Arzhvael (libro 10. Criaturas Mágicas)

Cap. 21 Regalos

 

Iker se encontraba en su cama mirando al techo y de pronto sintió deseos de reír y no por un pensamiento feliz precisamente, sino porque se preguntó qué hacía allí acostado si llevaba cuatro años sin poder dormir. Las noches eran quizá la peor parte de los días, porque eran los momentos en los que Iker le daba cierto espacio a los sentimientos y recordaba. Recordaba sus primeros años de infancia, recordaba a su hermana y a Gema, las locuras de sus primos y el calor familiar que, aunque todos pensaban que lo traía sin cuidado, no era así.

Prestó atención y al comprobar que ya Nathaniel había despertado y se disponía a bañarse, él salió del lugar que lejos de proporcionarle descanso, se había convertido en un objeto de tortura. En cuanto estuvo correctamente vestido se dirigió a la habitación de su primo y lo encontró aun a medio vestir.

  • Buen día, Iker – lo saludó Nat mientras se colocaba la camisa – ¿Qué? – preguntó al ver que Iker lo miraba con atención
  • ¿Es solo por darle gusto que lo usas? – preguntó el chico a su vez

Nat se llevó la mano al pecho y su mente lo lanzó al día que había alcanzado la mayoría de edad. Ese día y como cabía esperar, Nat había amanecido sumamente triste y deprimido, pues aquel estaba lejos de ser el ambiente en el que habría esperado encontrarse en un día tan importante como aquel. A esa hora ya sus hermanos y primos, con seguridad lo habrían despertado con mucho escándalo y ahora estarían en el comedor compartiendo un ruidoso desayuno, después de lo cual, y como ya estarían en Develieng, sus padres habrían hecho acto de presencia para felicitarlo y entregarle el tradicional anillo con el escudo de armas de los Rozenweigg, porque naturalmente Iván nunca había utilizado el que por derecho de sangre le correspondía que era el de los Natchzhrer.

No obstante, ese día Iker había hecho un alto en las hostilidades con Ioan y había aceptado estar presente en la comida, aunque su participación en la misma fue puramente decorativa, como diría él mismo con posterioridad, pues su contribución en la conversación fue nula y tal vez había sido mejor así en opinión de Nat, porque por descontado nada de lo que le dijese a Ioan habría sido agradable, pero sumado a eso, Nat fue consciente de las miradas que las vampiresas presentes le dirigían a Iker y estaba positivamente seguro que si a alguna se le ocurría la nada recomendable idea de hablarle, las cosas iban a ponerse mal, ya que si antes Iker parecía encontrar inaguantable la charla de la mayoría de las chicas, no se quería imaginar cómo les habría ido a unas que odiaba de forma visceral.

Después de la comida, Ioan le había hecho entrega de una caja de terciopelo negro con el ya familiar escudo del águila bicéfala, y aunque la misma era originalmente negra, en esta ocasión y como el fondo era de aquel color, el emblema venía en dorado brillante. A pesar de que ya Nat se imaginaba de lo que se trataba, igual lo abrió y vio con poca sorpresa que era un medallón y naturalmente grabado con el escudo familiar; le dio vuelta y allí estaba su nombre: Nathaniel Vladimir Natchzhrer. Agradeció con escasa emoción el regalo, pues no se trataba del anillo que había esperado recibir aquel día, y luego Ioan lo condujo a lo que llamaban el gran salón y a donde habían sido conducidos por primera vez ante Ioan cuando habían sido hechos prisioneros. El salón seguía igual, aunque notó una variante, porque donde antes solo estaba el asiento de Ioan, ahora había dos.

  • ¿Por qué haces esto, Ioan? – preguntó una vez que estuvieron sentados
  • Porque es tu derecho, fil
  • No soy un vampiro – puntualizó Nat
  • Pero sigues siendo mi nieto y príncipe de tu raza

Unos segundos después y antes de que Nat pudiese replicar como de costumbre, el salón se había llenado de vampiros y todos estaban inclinados ante ellos.

  • A partir de hoy, ningún vampiro del mundo podrá desobedecerte, y lo que ves, es su aceptación y símbolo de adhesión a tu sangre
  • Zarerket, fenség [1] - dijeron todos

Nat no tenía idea de qué decir suponiendo que debiese hacerlo, pero casi inmediatamente escuchó a Ruslam.

  • No tienes que decir nada, solo expresan lo que Ioan acaba de decirte, pero, lo que no te dijo y es conveniente que lo sepas, es que todos estamos obligados a obedecerte siempre y cuando tus órdenes no vayan en contra de las suyas, y eso, por supuesto, incluye que no puedes marcharte de aquí sin su autorización, ni tus amigos tampoco

Aunque ciertamente Nat no había tenido ocasión de pensar en nada, aquello no lo sorprendió mucho. Un momento después los vampiros abandonaron el salón y escuchó de nuevo a Ioan.

  • ¿Preparado para recibir tu próximo regalo? – le preguntó

Pero no le dio ocasión para responder, sino que le hizo una seña a Ruslam y este a su vez debió hacérsela a alguien más, porque a continuación entró un grupo de lindas señoritas en diversos estados de desnudez. Nat era un chico sano y normal, de manera que su cuerpo tuvo la natural reacción ante lo que estaba viendo.

  • Ya eres un hombre, fil, y además un príncipe, así que puedes escoger la que más te guste o a todas si te parece

Si bien al principio el cuerpo de Nat había reaccionado en consecuencia, al escuchar a Ioan, lo que sintió fue una intensa repulsión y casi se sintió enfermo. Lógicamente Ioan percibió todo esto y se apresuró a aclarar lo que pensó podía estar causando aquella reacción.

  • No son vampiresas y…
  • ¡Me trae sin cuidado lo que sean! – le gritó Nat poniéndose de pie – ¡Tú lo acabas de decir, grandísimo cretino! – siguió gritando, aunque no había notado que Ruslam había hecho salir a toda prisa a las chicas – ¡Soy un hombre, y cuando quiera a una mujer, me la procuraré yo mismo!




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