Arzhvael (libro 5. La Heredera)

Cap. 34 ¿Quién dijo vida tranquila?

 

Una semana después del encuentro con Armel y con Daira, y luego de haberse estado negando el asunto tan tercamente, Jonathan se vio obligado a claudicar y reconocer ante sí mismo que sí, que amaba a Daira y la quería a su lado, aunque le rebanase el cuello cualquier día. Y del mismo modo que había sido obstinado para una cosa, comenzó a serlo para la otra, porque, aunque no intentó acercársele, a partir de ese día inundó el departamento de Daira con flores a diario y le envió tantas notas pidiéndole disculpas, que la arzhaelí habría podido empapelar toda su casa con ellas, y en todas venía lo mismo: Perdón. Cásate conmigo.

Una mañana de finales de noviembre y mientras Jonathan, Alaric, Garlan y Mael daban instrucciones a un grupo de krigers para un ejercicio de campo, vieron caminar hacia ellos a la arzhaelí cuyo avanzado embarazo ya le impedía desplazarse con mucha facilidad y miraron a Jonathan con aprensión.

  • ¿Qué?  --  preguntó él al ver las caras de los otros
  • Sugiero que escuches lo que escuches mantengas la boca cerrada, McKenzie  --  dijo Garlan
  • ¿De qué hablas?  --  pero no hubo tiempo para nada más
  • ¡McKenzie!  --  y al reconocer la voz, una sonrisa se dibujó en los labios del chico, pero la suprimió antes de girarse
  • Buenos días, preciosa  --  la saludó  --  ¿Me buscabas?

Por un momento Daira se sintió sorprendida, porque lo usual era que la llamase señorita Clemmens acompañado de alguna pesadez. De modo que lo miró con detenimiento.

  • ¿Estás enfermo, McKenzie?
  • ¿Por qué habría de estarlo? Aunque te agradezco la preocupación
  • No estoy preocupada, solo me extraña que estés siendo… amable
  • No puedo comportarme de otra forma con mi futura esposa  --  dijo él

Los ojos de Daira se dilataron y los arzhaelíes que ni siquiera se habían atrevido a moverse, suspendieron además sus respiraciones a la espera de la conocida reacción.

  • ¿Has perdido el juicio?  -- le gritó ella finalmente
  • Eso creo, pero…
  • ¡No me casaría contigo, aunque fueses el último hombre sobre la tierra!
  • Tendré que esforzarme más y hacer las cosas mejor entonces  --  dijo él
  • ¡Tú eres incapaz de hacer nada bien!
  • Bueno, creo que puedo hacer un par de cosas bastante bien  --  dijo mirando ostensiblemente su abultado vientre  --  pero como no es mi intención molestarte, no lo discutiré.
  • ¡McKenzie!  Solo quiero que dejes de enviarme flores y estúpidas notas pidiendo perdón y…  --  lo otro se le atragantaba en la garganta
  • ¿No te gustan las flores, mi amor?
  • ¡No me llames… así! Y sí, sí me gustan, pero no quiero morir ahogada por ellas  --  dijo con exasperación
  • De acuerdo, pero a menos que me digas que ya estoy perdonado y que le pongas fecha a la ceremonia, no podré dejar de enviar las notas y sustituiré las flores por… ¿Chocolates?
  • ¡No tienes que enviarme nada!
  • Ya sé que no tengo que hacerlo, pero me gusta hacerlo, señora McKenzie!

Los arzhaelíes pensaron que ahora sí este infeliz iba a volar por los aires, de modo que aferraron sus Athames listos para lanzar un escudo, sin embargo, y aunque Daira parecía a punto de hacer violenta explosión, no dijo nada, dio la espalda y se marchó.

La inesperada visita de Daira no cambió en nada la situación, porque tal y como había dicho Jonathan, si bien suprimió el envío de flores sustituyéndolo por cajas y más cajas de todos los tamaños y colores con chocolates, las notas también siguieron inundando el departamento hasta que ella se presentó inopinadamente otro día, le dijo que estaba perdonado y sin agregar nada más se marchó. Jonathan sonrió y la miró alejarse.

  • Ya estoy más cerca, señora McKenzie

Al día siguiente de esa visita cuando Daira despertó, se encontró con la habitual caja de chocolates y otra nota, por lo que maldijo por lo bajo y estaba a punto de tirarla cuando vio que llevaba más texto del habitual. De modo que le prestó atención.

Como ya he sido perdonado, me gustaría que me permitieses comprarle algunas cosas a nuestro hijo.

Daira se llevó la mano a la sien y se preguntó qué se proponía ahora aquel desquiciado, pero se armó de valor y continuó leyendo.

Si te parece bien, pasaré por ti a las tres para ir de compras. Que tengas buen día, señora McKenzie

                                                                                                                                                 J.M.

Daira se preguntó qué mal le había hecho ella al mundo para estarlo pagando de aquella manera. Pensó en enviarle una nota de vuelta y decirle que se fuese a paseo, pero sabía que no la dejaría en paz y ya había demostrado ser capaz de fastidiarla en todos los sentidos. De modo que se contentó con enviarle un simple: De acuerdo




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