Asalto: Lupus

Segundo Expediente: Dominación

Janeth, Albus y Linda caminaban hacia el automóvil, un tanto incomodos por toda la situación que se había dado. La asistente del detective iba por delante de él, y su prisionero, mismo al que se le veía cabizbajo por razones que la mujer refería como obvias, se hallaba sujeto por los hombros a manos del lobuno. En cuanto a Linda, se encontraba yendo a la par de su compañera de trabajo.

Todos llegaron a donde el vehículo estaba estacionado, a lo que la secretaria se adelantó y abrió la puerta de los asientos traseros del lado izquierdo, para luego ella dar la vuelta por detrás al automóvil y abrirse la entrada contraria en favor de ella abordar al lado del supuesto criminal, acción que alarmó en sobremanera a Janeth.

–D-detective Albus –mencionó la asistente un tanto temerosa, lo que hizo a todos detenerse y mirar a la mujer–. Me gustaría ir detrás del vehículo con el sospechoso, si no es mucha molestia –las palabras de la asistente impresionaron bastante al lobo, quien bajó un poco las orejas y la cola al enterarse de dicha decisión.

–Albus…–replicó Linda, mas el detective levantó su palma y la mostró a su secretaria para indicarle que era mejor no decir nada, por lo que ella abandonó el vehículo al cual todavía tenía intención de subir hasta dicho momento.

–Entiendo, JJ. Adelante, entonces –pidió el hombre de Angraterra. Temerosa y nerviosa, la mujer se subió al auto y cerró la puerta del otro lado, para pronto ser subido la suricata y cerrar su salida por afuera.

–¿Estás seguro? –preguntó Linda, algo que hizo sonreír leve a su jefe.

–Hay que darle tiempo –respondió confiado el lobo con una notable sonrisa, a la par que caminaba hacia el otro lado del vehículo para abordarlo.

Por su parte, al estar ya encerrados dentro del carro, Janeth no desaprovechó la oportunidad de hablar con la suricata, mismo que se veía un tanto intranquilo.

–¿Estás bien? –cuestionó la asistente, cosa que impresionó un poco al joven. Aquel levantó la mirada, vio la genuina preocupación de la chica y le sonrió apenado.

–Sí, dentro de lo que cabe. Acabo de ser arrestado –respondió el chico, para luego la mujer continuar.

–Cualquier cosa, soy la oficial Janeth. Puedes confiar en mí, muchacho –expresó la chica, cosa que hizo sonrojar al sospechoso, pues detrás de esos anteojos, pudo notar que había legitima dulzura e inquietud por su seguridad.

–Gracias, señorita Janeth –emitió al joven, sonrojado–. Soy Eliazar Keeves. Mucho gusto. –Esto hizo a la asistente sonreír, con el corazón más tranquilo.

–El gusto es mío, Eliazar. –Luego de la presentación, tanto Linda como Albus subieron al vehículo, se colocaron los cinturones y arrancaron el coche, yéndose del lugar. El detective Albus marcó al comisario para avisarle de la situación en la que estaban, cosa que pareció a su asistente un tanto inadecuado pues no mencionó el método que usó para capturar al chico.

El comisario Keneth, sin respingar, aceptó volver a la comisaría, donde se encontró con el equipo luego de unos momentos, junto a otros oficiales que se encargaron de bajar a Eliazar del auto.

Escoltados hasta donde el chico suricata sería interrogado, el comisario y detective anunciaron el procedimiento al resto del equipo de Albus. Luego, ambos entraron a la sala de interrogatorios para comenzar a hacerle preguntas al joven, observado todo desde afuera por Linda y Janeth, quienes estaban atentas.

–Pon mucha atención a lo que diga. A Albus le gusta hacer referencias de información en futuros encuentros y discusiones, por lo que es importante que aprendas todo lo que dicen en los interrogatorios en favor de que no lo retrases y pueda dirigirse, sin problemas, al punto que quiere llegar al mencionar lo ya recopilado de esta manera –explicó Linda a la asistente, la cual suspiró y puso toda la atención que pudo.

–Buenas noches, señor Eliazar Keeves. ¿Qué edad tiene, disculpe? –preguntó el comisario, para luego el joven voltear temeroso a ver hacia Albus, mismo que, sonriente, asintió con su cabeza al sospechoso. Pronto aquel agachó la mirada y respondió.

–Tengo diecinueve, recién cumplidos, señor comisario –dijo el joven mortificado y asustado, cosa que hizo suspirar a Keneth de momento.

–Hijo, déjame ser claro. No tienes por qué temer. Cualquier cosa que hayas hecho, sé que puedes zafar de ello con un buen abogado. Se nota que sólo seguías órdenes y que no tienes sangre en tus manos. Así que vayamos al grano. Detective Albus, por favor. –El lobo se acercó y dio inicio al interrogatorio.

–Me dijiste que tu jefe te ordenó vigilar la casa. ¿Quién es dicha persona? –cuestionó el lobuno con ambas manos sobre la mesa que separaba a los oficiales de Eliazar, observados los ojos del chico directamente por el extranjero.

–Ernesto Henn, el juez de barrio. –Aquello provocó que tanto Albus como el comisario se vieran a la cara preocupados, al igual que Janeth.

–Disculpe, JJ. ¿Qué es un juez de barrio? –Preguntó la secretaria vulpina, a lo que respondió de inmediato la mujer.

–¡Oh! Es una persona encargada de los asuntos internos de las colonias, tanto políticas como vecinales. Por ejemplo: si alguien quiere poner un negocio en una de sus casas, debe pedir permiso al juez de barrio. Si uno de sus vecinos está construyendo en la calle o haciendo algo que falte el respeto a los demás, te quejas con el juez, también. Es un representante y una especie de líder entre la gente. Es elegido por las personas de la comunidad o por las autoridades del municipio. Comúnmente se trata de gente mayor la que asume el cargo –explicó la chica, lo que Linda de inmediato agradeció sin cambiar su fría expresión.

–¿Por qué a Ernesto le interesa que vigilen dicho lugar? –interrogó el detective, a lo que Eliazar contestó algo preocupado.

–La casa abandonada siempre se llenaba de drogadictos y vagabundos, al igual que vándalos. Ya rompieron todas las ventanas, garabatearon las paredes y robaron varias cosas de la misma. Acordamos que la vigilaríamos por la seguridad de los vecinos, sobre todo de los niños que viven cerca de dicha morada solitaria. Es sólo que sabemos es ilegal entrar, por lo que preferí correr antes de venir aquí. Lo siento –expresó el joven, algo que provocó un poco de decepción en las autoridades.




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