Después de la boda las cosas parecían haberse normalizado y la tranquilidad había retornado al Castillo. Iván había vuelto a sus actividades en el Instituto al igual que los demás, pero todos echaban de menos a Sam y a Giulian.
Danny y Diandra vivían de carreras con Dreo, aquel pequeño demonio parecía tener como único objetivo en la vida ocasionarle un infarto a su infortunada madre, y Danny se aseguraba de tener la boca convenientemente cerrada so pena de perder su cabeza en caso de que llegase a quejarse por la conducta de su hijo.
Gail y Aderyn no la pasaban mucho mejor, porque aunque inicialmente Vladimir se había mostrado menos activo que su primo, y Aderyn había llegado a concebir la ilusa idea de que su hijo se pareciese más a ella y a Iván que a su desastroso padre, fue cruelmente sacada de su sueño. De la noche a la mañana el pequeño Natchzhrer había desarrollado los mismos instintos destructores de Dreo, con el agravante de la velocidad. Por fortuna, Aderyn tenía más paciencia que su prima y no vivía amenazando con lanzar a su hijo desde la torre más alta del Castillo, y de ser posible junto con el padre.
En los casos de Brendan y Elijah las cosas habían variado, porque ambos se habían vuelto extremadamente tranquilos y ya Dan pensaba que estaban enfermos. Esta suposición venía dada, porque después de dos años de verlos voltear el Castillo y volverlo a enderezar, el hecho de que ahora apenas si se enterasen que había dos chicos allí, era muy preocupante para Dan. Y para mayor consternación del matrimonio Douglas, ambos tenían la costumbre de desaparecer, y cuando enviaban a Willow por ellos, invariablemente decía que los pequeños señores estaban ocupados y no podían ser interrumpidos.
Unos quince días después de la boda, Amy se encontraba en el Salón cuando Crappy le anunció la visita de Elar y ella se apresuró a recibirla, pero apenas la vio supo que algo no iba bien. Ella sabía que su amiga suspiraba por los huesos de Iván y el condenado no se daba por enterado, lo que ya estaba causando la ira de Amy. Ella quería a Iván con todo su corazón, pero la enfermaba que él se negara de forma tan recalcitrante a toda oportunidad en aquel terreno. Las pocas veces que había tenido oportunidad de conversar con él acerca del tema, invariablemente terminaba diciendo que ya se había equivocado una vez y que había sido más que suficiente para toda una vida.
Pero Amy no contestó de forma inmediata, sino que se quedó pensando y Elar vio cómo se formaba una expresión maligna en su rostro y una sonrisa aún más peligrosa. Elar conocía a Amy O’Neill desde que iban a la escuela y sabía muy bien de lo que era capaz aquella chica, no en vano era la hermanita de los Cornwall, y aquellos individuos eran los maestros del desastre, razón por la cual comenzó a retroceder.
Aquello cada vez se ponía peor, porque cualquier cosa que incluyese a Amy y como ya había dicho, era sin duda peligrosa. Pero se vio arrastrada sin remedio, pensando que iba a arrepentirse mucho de eso y cuestionándose su buen juicio al inmiscuir a Amy en sus problemas amorosos.
Mientras tanto, el objeto de discusión de las arzhaelíes estaba en ese momento con ganas de sacudir a un par de jóvenes que habían agotado su paciencia y eso era decir muchísimo tratándose de Iván, pero aquellas niñas habían estado más veces en su despacho que cualquier alumno del Instituto, incluidos sus hijos.
Él no era estúpido, sabía que era apuesto, aunque esa era una muy pobre apreciación, porque en realidad era extraordinariamente apuesto. Tal vez no poseía el encanto desenfadado de Daniel, ni el decididamente agresivo de Giulian ante quienes las chicas daban por perdido el buen juicio. El suyo era un atractivo sereno, poseía un aspecto absolutamente nórdico, su cabello era tan dorado como los rayos del sol, sus facciones eran hermosas y lo que más destacaba de ellas eran sus ojos que poseían el color del jade, y dependiendo de la ocasión, podían transmitir paz, seguridad y confianza, o por el contrario una clara y positiva advertencia de peligro, y en el terrible caso de que se tornasen rojos, más le valía al destinatario de aquella mirada desaparecer de la faz de la tierra.