Arzhvael (libro 11. La ira de los Dioses)

Cap. 03 Confusión

 

Cuando Aria había abandonado Averdeen no tenía ningún lugar en mente y lo único que había querido hacer era alejarse de Elijah, sin embargo, una vez fuera, su cerebro hizo un rápido y tal vez inconsciente repaso de las opciones, y como no quería ir a casa y posiblemente les habría causado un infarto a sus abuelos si aparecía de nuevo en Francia, muy ilógicamente pensó en Jud. No obstante, tal vez debido a la alteración se materializó en los linderos del bosque que rodeaba Arx, y casi inmediatamente Elijah le había dado alcance. Hasta allí todo habría ido si no bien, al menos dentro de los parámetros de lo normal para Arianell, pero el encuentro con Elijah, y aunque también habría podido considerarse normal, pues ambos eran igualmente disparatados al menos en lo que a ellos dos respectaba, había terminado muy mal. Si bien era cierto que Aria se había sentido primero furiosa y luego desmedidamente feliz, cuando vio la expresión de los ojos de Elijah enfureció de nuevo y sin darle oportunidad de nada, emprendió la carrera.

Arianell se detuvo bruscamente ante el espectáculo que se presentó ante sus ojos, pues los krigers aún recogían y limpiaban el desastre ocasionado por el reciente enfrentamiento, pero se giró con rapidez al escuchar la voz a su espalda.

  • Creo que es conveniente que se vista, señorita McKenzie

Jorvik le había dado alcance y ahora y si bien le estaba hablando, lo que no estaba era mirándola, pues, aunque Elijah no estaba allí, si se enteraba que lo había hecho en las condiciones en las que la chica se encontraba, iba a sacarle los ojos suponiendo que ella no lo hiciese primero.

Aria por su parte, y aunque procedió a procurarse ropa con rapidez, también sintió una ira enorme, pues esa frase se le hacía muy familiar, pero era ella quien solía decírselo al individuo a quien en aquel preciso momento quería sacar de su cabeza.

  • Ya puedes volverte – le dijo en cuanto estuvo lista – ¿Qué sucedió aquí?
  • Hubo un ataque Uzky – contestó él girándose a tiempo para ver la expresión de consternación de ella
  • Jud – dijo Aria en un murmullo ahogado comenzando a correr de nuevo

Jorvik maldijo en forma audible pensando además que aquella era pésima idea, pero si había quienes conociesen a aquella chica, eran él y Jarle que habían sido testigos de los épicos pleitos entre ella y Elijah, de modo que estaba bastante seguro de que no tendría ninguna oportunidad de detenerla. El problema obviamente no era la fuerza, sino que, si Elijah no juzgaba oportuno utilizarla con ella, encontraría criminal que lo hiciese él, así que no le quedó más remedio que seguirla con una creciente sensación de fatalidad. Sin embargo, las cosas no resultarían tan mal como él se las estaba imaginando al menos en un sentido, porque siendo de noche, los calabozos donde tenían encerrados a los Uzkys tenían mayor vigilancia y de la clase difícil de convencer.

  • ¡A un lado! – exclamó Aria cuando ya llegaba a la entrada

Lo primero que Jorvik había visto cuando Aria les gritó, fue un rostro que no esperaba ver, y aunque ciertamente Aria tampoco esperaba encontrarse con aquel rostro, justo en ese momento era un mal asunto en todos los sentidos, porque quien estaba allí era Varheld.

  • ¡Ey niña!  – dijo él deteniéndola – No puedes pasar
  • ¿Acaso eres sordo?
  • En este momento me encantaría serlo y así no tendría que escuchar tus gritos

Mientras Aria lo miraba con ira, Jorvik y Zabel, que era el otro que se hallaba de guardia, se miraron con consternación, porque si bien Zabel conocía menos que Jorvik a Aria, a quien ambos conocían bien era a Varheld, y sabían con total seguridad, que enfrentar a aquellos dos iba a generar un problema de proporciones cataclísmicas.

Varheld era uno de los berserkers a los que menos veían, pues era un individuo inquieto y poco dado a soportar largos encierros, y como todo aquello que no fuese una montaña, una extensa pradera o incluso las orillas de un lago, calificaban en el renglón de maldito encierro en opinión de este sujeto, entonces era poco juicioso pensar que podría haber permanecido en Arx o en cualquier otro lugar parecido. Varheld era hijo de Thorheld, naturalmente tenía la misma cara de éste y el mismo exasperante humor; era un guerrero feroz y uno de los individuos más peligroso de su especie, algo que habían comprobado no solo sus parientes, sino aquellos que habían tenido que enfrentarlo en batalla, porque si había un berserker que exhibiese con mayor fidelidad todas y cada una de las características con las que su raza había sido dotada, era éste. En muchas más ocasiones de las que podían recordar, en verdad habían creído que lo perdían, porque aquel inconsciente se enfrentaba a hordas enteras de enemigos sin siquiera una miserable flecha, y como lógicamente quienes lo atacaban sí las tenían, terminaba resultando terriblemente herido, algo que no parecía notar hasta que acababa con todos y caía.

Por todo lo anterior, cuando los chicos vieron a Aria elevar su Athame y a Varheld sonreír en forma maligna, se encomendaron a los Dioses esperando lo mejor, pero Khaler decidió además ir por ayuda, pues la necesitaban y con mucha urgencia.

  • Yo en tu lugar… – había comenzado Varheld, pero en ese momento un rayo impactó en su pecho, aunque él pareció no notarlo – Como te decía cuando me interrumpiste de forma tan grosera, deberías ir a tu habitación a jugar muñecas o lo que sea que hagas, niña




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