Arzhvael (libro 10. Criaturas Mágicas)

Cap. 37 La revuelta

 

Si bien las insurrecciones vampíricas a gran escala, prácticamente habían desaparecido hacía muchos años con la emprendida por Ioan y que finalmente lo había posicionado como el jefe supremo y príncipe de los vampiros, y aunque le tomó mucho tiempo lograr la estabilidad pues no bastaba con haber accedido al poder, sino que tuvo que aplicarse mucho tanto para mantenerse en él como para encarrilar a los demás, las revueltas seguían formando parte de la cotidianidad de aquella raza por su proverbial incapacidad para la obediencia, y por su salvajismo innato o adquirido, dependiendo de los casos, pero eran solo eso, escaramuzas que fastidiaban mucho a los jefes de los clanes por las pérdidas que sufrían a raíz de las mismas. No era que a ellos les interesase o les doliese, sino que aquella era una cuestión puramente numérica debido a lo mucho que les costaba hacer transformaciones útiles. Debido al salvajismo que adquiría un vampiro transformado, rara vez podía efectuar una transformación como correspondía y terminaban por matar a su víctima, de manera que las transformaciones corrían a cargo de vampiros con muchos años y que ya tenían un mejor control sobre sus instintos. Era por lo anterior que los miembros del Ellàtás se molestaban tanto cuando eran informados de aquellas revueltas.

Una de las cosas que había contribuido en gran medida a conservar esa paz relativa que vivían, era el juramento que habían efectuado los que quedaron como jefes de las otras ocho familias y del mismo Ioan, en el sentido de respetar la vida de los demás jefes y de sus descendientes.

 Ruslam nunca estuvo de acuerdo con esto, porque en su opinión, ese juramento limitaba los actos de quien ostentase la jefatura de su familia, pero no los de sus descendientes ni de sus seguidores, pero el tiempo demostraría que tanto él como Ioan habían tenido parte de razón, porque habían tenido la mencionada paz relativa que perseguía Ioan, pero al mismo tiempo, y como dijo Ruslam, no faltó quien intentase deshacerse de sus cabezas. No obstante, los ataques y si bien era casi seguro que estuviesen orquestados por ellos mismos, al no poder ejecutarlos con sus propias manos, el asunto fracasaba debido a que matar a individuos como Ioan, Ruslam, Levka o Gavrel que eran los blancos más frecuentes, no era asunto sencillo para quien no estuviese a su mismo nivel de antigüedad.

Como ya se dijo con anterioridad, de los nueve vampiros originarios cinco eran entidades masculinas, a saber: Natchzhrer, Vaesen, Urdalak, Vrolok y Borgrevik; y cuatro femeninas: Vadik, Stvaren, Nekrasov y Yarakiv. Esos eran sus nombres originales que luego derivarían en el apellido de sus familias.

Natchzhrer tuvo descendencia con Vadik y con Stvaren. Borgrevik y Urdalak la tuvieron con Nekrasov, mientras que Vaesen y Vrolok la tuvieron con Yarakiv. De estas primeras uniones, los descendientes heredaron el nombre de la entidad masculina convirtiéndolo en el apellido de su descendencia, pero de ahí en adelante y cuando las entidades femeninas comenzaron a concebir con otros vampiros no originarios, sus descendientes heredaron sus nombres como apellido.

De manera que, y por lo anterior, los hermanos Vadik y Stvaren eran a su vez hermanos de Ioan por parte de madre, y tanto los unos como los otros eran conocidos dentro de su sociedad no solo por su peligrosidad, sino por su absoluta y probada lealtad a Ioan.

A pesar de que habían logrado mantener a raya a los más problemáticos, las ansias de poder seguían latentes especialmente en Sindre y Egor, pero como hasta la fecha no habían sufrido de muchas limitaciones y hacía mucho que habían abandonado aquella necedad de tener un representante ante los arzhvaels, se habían mantenido más o menos tranquilos, pero cuando Nathaniel apareció en el horizonte, las cosas comenzaron a complicarse.

Ruslam sabía que aquello iba a pasar y fue un riesgo calculado, lo que falló en sus planes fue que no pensó hasta dónde podía llegar la terquedad de Nathaniel y su frontal resistencia a ser transformado. Ioan había albergado la necia esperanza de que Iván se aviniese a regresar a cambio de que le fuese devuelto su hijo, pero como Ruslam no había olvidado que Iván aun siendo un niño demostró tener una voluntad de hierro, estaba bastante seguro que no era por aquel camino que lo conseguirían. Sin embargo, cuando conoció a Nathaniel y más adelante al comprobar los poderes del chico, pensó que podría convertirse en el sustituto de Iván y que así Ioan dejase de una vez aquella necedad, pero si bien se las arregló para unir a Nathaniel y a Ioan de forma bastante efectiva, lo que no había conseguido aún era que el muchachito aquel aceptase de una vez ser transformado. Aunque aquella espera habría podido alargarse, porque no era como si no tuviesen un gobernante, lo que aceleró los acontecimientos fue la estúpida captura del berserker y que Ioan le permitiese a Nathaniel ir a hablar con él, ya que eso a juicio de sus enemigos internos, era la antesala para entrar de nuevo en un período como el que había seguido al matrimonio de Ioan con Evarig, es decir, que iban a camino a pactar una tregua y con ello perderían todo el terreno que habían ganado hasta ahora y posiblemente más, porque los Svartálfar al verse traicionados, la emprenderían en su contra, y aunque no representaban un enemigo muy peligroso para ellos, tener a otro grupo en contra de su raza atrasaría mucho más sus planes.

A pesar de todo lo anterior, y aunque Sindre y Egor habían tomado como bandera la detención de Báran, de lo que parecía que o bien no habían tenido ocasión de ocuparse, o no lo habían hecho como era debido, era de organizar sus fuerzas a juzgar por los catastróficos resultados que estaban obteniendo.




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