Asalto de Cartago

1.3 Alicia: una madre que lucha por la supervivencia

Cuando los primeros rayos de luz lograron abrirse paso entre el humo y el polvo que envolvían a Cartago, Alicia sintió cómo el miedo oprimía su corazón. Desde el umbral de su hogar observaba cómo las legiones de Roma, como una nube oscura e implacable, avanzaban hacia la ciudad. En aquel instante, todos sus pensamientos se concentraron en sus hijos, que jugaban en la estancia sin sospechar los horrores que se avecinaban. Alicia sabía que su deber era protegerlos, pero en lo más profundo de su alma se albergaba el temor de no ser capaz de hacerlo.

La lucha interior de Alicia era despiadada. Amaba a su patria, pero su corazón de madre anhelaba ante todo salvar a sus hijos de una amenaza desconocida.
«¿Puedo abandonarlos?», se preguntaba mientras las lágrimas anegaban sus ojos.
«¿Tiene sentido luchar por una ciudad que quizá esté destinada a desaparecer?»
No hallaba respuesta alguna, y esa incertidumbre la oprimía con mayor fuerza.

Alicia decidió que no podía limitarse a esperar a que el enemigo llamara a su puerta. Convocó a los vecinos, a otras madres, para discutir cómo encontrar refugio para los niños. Juntas comenzaron a buscar lugares seguros donde esconderse de los horrores de la guerra. Cada madre compartía sus miedos, y en esa comunidad de dolor Alicia hallaba una fuerza inesperada. Eran una sola familia, unida no solo por la sangre, sino por la tragedia compartida.

Con el paso de los días, la situación empeoraba. Alicia oía los gritos en la ciudad, los sonidos de la batalla que hacían temblar su corazón. A menudo se sentaba junto a sus hijos y les contaba historias de héroes y gestas gloriosas, intentando apartarlos de la cruel realidad. Sin embargo, la inquietud se filtraba en su voz, y los niños, aunque no comprendían del todo, percibían su miedo.

Una noche, cuando las sombras se adueñaron de las calles, Alicia comprendió que ya no podía soportar más la espera. Reunió a sus hijos y emprendió la búsqueda de un refugio. Su corazón latía al compás de cada paso, y rezaba por encontrar un lugar seguro. Su mente se llenaba de pensamientos sobre lo que ocurriría si los romanos los descubrían, pero al mismo tiempo sabía que no podía permitir que el miedo gobernara sus actos.

Cuando finalmente hallaron un pequeño escondite en una antigua cueva subterránea, Alicia sintió un alivio momentáneo. Apretó a sus hijos contra su pecho, tratando de calmarlos.
—Todo estará bien —susurró, aunque ella misma no lograba creer en esas palabras.
Sabía que la guerra no los dejaría en paz, pero en aquel instante, en el silencio de la cueva, estaban a salvo.

Alicia reflexionó entonces sobre lo que significaba ser madre en tiempos de guerra. Su deber hacia la patria no había desaparecido, pero el amor por sus hijos se había convertido en su prioridad absoluta. Comprendió que incluso en los momentos más oscuros, la humanidad y la compasión podían ser su salvación. Estaba dispuesta a luchar no solo por la ciudad, sino por el futuro de sus hijos.

Mientras tanto, a lo lejos, los sonidos de la batalla se acercaban. Alicia sabía que pronto tendría que tomar una decisión definitiva. Su corazón se debatía entre el deber y el amor, pero en ese momento comprendió que, aunque la guerra pudiera arrebatarle todo, jamás renunciaría a sus hijos. Esa era su verdadera lucha: por sus vidas, por su porvenir.

En lo más profundo de su ser, Alicia sabía que pronto tendría que regresar a un mundo dominado por la guerra y el caos. Pero en ese instante, rodeada por el silencio y el calor de sus hijos, sintió que su amor era capaz de vencer incluso a las tinieblas más densas. Y quizá esa fuera su auténtica fuerza, su verdadera victoria.



#1754 en Otros
#323 en Novela histórica

En el texto hay: roma, cartago

Editado: 17.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.