Arzhvael (libro 11. La ira de los Dioses)

Cap. 11 Del otro lado

 

Svartálfar

Los Ljósálfar o elfos, como eran más comúnmente conocidos, eran una creación divina procedentes de la energía positiva, y su principal misión consistía en el cuidado de la naturaleza y sus criaturas, razón por la que muchos de ellos se consideraban a sí mismos casi a la misma altura de los Vanir, no solo por las características de sus funciones en el mundo, sino porque su creador directo era Frey. Aunque ningún historiador arzhvael sabía esto, fue la arrogancia de un elfo en particular la que daría origen a los Svartálfar.

El primer Svartálfar había llevado por nombre Björn, y, aunque entre su propia raza, ya nadie recordaba eso, Björn había sido también un Faelvir. En el improbable caso de que alguien en la actualidad supiese lo anterior, algo, sin embargo, muy posible, porque nada puede mantenerse en absoluto secreto y menos si involucra a personajes importantes, lo improbable era que algún hijo de Ylwyn se aviniese a mencionarlo, pues Alger Faelvir, padre de Björn y señor de Ylwyn por ese entonces, lo había repudiado públicamente ordenando además, que se eliminase de los registros, de la historia de su comunidad y de la memoria colectiva de los hijos de Ylwyn, y sería así como Björn Faelvir se perdería en el olvido.

Pasado un tiempo de la desaparición de Björn, la que desapareció misteriosamente fue una hija de Evendil y jamás se supo de ella, así como nadie sabía que se había convertido en la madre involuntaria de los primeros hijos de Björn. Cináed y Redwan.

Los planes de Björn tenían un fallo, pues si quería desplazar a aquellos que lo habían despreciado por tener más consciencia que ellos del poder y la importancia de su sangre, necesitaba un ejército, de modo que se agenció la muy cuestionable ayuda de Loki para atraerse la lealtad de muchos Ljósálfar de menor categoría, y que nadie echaría de menos, así como para seducir a algunas mujeres de su raza, pues seguía necesitando aumentar el número de sus súbditos. No obstante, cuando las desapariciones comenzaron a ser muy notorias, tuvieron que cambiar de táctica recurriendo, por amable sugerencia de Loki, a Hela, la diosa del Niflheim. Aquel fue el peor trato que pudo haber hecho Björn, porque naturalmente aquella criatura no hacía nada gratis, y si bien Björn estaba dispuesto a pagar, ella nunca establecía su precio hasta que el encargo estaba concluido, de manera que cuando Björn tuvo su ejército, Hela exigió como retribución, que él se fuese con ella al Niflheim. Por supuesto Björn se negó, y la venganza de Hela no se hizo esperar. Primero, mató a la mitad del ejército que le había ayudado a crear; segundo, Björn recibiría un castigo personal y directo.

  • Tú, orgulloso hijo de Ylwyn que un día fuiste, nunca más podrás pisar las tierras de la luz sin pagar el precio de tu hermosura. Te negaste a vivir en tierra de oscuridad como amo, y ahora vivirás en ella como su esclavo

Dicho esto, Hela desapareció y Björn cayó por un largo túnel. Quizá él no entendió el significado de la maldición, pues desde que había sido expulsado de Ylwyn, se había ido a las tierras heladas del norte y allí no había mucha luz precisamente, pero la magnitud de su desgracia se hizo comprensible y visible cuando retornó a la superficie y todos retrocedieron despavoridos; allí fue cuando tanto él como los suyos, comprendieron que había sido condenado a vivir bajo tierra por el resto de su vida, porque mientras estuviese allí, la belleza natural de los rasgos con los que había nacido se mantenían intactas, pero apenas se asomaba a la superficie, adquiría un aspecto espantoso que semejaba un cuerpo en estado de descomposición.

Y, por último, Hela condenó a todos los descendientes de aquellos que se habían apareado con las criaturas que les había proporcionado con ese propósito, a no poder permanecer más de tres días en la superficie o morirían sin remedio.

De ese modo fue como los elfos disidentes, que se habían establecido en las lejanas tierras del norte, tuvieron que irse a vivir a las tierras subterráneas de Svartálheim y nacieron los Svartálfar, elfos oscuros o Drows, como se les conocería más popularmente, más adelante.

Todo lo anterior había sucedido en un largo período de la historia, y mucho, mucho tiempo atrás. Los descendientes de Cináed adoptaron el nombre de su abuelo como apellido, mientras que los de Redwan, quien siempre estuvo en franco y abierto desacuerdo con su hermano, hicieron lo propio y pasaron a ser los Redwan.

Los Björn tenían un espíritu violento como casi todos los hijos de Ylwyn, mientras que los Redwan habían heredado el espíritu pacifista de éste, y a pesar de que la rencilla familiar se mantuvo a través de los años, no eran los Redwan los que provocaban a sus parientes, y, de hecho, procuraban no salir de su ciudadela, pero con más ahínco aún, evitaban provocar o enfrentar a sus parientes de la luz.

Siendo que su ancestro y fundador de su raza, era un hijo de Ylwyn, los Svartálfar eran esencialmente guerreros, pero Redwan había heredado, además, de su madre que era una hija de Evendil, la habilidad para la artesanía y la construcción, algo que se vería reflejado en la arquitectura de su ciudadela.

Con el nacimiento de la nueva raza, Svartálheim dejó de ser un reino despoblado, pues los nuevos Svartálfar comenzaron a construir sus ciudadelas al igual que lo habían hecho en el pasado sus lumínicos parientes, pero en el caso de los Svartálfar solo tenían dos, y un solo gobernante. Dänjordsky, la ciudad escondida, o la ciudad oscura, como era conocida por los demás, efectivamente era inaccesible y estaba lejos de poseer la luminosidad de los bosques élficos, pues era una ciudad subterránea, pero tampoco tenía el aspecto macabro que le adjudicaban los habitantes de la superficie. Dänjordsky era el centro de poder, mientras que Dilaf era el del saber y las artes; a pesar de la poca luz, las construcciones de Dilaf estaban bellamente ornamentadas y trabajadas por hábiles artesanos, y para causar un efecto menos sombrío, utilizaban materiales claros como el cuarzo o el mármol, y de allí que todos tuviesen la impresión de que en Dilaf había más claridad que en Dänjordsky.




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