Arzhvael (libro 10. Criaturas Mágicas)

Cap. 38 Problemas grandes y pequeños

 

Elijah entró a la habitación de Brendan y lo encontró sentado en la cama sujetándose la cabeza con las manos, de modo que arrugó el entrecejo y se preparó para escuchar otra larga exposición de por qué su hermano se sentía el individuo más miserable de la tierra, así que con un suspiro de resignación fue a sentarse en un sillón.

  • Brendan…
  • Me odia, Eli – dijo él antes de que Elijah pudiese completar la frase y eso lo confundió
  • Te odia – repitió – ¿Quién exactamente? – preguntó con cautela
  • ¿Cómo que quién? – preguntó a su vez Brendan poniéndose de pie y comenzando a pasearse por la habitación – Gali

Elijah se rascó la cabeza y pensó que aquello era una novedad en el discurso, pero se preguntó por qué Brendan pensaba aquello suponiendo que hubiese una razón.

  • Veamos Brendan, aunque dudo mucho que eso sea así, tal vez si me explicas por qué supones eso…

Sin embargo, Brendan no lo dejó finalizar y comenzó a hacerle un pormenorizado relato de cómo habían estado las cosas el día del cumpleaños de las trillizas, lo que había sucedido en el jardín, su posterior huida, el extraño encuentro con sus padres y el regreso. Elijah había escuchado con paciencia, y aunque en principio le había alegrado mucho que su hermano hubiese dado el paso definitivo, luego quiso apalearlo por su necedad al huir de aquella manera, y finalmente había terminado riendo por la absurda conclusión a la que había llegado Brendan.

  • ¿Te parece gracioso, Elijah Daniel? – preguntó Brendan con cierta nota de disgusto
  • Seguro, pero apartando eso, pienso que fuiste muy estúpido al huir de esa manera causándole una preocupación innecesaria a nuestra madre – dijo y su tono había pasado de divertido a molesto

A Brendan le extrañó poco eso último, porque todos sabían que podían hacer casi cualquier cosa y la extensión del discurso de Elijah variaría de acuerdo al tamaño de la falta, pero cuando hacían algo que contrariase, preocupase o doliese a Samantha, a lo que debían enfrentase era a la decidida ira del chico que consideraba cualquiera de las faltas anteriores un verdadero crimen. De manera que después de escuchar en silencio todo lo que Elijah tenía que decir al respecto, volvió a su problema original.

  • Ahora no sé qué hacer, porque mi chiquita ni siquiera me habla
  • Realmente estás siendo muy necio, Brendan y deberías prestar atención a lo que te dijo G – pero como Brendan lo miró sin comprender, agregó – Ya sabes, aquello de que Gali había dejado claro que te amaba
  • No estoy muy seguro de…
  • Deja de comportarte como un crío que ciertamente ya no eres, Brendan Cornwall – lo interrumpió y luego agregó con algo más de suavidad – Tú la has visto crecer y la conoces tan bien como todos nosotros, hermano, dale tiempo a que se le pase el enfado y verás que todo vuelve a la normalidad
  • Tú no entiendes, Eli, porque nunca has estado enamorado y…
  • Gracias a los dioses – lo interrumpió él, aunque Brendan no pareció darse por enterado
  • … no sabes lo que duele que la chica a la que amas te ignore. No sabes lo que es querer abrazarla y no poder ni siquiera acercártele. Estoy enloqueciendo, hermano, y si no me ayudas, es seguro que voy a cometer una estupidez aún mayor.

Finalmente, Elijah tuvo que prometerle hablar con su hermana, pero abandonó aquella habitación pensando que, en medio de todo, en verdad debía recordar agradecer a sus divinos parientes por haberlo librado del odioso trámite de enamorarse, ya que sin duda aquello parecía una cosa muy peligrosa independientemente de si se era un berserker o no.

 

Cerca de la hora de la comida, Samantha entró al salón donde solían reunirse los chicos, pero no estaban todos. Esta era una circunstancia normal, porque ya no eran niños y si bien seguían siendo muy unidos, ahora cada uno tenía intereses y compromisos particulares, de manera que Vladimir, por ejemplo, nadie sabía dónde estaba, aunque todos se lo imaginaban. Los gemelos Douglas ese día habían decidido ir a incordiar a la casa de los Haider, porque aquellos demonios sabían que Armel estaba en casa y se ponía muy pesado con aquello de que las niñas se marchasen. Los gemelos Cornwall, y aunque no andaban juntos, parecía que seguían pensando y actuando igual, pues habían decidido salir con sus respectivas chicas. Las McKenzie seguían sin aparecer, y Denielig había decidido obsequiar a sus padres con su presencia en su propia casa. De manera que quienes se encontraban allí eran Eve y Dreo que se peleaban como de costumbre, Nathaniel que hablaba con Lyseryd, Michel y Gamariel, Galadriel que lo hacía con Megan y con Sasha, Gemdariel con Iker, y Evrei con Erik quien por cierto parecía disgustado.

Después del rápido inventario visual, Samantha emitió un suspiro y por un momento sintió algo parecido a lo que venía sintiendo Giulian desde hacía un tiempo, es decir, un agudo dolor en el corazón al pensar que ya sus niños no lo eran. Sin embargo, no alcanzó a reprenderse por aquella tontería cuando escuchó a Alex, que venía entrando, proferir una maldición, y antes de poder girarse para saber qué ocurría, Elijah estaba a su lado.

  • Madre – dijo el chico sujetando sus hombros y clavando sus ojos en los suyos enterándose así de por qué ella acababa de experimentar aquella súbita tristeza – Sabes que es una enorme tontería lo que estás pesando ¿no? Porque, aunque todos se fuesen y lo dudo, yo nunca te abandonaría
  • No se trata de eso, Eli – dijo ella muy apenada – y por supuesto que es una tontería pensar eso. Es solo que… bueno… están creciendo y es lógico que comiencen a hacer sus vidas con sus parejas, algo que me alegra – aclaró – pero…
  • Pero nada, Samantha Douglas – la interrumpió él – y todos, incluidos primos y amigos, pueden irse al espacio exterior, aunque insisto en que eso es poco probable, porque este es nuestro hogar – puntualizó – pero yo no voy a hacerlo nunca
  • Cielo, te repito que lo entiendo y lamento haberte causado una impresión contraria, pero también me sentiré feliz cuando tú te enamores y…
  • Madre – la interrumpió – ¿Te parece que tengo yo muchas ganas de que me ocurra una desgracia como esa? No mamá, eso no va a suceder nunca
  • Y en mí caso – intervino Alex que había estado escuchando – aun en el muy improbable caso de que volviese a enamorarme, tendrás que seguir soportándome así viva mil años, madre – dijo acentuando la última palabra




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