Fritz Jorgensen, científico danés de la Estación Nord ubicada en el Noreste de Groenlandia, fue violentamente sacado del sueño por el zumbido de su beeper. Aunque teóricamente estaba de guardia aquella noche, en esa época del año no había mucha actividad, por lo tanto estaba tomándose un descanso, pero al escuchar el beeper se levantó apresuradamente jurando por lo bajo, y mientras caminaba por los pasillos prometió que si era alguna tontería de alguno de los nuevos técnicos, el responsable no saldría de los archivos en una buena temporada.
No obstante, apenas entró a la Sala de Observación, notó que había un inusual movimiento. Varios de los científicos corrían de un lado a otro y observaban los instrumentos en las consolas.
Pero se interrumpió cuando un timbre comenzó a sonar. Se dirigieron en forma apresurada hacia los aparatos, pero no fue necesario llegar. La Sala de Observación era un lugar donde la mitad superior de las paredes era de plexiglás, por lo que podían ver el exterior todo el tiempo. Y lo que vieron les hizo emitir una exclamación.
Dijo aquello de muy mal humor, primero porque no le gustaba nada que se saliera de lo usual y alterara su ordenado mundo, segundo porque todos conocían las ideas de aquel técnico, que para ser un hombre de ciencia, exhibía un pensamiento enormemente arcaico.
Pero mientras él pensaba todo ello, vio que los demás comenzaban correr de un lado a otro con hojas impresas y comparaban los resultados emitidos por unas y otras máquinas. Harto, Jorgensen detuvo a uno arrebatándole las hojas para mirarlas.
Las cifras que estaba viendo eran impronunciables. Tenía que haber algún error y alguien iba a pagar muy caro aquello.
Pero de nuevo fueron interrumpidos, aunque esta vez fue por una alarma estridente que comenzó a sonar en el momento en que veían el fenómeno a través de los cristales.
Después de todo, al parecer sí estaba sucediendo algo.
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Cuando volvieron a sentir tierra bajo sus pies, los niños abrieron los ojos, ya que los habían cerrado fuertemente al sentirse halados por una fuerza invisible.
Miraron hacia ellos y vieron a Vlad arrodillado en el piso y con la mano en el pecho tosiendo mucho.
Pero mientras ellos atendían a Vlad, escucharon un grito.
Voltearon con rapidez y vieron a Gail tendido en el piso y a Aderyn arrodillada a su lado. Iván dejó a Vlad con Eve y corrió hacia donde estaban los niños.
Abrió la camisa de Gail y frunció el ceño. Tenía una herida de aspecto desagradable en el hombro. Iván detuvo la sangre, y aunque seguía teniendo mal aspecto, no había mucho más que pudiese hacer por el momento. Miró a los demás para cerciorarse de que todos estuviesen bien. Sam aún estaba muy pálida y conservaba cierto tono azulado en los labios, pero evidentemente el aumento en la temperatura de aquel lugar había contribuido a que tuviese mejor aspecto.
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Editado: 23.07.2022