Estefanía Lery nunca pensó que su vida podía llegar a ser tan miserable mientras hacía un repaso mental de la misma. Cuando se casó con Kristoph Lery se sintió feliz, había logrado su objetivo, contraer matrimonio con alguien de una familia de sangre tan limpia como la suya. Eran si no queridos, por lo menos respetados en la comunidad Arzhavael. Cuando se enredaron con Nurión, las cosas empezaron a complicarse, sintió pánico cuando su hermano fue enviado a Fangelsi. Sin embargo, a pesar de estar involucrados hasta los huesos en los planes de Nurión, habían logrado mantener su estatus gracias a la habilidad de Kristoph.
No obstante, las cosas se complicaron para su familia, debido a los sucesivos errores cometidos, primero en relación a los gemelos Douglas, y luego con los constantes fracasos para atrapar a los Arzhaelíes. Los últimos tiempos de Nurión fueron para ella una pesadilla, y a pesar de odiar a los Douglas en forma visceral, cuando los gemelos mataron a Nurión, tuvo la esperanza de recuperar algo de su antigua vida, pero Kristoph fue encerrado en Fangelsi y para mayor desgracia, su hijo se obsesionó tanto con la mal nacida de Samantha Douglas, que lo llevó a la perdición también. Pensó entonces que su vida no podía ser peor, pero no sabía lo equivocada que estaba.
Sus actuales circunstancias le demostraron su error, porque ahora era prisionera en su propia casa, no se le permitía salir de su habitación, y en cualquier caso no habría tenido ni voluntad ni fuerzas para hacerlo. Había sido maltratada, humillada y vejada hasta límites que jamás habría sospechado que pudieran existir. Aquel infeliz la había convertido en una esclava de sus perversiones. Vivía sus días en el terror constante de que llegara la noche, porque sabía que sería sometida nuevamente a la humillación y al dolor. Estaba segura de que moriría en cualquier momento, su cuerpo ya no resistiría mucho más, y en realidad morir era lo único que deseaba, pero, aunque ella no tenía la formación de un arzhaelí, el institno de supervivencia natural se lo había impedido, sin embatgo, el mismo parecía estar llegando a su fin y comenzaba a contemplar a la muerte como a una amiga largo tiempo esperada.
A través de la bruma en que se sumergía su cerebro durante el día, pudo escuchar el llanto de un niño, pensó que debía estar alucinando. ¿Habría llegado el momento de su muerte? Sonrió. Si era así, su último deseo habría sido cumplido.
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Mikael se encontraba en Edernez acompañando a uno de sus compinches que aún no se recuperaba de una maldición muy bien dirigida por parte del marido de la fulana Douglas. Si estaba allí no era porque tuviera un interés especial en la salud del individuo, en realidad pensaba que había sido muy estúpido, pero le pareció un buen lugar para buscar lo que necesitaba. A saber, la niña que lo ayudaría a conseguir su propósito. De manera que sintió mucha satisfacción cuando escuchó el apellido McKenzie, y para mejor, la chica tenía dos niñas, justo lo que necesitaba, de modo que se preparó a esperar.
Cuando vio que salían al pasillo, se levantó de la silla y las siguió a cierta distancia, y cuando lo consideró oportuno atacó a la chica por la espalda haciendo que perdiese el sentido. En medio de la confusión agarró a la pequeña y salió lo más sigilosamente que pudo.
Una vez en la casa, se dirigió a la habitación donde tenía encerrada a Estefanía. Entró y la vio, desmadejada en la cama.
Estefanía se alarmó pensando que ya había anochecido. Abrió los ojos y entonces su asombro no tuvo límites. Mikael estaba de pie con una pequeña niña rubia a su lado. Ese era el llanto que había escuchado. A pesar del dolor y la terrible debilidad que sentía, se levantó.
Estefanía compuso cara de pánico. ¿Qué pensaba hacer aquel animal con esa niña? Por simple instinto abrazó a la pequeña contra su pecho.
Miró a la niña durante unos segundos, pero independientemente de quien fuera, no merecía estar en manos de aquel depravado. Mikael abandonó la habitación recordándole que vendría en la noche por la niña. Unos minutos después apareció un sirviente llevando una bandeja con comida para las dos prisioneras. Estefanía hizo comer a la pequeña, y luego la acostó con cuidado.
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La noche había caído y no había noticias de Aelig. La visita de Giulian y Mael al hospital solo confirmó sus sospechas. Aparte de que Mael había identificado con absoluta precisión el olor de Mikael, los hombres de Denouel interrogaron a varias personas, y dos de ellas confirmaron la misma historia. Un hombre joven que supusieron podía ser el padre de la niña, la tomó en brazos, pero después no lo volvieron a ver.
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Editado: 29.01.2023