Arzhvael (libro 5. La Heredera)

Cap. 31 Inconsulta e inesperadamente

 

Los sentidos de Jonathan se pusieron alertas al advertir la amenaza, pero antes de abrir los ojos ya había determinado que no era tal, y a pesar de que una punta filosa se clavaba en su garganta, una sonrisa se dibujó en sus labios. Con absoluta precisión aferró la muñeca de la mano que sostenía el arma, y con la otra mano sujetó el cuerpo dueño de la misma girándolo hasta quedar por encima de éste.

  • Una manera muy particular de dar los buenos días, señorita Clemmens  --  dijo dándole un fugaz beso en los labios
  • Al menos no puedes quejarte de la originalidad, McKenzie
  • ¿Me estás escuchando quejarme?
  • Pero yo sí tengo una queja  --  dijo ella y él arrugó el entrecejo
  • ¿Y es...?
  • Que no sé qué demonios hiciste y no puedo abrir mi armario, ni salir de la habitación
  • Veamos. Si me das una buena razón para hacer cualquiera de las dos cosas, es posible que lo considere
  • No seas estúpido, McKenzie y…  --  pero no se enteró, porque el cerró su boca sobre los labios de ella
  • Me parece que aún no has aprendido la lección  --  dijo separándose
  • ¿Qué lección?
  • Que no debes decir cosas desagradables de tu servidor o me veré en la obligación de silenciarte
  • Eres…  --  y él sonrió con malicia
  • ¿Sí…?  --  pero ella no dijo nada  --  Así está mejor, ahora estoy dispuesto a escuchar tus posibles  razones
  • En primer lugar necesito vestirme
  • No veo razón para ello, me gusta lo que veo tal y como lo veo  --  le dijo con tranquilidad
  • McKenzie…  --  pero lanzó un bufido exasperado  --  También necesitamos comer

Aquello fue peor aún, porque Jonathan se incorporó un poco y la miró con expresión del lobo que está por saltar sobre su presa, y aunque Daira era consciente de su desnudez, aquel infeliz se las arregló para hacérselo sentir con intensidad con su descarada mirada.

  • Pues yo tengo todo lo que necesito para alimentarme de momento

Dicho esto se movió hacia abajo y posó sus labios en el abdomen de Daira y comenzó el desesperante ascenso hasta quedar de nuevo a unos centímetros de los labios de ella.

  • Y debo decir  --  decía mientras acariciaba con los labios la comisura de los de ella  --  que es lo más dulce que he probado en mi vida

Daira renunció a razonar y en cualquier caso le habría quedado difícil, porque con aquel sujeto los sentidos le ganaban por amplio margen a una muy debilitada razón.

Sin embargo, el domingo en la noche él decidió mostrarse algo más razonable y la dejó salir de la habitación, pero se negó en redondo a permitirle colocarse ni un miserable trozo de tela encima. Fue tras ella y mientras Daira preparaba algo de comer, él la miraba desde el sillón.

  • ¿Qué sucede, Mckenzie? ¿Piensas que voy a escapar de mi propia casa y en estas condiciones?
  • No, sé que no lo harás, pero me gusta el espectáculo  -- contestó él sonriendo

Aquello habría sido medianamente soportable, si él no estuviese en las mismas condiciones, lo que ponía decididamente nerviosa a Daira, y aquella sonrisa burlona la sacaba de quicio al mismo tiempo que le producía cosquillas en los lugares más inconvenientes. De modo que decidió hablar en un intento por ignorar todo lo anterior.

  • Dijiste que me dirías las razones por las que te marchaste

La sonrisa de Jonathan desapareció y procedió a contarle dónde y lo que había estado haciendo. Daira no había esperado que en realidad le dijese dónde había estado o qué había estado haciendo, porque era consciente que la labor de Jonathan dentro de la Orden era clasificada. Sin embargo, él la había sorprendido al decírselo, y mientras escuchaba el relato había experimentado diversas emociones. Siendo tan sensible como era, sintió un enorme dolor por Mael y pensó que todo había sido sumamente injusto para un ser como aquel, y no pudo evitar que las lágrimas escapasen de sus ojos cuando vio que en los de Jonathan había un sospechoso brillo cristalino. También sintió una gran admiración, un profundo respeto y el deseo de que la vida le deparara alguna clase de merecida felicidad futura a Mael. Al mismo tiempo, la imagen que tenía de Jonathan creció ante sus ojos, porque había exhibido una lealtad a toda prueba al dejar de lado su propia vida para dedicarse a ayudar a su amigo a recuperar la suya, con lo que quedaba demostrado que merecía el alto cargo que ostentaba dentro de la Orden.

El lunes en la mañana y después de ese agitado e intenso fin de semana, Jonathan envió un urgente mensaje a Mael después de la furiosa diatriba de Daria por no haberse interesado por Lizzy durante aquellos dos días.

  • Eso es injusto, señorita Clemmens, porque según recuerdo tú tampoco lo hiciste
  • ¡McKenzie eres un…!  --  el entrecerró los ojos y levantó un dedo
  • ¿Cómo termina esa frase?  --  preguntó acercándose peligrosamente
  • Termina de enviar el dichoso mensaje




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