Arzhvael (libro 6. Los Cinco Elementos)

Cap. 22 Reacciones

 

Cuando Sam se dispuso a abandonar la casa de los McKenzie, su intención era ir directo a la suya, pero en cuanto entró al Dver cambió de opinión y se dirigió a Kelten. Una vez en el centro comercial, comenzó a caminar sin un rumbo fijo y pensando en lo que acababan de decirle Peter y Anne. Tal vez si ella iba a hablar con Kenny e intentaba convencerlo de que estaba en un error y que debía ir en busca de su esposa y sus hijos, las cosas aun tuviesen remedio. A pesar de que iba inmersa en sus pensamientos, se detuvo en cuanto sintió la presencia a pocos pasos de ella y levantó la cabeza para encontrarse con unos conocidos ojos color miel.

  • Mala idea  --  dijo Armel después de unos segundos
  • ¿Cómo dices?

Pero él no le contestó, sino que la tomó por el brazo y la condujo hasta un café cercano, entraron, se sentaron en una mesa cerca del ventanal y cuando aparecieron ante ellos los cafés que Armel había ordenando sin consultarle nada a ella, Sam lo miró en forma inquisitiva.

  • Armel…
  • Escucha Samantha, ir a ver a Kenneth lejos de resolver algo, lo que puede es ocasionarte más problemas de los que puedes enfrentar  --  y ella lo miró con los ojos muy abiertos
  • ¿Cómo sabes…?
  • El escándalo que llevabas en tu cabeza era muy difícil de ignorar
  • Creí que no escuchabas nada cuando estabas en lugares como este  --  dijo ella recuperando la compostura
  • Normalmente no lo hago, pero cuando vi a cierta arzhaelí que suele meterse en mucho problemas cuando está sin supervisión, no pude evitarlo  --  dijo con cierto tono de diversión que no se le escuchaba con frecuencia
  • Siento que de algún modo esto es mi culpa y que debo hacer algo  --  dijo Sam después de unos segundos de remover distraídamente su café
  • Pero no lo es y lo sabes, como sabes que no hay nada que puedas hacer  --  hizo una ligera pausa y luego agregó  --  Así como no puedes evitar que el sol salga y se ponga a diario, del mismo modo no puedes evitar que los hombres se enamoren de ti. En algunos casos será amor real y en otros solo el efecto de tu sangre, pero ni en uno ni en otro podrás hacer nada.

Sam bajó la cabeza y pensó que todo era muy injusto. Ella amaba a los McKenzie, eran su familia y solo quería verlos felices. Sintió que Armel colocaba un dedo bajo su mentón para elevar el rostro y con un pañuelo que tenía en la otra mano le secaba las lágrimas que no sabía que estaban allí.

  • Es sábado en la tarde, deberías estar con tus hijos y con tu familia en lugar de estar aquí torturándote innecesariamente. McKenzie es un hombre, de modo que debe buscar cómo resolver su problema él, no tú
  • ¿Y podrá hacerlo?
  • Eso no puedo responderlo yo
  • ¿Por qué tuvo que sucederle esto a él? ¿Por qué no podía ser de los que no le afecta lo que soy?
  • Vamos señora Cornwall, sabe perfectamente que a todos los hombres…
  • No es cierto  --  lo interrumpió ella
  • Por supuesto que sí, a menos que tengan en sus venas sangre no humana
  • No, no es así  --  porfió ella  --  A ninguno de ustedes les afecta lo que soy, es decir, ni a Jonathan, Alaric, Garlan, Jason o tú por mencionar solo algunos.
  • Te engañas tristemente Samantha, porque a todos nos afecta, lo que sucede es que en el caso de Garlan y yo, tenemos mucha más experiencia y un mayor control de nuestras mentes, y en el de Alaric, no creo que hayas olvidado que desciende de una elfa. En el de Jonathan, que está sinceramente enamorado de Daira, lo que anula por defecto tus encantos a menos por supuesto que decidieras desplegarlos en forma indiscriminada, y con eso solo conseguirías atraerlo mientras estés ejerciéndolos, pero eso no sería amor. Y en el último caso que mencionaste, Jason y cualquier otro, por si no lo has notado, simplemente procuran con mucho ahínco no acercársete, primero porque saben a lo que se exponen, y segundo por simple instinto de conservación, ya que todos saben que Cornwall es peligroso y que no dudaría ni un segundo en hacerlos polvo.
  • Armel por favor, Giulian no…  --  pero calló cuando él elevó una ceja
  • ¿No?

Luego de unos minutos más, Sam le dio las gracias y se despidió encaminándose hacia el Dver pensando que Armel tenía razón, y lo mejor que podía hacer era ir a casa. Un momento después Armel también abandonó el local, y una imperceptible sonrisa se dibujó en sus labios mientras pensaba que quizá tenía mejor opinión de ciertos individuos de la que éstos tenían de él.

  • Espero que lo que acabo de presenciar no signifique lo que estoy pensando, Armel Haider
  • No seas imbécil, McEwan, aunque supongo que eso es pedirle demasiado a los Dioses
  • Escúchame Armel…
  • No, escúchame tú a mí. Que pienses ya es peligroso, pero que encima pienses mal, es una estupidez. Así que hazme y hazte un favor, no pienses.

Dicho esto, lo hizo a un lado y siguió su camino, mientras que Garlan a pesar de la reciente recomendación, estaba pensado cualquier cantidad de barbaridades, aunque unos minutos después también se dijo que Armel Haider era uno de los arzhaelíes más ecuánimes de la Orden y que tal vez estaba exagerando. Sin embargo, una odiosa vocecita insistía en recordarle que ecuánime o no, seguía siendo hombre. De modo que se propuso estar alerta, porque no pensaba permitir que nadie le arruinase la vida a la Niña más de lo que ella misma lo había hecho al casarse con Cornwall.




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