Asalto de Cartago

2.2 Marco: honor o imperio — una decisión difícil

El viento proveniente del mar traía consigo el aroma a sal y humo, como presagio de una guerra inevitable. Marco se encontraba al borde del campamento, observando a sus compañeros mientras se preparaban para la batalla. Su corazón latía con un ritmo de ansiedad, y sus pensamientos oscilaban entre el deber y sus propios sentimientos. La gloria que tanto anhelaba ahora se mostraba no solo atractiva, sino también aterradora. Cada golpe de espada, cada grito en combate, no era solo un eco de la fama, sino un reflejo de las almas que habían quedado atrás.

—¿Vale la pena pagar un precio así? —se preguntaba, recordando los rostros de quienes ya habían caído en esta implacable contienda. Entre ellos estaban sus amigos, con quienes había compartido alegrías de victorias y penas de derrotas. Ahora sus cuerpos yacían en el campo de batalla, y cada vez que cerraba los ojos, sus imágenes regresaban como fantasmas que no le dejaban en paz. Marco sentía cómo sus ambiciones retrocedían frente al temor de la pérdida.

Las interacciones con otros soldados destacaban la diversidad de perspectivas sobre el honor y el deber. Uno de sus compañeros, Gayo, hablaba con entusiasmo sobre la gloria que les traerían las victorias.
—La gloria es lo que quedará después de nosotros —repetía, sin darse cuenta de que esa gloria podría construirse sobre ruinas humanas.

Otro, un veterano llamado Lucrecio, era más comedido. A menudo hablaba del precio que se debía pagar por la victoria y de cómo la guerra arrebata no solo la vida de los enemigos, sino también las almas de quienes sobreviven.

Marco comenzó a reflexionar sobre las palabras de Lucrecio. ¿Estaba realmente dispuesto a convertirse en parte de este círculo de violencia? En su corazón luchaban dos fuerzas: una deseaba la gloria y la otra la humanidad. Recordaba a su madre, que siempre le enseñó a respetar la vida, fuese enemigo o amigo. Ella decía que la verdadera fuerza no reside en la capacidad de matar, sino en la habilidad de perdonar. Esas palabras resonaban ahora en su mente como campanas que lo invitaban a la reflexión.

En el momento en que decidió acercarse a Lucrecio para hablar de sus dudas, lo invadió el pánico. ¿Y si sus compañeros lo consideraban débil? ¿Y si sus dudas se convirtieran en motivo de desprecio? Pero sabía que debía expresar sus pensamientos. Al acercarse, intentó formular sus inquietudes:
—¿Realmente nos hacemos más fuertes al matar a otros? —preguntó, buscando respuesta en la sabiduría del veterano.

Lucrecio parecía haber esperado esa pregunta. Lo miró con profundo entendimiento.
—La verdadera fuerza reside en la capacidad de detener la guerra, no en dirigirla —respondió, y en su voz se percibía tristeza—. Todos somos parte de este ciclo, pero solo nosotros podemos decidir cómo terminará.

Esas palabras impactaron profundamente a Marco. Comprendió que su conflicto interno no era solo un desafío personal, sino parte de una historia más grande que se desarrollaba a su alrededor.

Cuando la noche descendió sobre el campamento, Marco permaneció solo, observando las estrellas. Cada estrella le parecía un símbolo de la vida que podría perder.
—¿Podré vivir con mi conciencia si participo en esto? —se preguntó.

La respuesta permanecía incierta, pero algo estaba claro: su decisión afectaría no solo su destino, sino también el de muchos otros. En ese momento comprendió que la guerra no era solo un combate en el campo, sino también una batalla en el corazón de cada guerrero.



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En el texto hay: roma, cartago

Editado: 17.12.2025

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