Arzhvael (libro 6. Los Cinco Elementos)

Epílogo

 

A pesar de que sus vidas por el momento eran tranquilas, Sam seguía mortificada por el asunto de la profecía.

  • ¿En qué piensa mi princesa?  --  preguntó Giulian abrazándola

Había entrado a la habitación después de darles las buenas noches a los niños, y la encontró mirando por la ventada distraída.  Ella se giró sin salir del cerco de sus brazos, y le sonrió.

  • Pensaba en la profecía 
  • No vale la pena que te preocupes por eso ahora, mi amor. No parece haber ningún peligro inminente.
  • Aún así no deja de preocuparme.
  • ¿Por qué mejor no te acuestas y descansas?

Ella decidió hacer caso, se cambió y se metió en la cama. Pero debió sospechar de esa sugerencia desde un principio, porque en realidad él no tenía intenciones de dejarla descansar precisamente. En un instante suprimió la distancia que había entre ellos y su boca se apoderó de sus labios. Con lentitud enloquecedora, ella dejó que sus manos se deslizaran por su espalda, haciendo que él se estremeciera con su contacto. Con urgencia la despojó de ese trozo de tela que se interponía entre su boca y la piel que deseaba besar. Ella fue consciente de su deseo cuando sus cuerpos ya sin ninguna barrera, entraron en contacto piel a piel. Los besos de él se volvieron salvajes, una mano independiente y con voluntad propia, buscó la suave intimidad de su cuerpo, provocando un gemido de placer que provocó que su deseo subiera a límites casi incontrolables. Cuando ella arqueó su cuerpo hacia él, fue incapaz de razonar, reaccionó instintivamente con una pasión abrasadora. Un intenso y salvaje ardor los fundió en un vertiginoso remolino de placer. Fueron arrastrados por las voraces llamas del deseo, cuerpos y labios se unieron en una encendida fusión que llegaba hasta las profundidades de sus almas. En el último segundo, ella susurró su nombre y él un te amo, y quedaron envueltos en el éxtasis final.

Mucho rato después las cosas habían vuelto a su lugar. Las llamas del deseo los habían consumido convirtiéndolos en cenizas que el remolino del placer arrastró, y ahora se posaban lentamente de nuevo en la tierra.

Giulian pensó que la mujer que tenía en sus brazos no solo había cambiado su vida, sino que se había convertido en su vida, y eso era algo por lo que se sentía muy agradecido. Si algún peligro los amenazaba en el futuro, pues esperaría a que llegara, y entonces juntos se enfrentarían a él.




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