Arzhvael (libro 11. La ira de los Dioses)

Cap. 13 Erk

 

Cuando Arianell sintió que se detenían y miró a su alrededor, sus ojos se dilataron, porque si bien no tenía una idea preconcebida de cómo sería la aldea donde vivía Jud, desde luego lo que estaba viendo no calificaba en ese renglón. Pero no tendría ocasión de ver mucho, porque quienes los transportaban solo se habían detenido un momento para decir algo a alguien y continuaron. Cuando volvieron a detenerse, estaban en lo que a todas luces parecía la habitación de cualquier casa arzhvael, o al menos eso le pareció a primera vista. Colocaron a Jud sobre una cama que a Aria no le pareció especialmente cómoda, y escuchó que quien suponía era el hermano de Jud, pues él lo había llamado Vir, daba órdenes, pero aquella gente se movía tan de prisa que ella apenas si alcanzaba a ver algo.

  • Nell – dijo Jud y ella prestó atención – No te muevas de aquí
  • Descuida, no voy a hacerlo
  • Vir cuidará de ti y nadie te… molestará
  • Ya cierra la boca, Jud
  • Jud – dijo Vir – Jar, si la
  • Que ella entienda – lo detuvo y Vir la miró
  • Jar… ¿vino ya? – dijo en tono de duda
  • Ya viene – lo corrigió Aria entendiendo – Jud, si no habla mi idioma, no es necesario…
  • Lo habla… ni [1] – pero pareció perder el sentido

En ese momento entró un sujeto que a Aria le hizo recordar el apodo que le había dado Dreo a Arkyn, pues este que acababa de entrar en verdad parecía un felpudo. Por empezar, tenía el cabello incluso más largo que ella, pero mucho más descuidado también; una barba que le llegaba al pecho, iba descalzo, y Aria no quería imaginar a qué olían sus ropas, pues si el olor estaba en consonancia con el aspecto, estaba segura que iba a ponerse a vomitar sobre Jud.

Aquel fulano que debía ser el tal Jar que había mencionado Jud, lo primero que hizo fue sacarle las ropas, de modo que Aria mantuvo la mirada por encima del pecho de Jud, porque una cosa era haberse pasado la vida disfrutando de ver a Elijah desnudo, y otra muy distinta que quisiese ver a alguien más en las mismas condiciones.

Aria sabía poco de cómo curar heridas, porque al igual que Jonathan, ella era muy buena solo para ocasionarlas y no había heredado nada ni de su madre ni de su abuelo Pierre en aquel aspecto, pero por poco que supiese, sabía que las heridas primero se limpiaban para evitar infecciones, pero el hombre aquel parecía encontrarlo innecesario, y después de hurgar en un saco que llevaba colgado en bandolera, extrajo algunas plantas, las introdujo en un cazo que había salido del mismo sospechoso lugar, y después que vertió unas gotas de algo que sin duda no era jugo de manzana, porque olía asqueroso, comenzó a machacar el contenido. Cuando terminó con eso, lo dejó y se introdujo unas hojas en la boca, con lo que Aria recordó que Jud había hecho eso en una ocasión en la que ella se había lastimado la mano al golpearlo. Jar se sacó las hojas de la boca y se metió otro puñado mientras colocaba las ya masticadas en las heridas más pequeñas. Concluido esto, tomó el cazo y comenzó a esparcir la mezcla en una horrorosa herida que tenía Jud en la espalda y que Aria no había visto; en cuanto hubo esparcido la mezcla en toda la herida, recurrió de nuevo al saco extrayendo ahora una hoja ancha y de un verde intenso con la que cubrió la herida. Procedió del mismo modo con la que Aria había intentado atender, y por último le extendió un frasco.

  • Antes de que anochezca

Si a Arianell le había sorprendido que aquel personaje hablase y casi había esperado escucharlo gruñir, se quedó estupefacta al escucharlo hacerlo en su idioma. Pero no tendría ocasión ni de preguntar ni de decir nada, porque ya se había marchado. Como Jud parecía dormido, Aria miró a Vir.

  • Vir, no entendí cómo debo darle esto. Es decir, una cucharada, un trago…
  • Todo – dijo él
  • De acuerdo

Aria miró a su alrededor buscando mantas, pero terminaría por pedírselas a Vir que mal entendió la petición y le llevó un abrigo. Como eso también era bienvenido, pues moría de frío, no se exasperó al tener que explicarle que lo que quería era cubrir a Jud. Vir pareció no entenderla, así que Arianell tiró de toda su paciencia para explicarse mejor.

  • Entendí – dijo él cuando ella había comenzado de nuevo – pero… ¿por qué?
  • Entiendes que soy una chica ¿no? – y él la miró juntando las cejas
  • No te… veo pequeña – le dijo y Aria se llevó una mano a la frente recordando el tiempo en el que intentaba enseñar a leer a Jud
  • ¿Sabes qué? Olvídalo
  • ¿Qué cosa?
  • ¡Por los tesoros del Gran Druida! ¿Puedes traerme una manta?

Vir se rascó la cabeza como lo hacía Jud cuando no entendía algo, pero fue y regresó con lo solicitado. Arianell la extendió sobre Jud y estaba en ello cuando entró en escena un nuevo personaje. Este era muy diferente al anterior, porque por empezar era mucho más alto y le recordó a los berserkers, pero cuando estuvo más cerca, supo quién era sin que nadie se lo dijese. Aquel era Erk, el padre de Jud, primero, porque Jud se le parecía, aunque no guardaba el extraordinario parecido que había entre los miembros de su familia, además, y con relación Erk, Jud tenía los rasgos más finos, y mientras los ojos del padre parecían dos trozos de obsidiana, los de Jud eran azul oscuro;  el cabello de Erk tan negro como la noche más oscura, pero más largo que el de Jud o el de Vir, pues le llegaba más abajo de la espalda, y, aunque en ese momento no era importante, a Aria siempre le había llamado la atención la cantidad de canas en la cabellera de Jud, algo que atribuía a los muchos años que debía tener y que ella nunca había preguntado cuántos podían ser, de modo que tal vez inconscientemente, esperaba ver muchas más en el de Erk, aunque no era así. A diferencia del visitante anterior, Erk lucía limpio, aunque igual con poca ropa para aquel clima, ya que solo llevaba un sencillo pantalón que no se veía muy grueso, un chaleco sin camisa y calzaba unas botas cortas. En su rápido examen visual, Arianell notó que tenía muchísimas cicatrices en los brazos y en lo que se veía del torso, pero cuando le miró de nuevo el rostro, concluyó un par de cosas: la primera, que habría podido encontrarlo atractivo de no haber sabido lo que era, pero, en cualquier caso, no era una criatura horrorosa como siempre había imaginado a los uzkys, aunque a esas alturas también pensaba que como solía decirle Jud, en realidad y por saber, no sabían nada de ellos; y la segunda, que aquel sujeto estaba molesto, pues sus cejas parecían una “V”

  • Sis ner – dijo, y Aria recordó vagamente que eso era un saludo no muy específico, pues servía a cualquier hora del día
  • Buenas tardes – contestó ella
  • Da – dijo Vir al mismo tiempo




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