. Cuando entraron, el corazón de Samantha pareció encogerse. Las dimensiones de aquella sala no eran exageradas, pero su aspecto fue lo que tanto a ella como a Danny, que por fin había dado señales de vida, fue lo que los sorprendió.

Era una sala circular, el piso y el techo tenían el mismo aspecto pulido y brillante que los del exterior, pero las paredes… ¡no había paredes! Y a pesar de que ni Samantha, ni Danny, recordaban haber subido ningún tramo de escaleras, era evidente que se encontraban a mucha altura, tanta, que podían ver las nubes a su alrededor.




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