Maia veía desde la puerta de la cocina a su vieja nana, quien había cuidado de ella desde que tenía memoria y era la única que le mostraba verdadero cariño después de la muerte de su abuelo paterno. No podía negar que la quería mucho, incluso más que a su propia madre. Podía decirse que ese era el sentimiento más sincero que hasta ese momento había sentido, aun cuando no estuviera consciente de ello. Lastimosamente, conforme fue creciendo dejó de conformarse con el cariño de la servidumbre y empezó a buscar el de quienes debían dárselo sin límites ni condiciones.
Fue por eso que su comportamiento poco a poco fue cambiando, en su entonces inocente pensamiento, llegó a creer que si se comportaba igual que sus padres y hermana, ellos se sentirían orgullosos de ella y como consecuencia la querían más. Por desgracia lo único que consiguió fue convertirse en una mala copia de esas tres personas que ni por ser como ellos le prestaron la atención que merecía y ahora tenía que vivir cada día sabiendo que todo lo que era ahora le hacía cada vez más daño. Aún cuando se engañaba con la idea de que era feliz.
Sin embargo, desde que había vuelto de su viaje a Asia algo en ella había cambiado. No sabía exactamente qué era o a que se debía. De lo único de lo que estaba segura es de que su forma de ver la felicidad, la plenitud y el cariño. En su interior había una batalla campal entre lo que siempre quiso y creyó, y lo que en cosa de dos semanas Kader le había enseñado. Junto a él hubo risas, confesiones, aprendizajes, descubrimientos y hasta pasiones encendidas. Todo con una sencillez que se volvía adictiva. Tal vez por eso ahora buscaba la manera de tener algo de eso en su vida diaria hasta volverlo parte de ella.
- Hola Minalou - la saludo de pronto
La pobre anciana dio un brinco del susto, que casi la hace tirar el almuerzo de los señores.
- Mi niña, pero que susto me has dado - la miró con ternura y gracia - otro poco y me mandas derechito a la morgue, y te quedas sin quien te consienta con tus postres y malteadas -
- Perdón nana, no era esa mi intención - se disculpó extrañamente apenada
- No te preocupes es solo que este viejo corazón ya no está para esas emociones - le sonrió con nostalgia - y como hace mucho que nadie me llamaba así, pues no me lo esperaba -
Y esa era la verdad. Desde que su niña había entrado a la adolescencia había dejado de llamarla así y ya que no tenía la misma cercanía y confianza con Elisa o los señores Paris, había dejado de escuchar ese tierno sobrenombre que Maia le puso de pequeña.
- Pero dime en qué puedo servirte - desvío el tema tan incómodo para ambas - quieres que te prepare algo, un postre tal vez -
- No Minalou, yo solo pasaba por aquí, te vi sola y quise saludarte - se excusó - y es que hace mucho que no hablamos -
- Sabes que yo siempre tendré tiempo para ti, solo tienes que decirlo - le aseguró comprensiva - es más ¿Que te parece que mientras nos ponemos al día con nuestras vidas, te preparo una malteada de caramelo que tanto te gusta? -
- Si si, me encantaría - sonrió como niña chiquita
De inmediato la nana se puso manos a la obra para preparar la famosa malteada, que aunque hacía mucho que no la preparaba, se sabía la receta de memoria. Solo porque era la favorita de su Maia cuando era niña. Mientras lo hacía, Maia se sentó sobre la encimera, algo que no hacía desde que era adolescente. Y a la vez la observaba atentamente moverse por la cocina sin saber muy bien de qué platicar. Lo cual era raro, ya que siempre buscaba llamar la atención contando cualquier detalle de su vida, pero con Minalou era diferente, esas cosas no le impresionaban a ella.
- ¿Tú qué harías por amor? - no tardó en arrepentirse por su pregunta
- Vaya, eso no me lo esperaba - la mujer se sorprendió por el inesperado tema - creo que muchos dirían que harían todo por amor, pero yo no estoy de acuerdo con ello -
- ¿Y eso por qué? - preguntó consternada - ¿Que no dicen que en la guerra y en el amor todo se vale? -
- Eso dicen, pero los años me han demostrado lo erradas que son esas palabras - razonó - ¿Cómo podría comparar algo tan puro y hermoso como el amor, con algo tan cruel y despiadado como lo son las guerras? Es cierto que en una batalla todo está permitido, pero la historia ha demostrado que eso solo trae muertes y sufrimiento, y si cometemos el error de aplicar eso en el amor solo obtendremos lo mismo. Un corazón moribundo y una vida llena de dolor. Así que no, yo no haría todo por amor, solo haría aquello que sé que es digno de dicho sentimiento -
- ¿Lo que es digno? No entiendo, ¿A qué te refieres? - pregunto interesada
- Bueno, hay un antiguo verso que dice: El amor es paciente y bondadoso. El amor no es celoso. No presume, no es arrogante, no se porta de forma indecente, no busca sus propios intereses, no se irrita con facilidad. No lleva cuenta del daño. No se alegra con la injusticia, sino que se alegra con la verdad. Todo lo soporta, todo lo cree, todo lo aguanta. El amor nunca falla. - terminó de recitar - en otras palabras el amor es el sentimiento más puro, noble e incluso inocente que puede existir. El amor es la base de todo lo bueno. Lo que quiero decir con esto es que el amor verdadero jamás te motivará a actuar de manera que tus acciones lastimen a quien le profeses dicho amor, más bien te motivará a buscar su felicidad, aún cuando eso implique hacer ciertos sacrificios -
- ¿Qué tipo de sacrificios? - siguió interrogando
- Cualquiera que sepas que hará feliz a la otra persona - le aseguró su nana - por ejemplo, supongamos que has cometido un error que sabes que podría dañar tu relación y decides ocultarlo, pensando que eso será mejor para tu pareja. Después de todo, ojos que no ven, corazón que no siente. Pero como la verdad siempre sale a la luz, cuando esa persona se entere y no por ti, la lastimará más que si hubieras sido sincera desde un principio, de ahí que el amor no miente -