El amanecer estaba a punto de llegar, y muchas de las personas de la ciudad Asfalto estaban apenas despertando. Algunas llenas de energía, otras con apenas algo de fuerza para poder tan siquiera levantarse de su cama junto a muchísimos largos e incomodos bostezos.
Algo así era el caso de Janeth Jensen, quien se despertó de la nada, sin que su alarma sonara, y era normal que todavía no fuera activada, pues faltaban aproximadamente veinte minutos para la hora en la cual debería ella levantarse e ir a la comisaría central de la ciudad, donde su primer día de trabajo daría inicio.
«¡Qué fastidio! Sigue siendo muy temprano», pensó la mujer todavía acostada en la cama, para luego estirar su cuerpo sin ponerse de pie.
Pensativa, la mujer trató de despejar su mente y pasar el tiempo de manera intima en su propia cama, mas el despertador terminó por sonar y hasta asustarla, por lo que detuvo la pequeña actividad de golpe.
Janeth rio un poco ante la situación y apagó la alarma. Eso le hizo suspirar al ver el techo de su habitación, parada de inmediato de su cama y dirigida a la regadera, donde se duchó y preparó sin más interrupciones.
Ya arreglada y desayunada, Janeth vio la carta de recomendación que su profesor, el famosísimo antílope de criminología, Jaime Galván, le había escrito para entregarle al comisario de la ciudad en cuestión. Todo en favor de que la contrataran gracias a su destacable desempeño en la facultad, además de haber sido becaria del mamífero durante tres largos años. Fue el último empujón que su profesor y tutor le dio a la chica a quien llamó «genio» durante mucho tiempo.
La mujer, vestida con un traje sastre, con su cabello recogido en cola de caballo, llevado poco maquillaje adornándole y puestos grandes anteojos por enfrente de su rostro, salió lista de su hogar en camino a la comisaría, donde su carrera como parte de la policía iniciaría finalmente, luego de tanta espera y esfuerzo.
El edificio de la comisaría era bastante grande y nada destacable de entre sus vecinos. Sus tonos grisáceos y numerosas ventanas dejaban muy en claro que se trataba de un lugar que muchas personas procuraban, por lo que era fácil entender que, posiblemente, la mujer estaría un poco apretada dentro. Mas esa visión no la atemorizó, iba bien confiada en que sería un buen día.
Dentro de la comisaría, la recepcionista la saludó alegre. Janeth entregó la carta de recomendación a la pelirroja y ésta le indicó a qué piso debía de ir sin distraerla mucho y deseándole suerte, algo que puso muy feliz a la novata.
Ya en el lugar indicado, la nueva empleada caminó nerviosa entre los escritorios que había en el departamento del comisario, donde los oficiales y detectives, acomodados en sus lugares, la vieron curiosos, extrañados de que llegara sola.
–¡Disculpa! Tú debes ser Janeth Jensen, ¿cierto? –preguntó una mujer de cabello rubio y ojos color miel, la cual poseía grandes orejas de conejo y una cola esponjosa, además de un cuerpo delgado y alto, con bellas piernas largas adornadas gracias a hermosos tacones.
–Sí, soy yo. ¡Buenos días! –Respondió la nueva, a lo que la rubia replicó.
– ¡Mucho gusto! Yo soy Navie, asistente del comisario. Por el momento está afuera recogiendo a otro elemento nuevo de la comisaría, pero puedes esperarlo en su oficina mientras llega, si gustas –invitó la hibrido a Janeth, guiada hasta la oficina del comisario, donde se le invitó a tomar asiento–. Mi jefe no debe de tardar. Si necesitas algo, avísame. –Luego de eso, Navie salió casi corriendo del lugar, por lo que Janeth, en soledad, se puso a ver los alrededores.
La oficina del comisario se veía bastante normal. Con muchos libreros repletos de carpetas, mismas que posiblemente contenían archivos o documentos importantes; habían fotos de muchas personas por todos lados, reunidos en aparentes eventos o situaciones personas, siempre apareciendo el comisario en ellas; el escritorio se notaba bien ordenado, con varios legajos puestos al lado derecho y fuera del mismo, orilla contraria a donde estaba la silla, con la laptop del hombre frente a ésta, cerrada y posicionada una lampara cerca, junto a una fotografía que seguro tenía a la familia del hombre retratada en ella.
El abanico de techo daba vueltas lento, y no parecía haber señal de que el comisario llegara pronto. Por lo que la nueva, aburrida, abrió su bolso y sacó uno de sus libros favoritos que llevó para leer en sus ratos libres. «Batallas en el ártico corazón» era el título de la obra, una historia de romance que le gustaba mucho a Janeth desde su primera entrega.
–¡Buenos días, señorita Jensen! –repitió el comisario con un tono más grave y un tanto molesto, pues no lograba sacar del trance a la mujer, quien parecía haberse ahogado en las palabras de su lectura, tanto que no notó cuando entraron a la oficina donde se hallaba.
–¡C-comisario Keneth! ¡Qué pena! ¡Buenos días! ¡Lamento no haber respondi…do! –emitió la mujer apenada, detenida al notar que el hombre no venía solo.
El comisario era un renombrado caballero de estatura alta, cabello oscuro, piel negra y ojos verdes. Era, sin dudas, un varón muy apuesto y de apariencia ruda, alguien que traía enamoradas a todas las mujeres y a algunos hombres del sitio.
Por otra parte, le acompañaba un lobo de pelaje blanco y ojos amarillos, cuya larga y esponjosa cola se movía de lado a lado al ver directo a la cara de la mujer que los estaba esperando. El sujeto en cuestión poseía un rostro bello y una sonrisa confiada, además de un cuerpo musculoso y un atuendo un tanto revelador, pues traía descubierto parte del abdomen y no poseía mangas en lo absoluto.
–No se disculpe. Quien debe pedir perdón a ambos somos la teniente y yo, quienes retrasamos al detective Albus. Él será su jefe directo a partir del día de hoy, señorita Jensen –explicó el comisario al presentar a ambos, cosa que extrañó a la mujer, más porque el lobo sólo la miró de arriba abajo y le sonrió de manera coqueta, acción que sonrojó a Janeth.