Arzhvael (libro 6. Los Cinco Elementos)

Cap. 26 ¿Y ahora qué?

 

Los últimos días habían sido algo tensos, porque si bien Iván y Daira habían hecho todo lo posible por ayudar a los firbolgs aquejados de aquel extraño virus, no habían determinado su naturaleza, ya que se habían abocado a atender los diferentes casos y no habían tenido oportunidad de estudiarlo. Sin embargo, la crisis parecía estar controlada y ahora sí estaban estudiando el dichoso virus, pero hasta ahora ni ellos ni el equipo designado para ello, había logrado establecer con exactitud de qué se trataba, aunque todos parecían de acuerdo en que era una bacteria que mutaba a una velocidad impresionante.

La vida en casa continuaba más o menos igual, Dreo y Vladimir seguían invadiendo la propiedad de sus tíos a horas indecentes en opinión de Giulian, y ya Danny y Gail habían optado por dejarlos y casi salir corriendo antes de escuchar las protestas de Giulian. Otro que había adoptado el mismo sistema era Jonathan, aunque él estaba en muchos más problemas que los anteriores, porque normalmente tenía que enfrentarse a las furiosas diatribas de Daira que lo acusaba de no tener carácter para manejar a sus hijas, porque, así como Lizzy ya era un caso perdido, la pequeña Aria a sus escasísimos dos años, igual hacía lo que se le daba la gana con Jonathan. De manera que a pesar de que Daira se oponía con vehemencia a sus constantes y casi diarios viajes a Averdeen, las niñas armaban tal jaleo a su padre, que este terminaba por claudicar.

Una mañana y aun antes de que se hubiese despertado del todo, tres voces lo sobresaltaron, por supuesto se trataba de Daira peleándose con sus dos hijas, o al menos con Lizzy, porque Aria lo que hacía era llorar y llamar a Jonathan a gritos. Él se levantó con paciencia y fue a la habitación de las niñas.

  • ¡Fuera de aquí, Jonathan McKenzie!  --  exclamó Daira en cuanto él asomó la cabeza
  • ¡Papi!  --  sollozó Aria 

Por mucho que Daira vociferase, habría sido necesario que lo echase a punta de conjuros, porque él la ignoró y avanzó hacia aquella cosita rubia que extendía sus brazos pidiendo ayuda.

  • Ya muñequita  --  dijo él acariciando los rizos de su hija y miró a Daira con ira
  • He dicho que no  --  dijo ella antes de Jonathan pudiese decir nada

Después de eso salió y lo dejó con una Lizzy cuyos ojos echaban chispas, y con una Aria que no dejaba de llorar.

  • Veamos mis muñequitas…
  • ¡No soy una muñeca, soy una persona!  --  vociferó Lizzy

A Jonathan siempre lo sorprendía como Lizzy a pesar de no ser hija de Daira, podía observar actitudes tan semejantes, especialmente cuando estaba furiosa. Jonathan empleó toda su labia y considerable encanto no solo para tranquilizar a sus hijas, sino para convencerlas de que al menos solo por aquel día obedeciesen a su madre. Finalmente, Aria había dejado de llorar, pero seguía encima de Jonathan aferrada a su cuello, mientras que Lizzy había dejado de pasearse furiosamente por toda la habitación y se había sentado enfurruñada en su cama.

Cuando Jonathan por fin pudo bañarse, vestirse y bajar a desayunar, Daira estaba de pie junto al ventanal y veía a las niñas en el jardín.

  • ¿Señora McKenzie, no le parece que…?
  • No, no me parece  --  y se volvió  --  Son nuestras hijas, Jonathan, y pasan más tiempo en Averdeen que aquí, y estoy segura que en cuanto Erick pueda hacerlo, también empezará a fastidiar con lo mismo.
  • Intenta mirarlo desde su punto de vista, allá hay más niños y…
  • No, allá lo que hay es Giulian
  • ¿Cómo dices?
  • Vamos McKenzie, hasta tú deberías notarlo  --  dijo ella con exasperación  --  Ese infeliz nació única y exclusivamente para incordiar a la humanidad y no pudo encontrar mejores aliados, de modo que los deja hacer lo que se les antoja, y si decidiesen tirar el Castillo, él aplaudirá. Se queja a voces de que su casa parece un campo de batalla, pero es el mayor de los hipócritas, porque es justamente así como le gusta vivir.
  • Bueno, quizá dentro de unos años cuando los chicos estén más grandes pague caro todo eso y entienda que debió ser más juicioso  --  dijo disimulando muy mal una sonrisa

Daira tuvo deseos de golpearlo, porque su sinvergüenza marido era igualmente desastroso y disfrutaba tanto como el necio de Giulian de todas las travesuras de los niños.

  • Al menos por hoy las convencí de quedarse en casa 
  • ¡Ja! Pues te sugiero que lo hagas más a menudo, y que vayas ejercitándote en aprender a decir no, porque si ahora hacen lo que quieren, no me quiero imaginar cuando tengan una Gwialen, con seguridad te dejaras masacrar por las dulces criaturas antes de negarles algo.

Pero si bien era cierto que Jonathan había logrado su objetivo, o más bien el de Daira, en un plazo inmediato, eso no le sirvió de gran cosa, porque antes de mediodía se presentó el fácilmente predecible grupo de rescate e igualmente predecible con Giulian a la cabeza. Y sin duda Giulian era el mejor de los estrategas, porque bien sabía que él no tenía ninguna oportunidad con Daira, pero Darien Cornwall era otro asunto y con mucho la mejor carta cuando se trataba de Daira, y si de paso venía apoyado por Elijah, ya podía su amada esposa dar su batalla por perdida.

  • ¡Fuera de mi casa, Cornwall!  --  exclamó Daira al verlo aparecer en el Dver
  • ¡Vaya! Que poco hospitalaria amaneciste hoy, Clemmens  --  dijo Giulian mientras Jonathan se acomodaba en el sillón dispuesto a disfrutar del espectáculo.
  • Hola tía  -- saludaron a coro Elijah, Dreo y los gemelos  --  ¿Yo puedo quedarme tía?  --  preguntó Dreo, y como ella lo miró arrugando el entrecejo   --  Yo soy Douglas, no Cornwall  --  agregó él con su habitual desvergüenza
  • ¡Todos ustedes son la misma clase de amenaza llámense como se llamen!
  • ¿A mí tampoco me quieres?  --  preguntó Darien acercándose a ella con cara de huérfano desvalido  y estirando sus brazos con el evidente propósito de que Daira lo alzase
  • Yo no dije que no los quisiera  --  dijo Daira suavizando el tono mientras lo alzaba en brazos, de modo que fue obsequiada con la famosa sonrisa Cornwall y un sonoro beso




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