Arzhvael (libro 10. Criaturas Mágicas)

Cao. 74 Un pasado muy lejano

 

Antes de marcharse, Iván había acomodado a Zidan en uno de los sillones, y Sam después de pasar la mano por la frente de Mael, había ido a sentarse en el otro. Zidan recuperó la consciencia y se tomó un minuto para ubicarse antes de abrir los ojos.

  • Lo lamento – dijo y Sam lo miró
  • ¿Tú lo lamentas? – preguntó con incredulidad – Fui yo la que…
  • Hiciste lo que debías hacer
  • Zidan, casi te…
  • Solo defendías a quien amas, Nena – la interrumpió y ella juntó las cejas
  • Sabes que mi nombre es Samantha ¿verdad?
  • Lo sé
  • Me gustaría que lo utilizaras

Por un momento pensó que él no diría nada, de modo que estaba por pasar a otra cosa cuando él habló.

  • Soy un berserker y, aunque estoy consciente de que soy diferente a mis congéneres en algunos aspectos, no así en los básicos. Un berserker le debe obediencia y repecto a sus Valecnic y Mael es uno, pero, además de eso, también le debemos lo segundo a su pareja. Es la señorita Elizabeth y no tú, la suya, pero tú sigues siendo la madre de su lopcyk y siempre contarás con el respeto y la lealtad de todos los berserker de la tierra.
  • Puedo entender y agradecer eso, pero…
  • Para nosotros es una fórmula de respeto llamarlas por el nombre que ellos les dan, tanto si les gusta como si no y nada puede cambiar eso.

Samantha se sorprendió al escuchar aquello, pues de haber esperado algo, no lo que acababa de exponer Zidan. En todos aquellos años, Samantha había tenido más bien poco trato con aquellos individuos, pues había sido Mael el encargado de instruirlos, pero estaba consciente de que eran criaturas mágicas de apariencia y costumbres sencillas, pero con un mundo interior complicado según lo que le habían explicado tanto Eowaz como Vali. También recordó el pleito que había tenido Mael con Thorheald por el asunto del cómo la llamaba aquel sujeto, lo que sin duda significaba que Mael no sabía aquello tal vez por no haber crecido al lado de sus congéneres; el asunto era que, como ella los veía poco, se había olvidado del cómo la llamaban hasta ahora. Por todo lo anterior decidió no insistir, y ya luego vería cómo hacérselo entender a Giulian, porque estaba bastante segura que él no lo vería de ningún modo como un trato de respeto.

  • Zidan, hace poco dijiste algo que no entendí – dijo y él cerró nuevamente los ojos
  • No es que no lo hayas entendido, sino que no lo recuerdas
  • ¿Y…?
  • Acompáñame
  • ¿Acompañarte? ¿A dónde? No podemos dejar…
  • Y no lo haremos

De algún modo Sam entendió que a donde debía acompañarlo era a sus recuerdos, de modo que cerró los ojos, aquietó su respiración y un momento después se vio en el patio del orfanato donde había crecido. No era que ella se hubiese olvidado de aquel lugar, pero siendo que no tenía muchos recuerdos felices de él, pocas veces pensaba en el mismo. Sin embargo, siendo que en aquel estado las emociones estaban disminuidas y normalmente no se hacían juicios, se dedicó a mirar el entorno. Notó que se estaba viendo a sí misma a la edad de cuatro o cinco años, pero también notó que estaba corriendo y que alguien la llamaba, aunque ella no prestó atención. A pesar de lo que se explicó antes, sintió algo muy cercano a la sorpresa cuando vio aparecer lo que desde la edad que tenía entonces, le pareció un perro muy grande, y también le extrañó no sentir miedo.

  • Y no lo tenías, pues éramos amigos – dijo Zidan
  • ¿Amigos?

Y debía ser cierto, porque se dedicó a corretear con él, pero el escenario cambió y ahora estaba en la habitación que había ocupado, pero era mucho más pequeña, y el que ahora sabía había sido Zidan, estaba echado al lado de la cama.

  • ¿Me estabas cuidando?

No obstante, no recibió una respuesta, sino que fue llevada más atrás en el tiempo y vio cómo la colocaban en una cuna.

  • No creo que con ese extraño color de ojos, vayamos a confundirla con otra niña – dijo una monja a la que identificó como la hermana Teresa
  • A los niños suele cambiarles el color de los ojos, pero, aunque no fuera así, son las normas, hermana – decía la madre Cecilia mientras colocaba una tarjeta con su nombre en la cuna

Después de eso, la Samantha actual elevó las cejas al ver aparecer a Zidan quien se inclinó y acarició su mejilla.

  • Hola – le dijo – no tienes que preocuparte por nada, porque yo cuidaré de ti hasta que tus parientes vengan a buscarte

Aunque Sam se había habituado a hacer aquello, en esta ocasión el brusco regreso le ocasionó una desagradable sensación de mareo, pero casi inmediatamente las emociones que habían estado casi en reposo, mientras efectuaba aquel recorrido, emergieron con violenta intensidad haciéndola levantarse del sillón.

  • Con calma – le dijo Zidan
  • ¿Por qué?
  • Porque estás…
  • Eso no – lo interrumpió ella – ¿Por qué… no recuerdo eso? ¿Y por qué…?
  • Acabas de hacerlo




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