Janeth continuaba dormida, sumergida en sus sueños, mismos que reproducían una y otra vez la misma escena de su nuevo jefe confrontando Eliazar, quien lejos de quejarse o sufrir, disfrutaba el encuentro, envuelto entre las garras del masculino lobo blanco.
De pronto, la alarma del despertador de la mujer sonó, lo que la hizo abrir los ojos de golpe y ver a su alrededor en plena oscuridad de la mañana, bañada en sudor y cuya respiración agitada sólo resaltaba lo mucho que esos pensamientos la gobernaban.
«Maldición. Tengo que dejar de pensar en eso», concluía dentro de su mente la mujer para pronto ponerse de pie e ir directo al baño, donde se duchó con agua fría en esperanza de calmar ese calor interno que la estaba volviendo loca.
«Las bestias pueden olerlo todo. Sabrá que estoy así de eufórica si no me controlo», pensaba Janeth, respiró profundo y terminó de bañarse, para luego salir, ponerse ropa cómoda y practicar un poco de yoga.
Con música relajante de fondo, la mujer hizo estiramientos y respiraciones que sin dudas la hicieron despejar su mente, aunque pronto recordó todo lo descubierto por Albus y en sus posibles siguientes movimientos. Había ya tres sospechosos nuevos en los cuales trabajar, y aunque sonara tentador ir por el más pesado de los tres, el cual era el juez de barrio, la mujer supuso que lo más sensato sería ir a por el joven murciélago del que habló Eliazar.
De ser así, de encontrar al muchacho, eso significaría que, de nuevo, el detective Albus usaría sus dotes caninos para hacerlo hablar. En otras palabras, vería lo mismo una vez más, o mucho más intenso.
Una vez tomado otro baño, Janeth se preparó y extra perfumó para ir a la comisaría, donde se encontró con Linda. Aquella se hallaba sentada frente a su escritorio, con su teléfono en mano, algo que extrañó muchísimo a Janeth, pues ella siempre está trabajando sin parar desde que llega.
–Buenos días, Linda.
–Buenos días, JJ. ¿Qué tal descansó? –preguntó sin dejar de ver el móvil la vulpina, respondido aquello por la nueva, con algo de pena.
–¡Bien! Bastante bien. Gracias por preguntar –respondió con una sonrisa forzada y nerviosa, a lo que, de la nada, Linda dejó de ver su teléfono y levantó el rostro moviendo su nariz.
–Hoy se puso mucho perfume, JJ.
–Sí, me gusta mucho esta…
–Sobre todo en… –Esa declaración provocó que Janeth se quedará sin habla, sonrojada y paralizada al ver la desinteresada cara de Linda que regresaba a su móvil.
Pronto, desde la oficina del comisario, Albus saldría alegre y en dirección a sus subordinadas, cosa que le haría mover la cola jovial al ver a ambas chicas ya reunidas.
–Buenos días, JJ. ¿Qué tal está? –preguntó alegre el lobo, con una brillante sonrisa coqueta, respondido por Linda antes que Janeth.
–Preocupada por su olorosa va…
– ¡VARIEDAD DE COMIDA PARA EL ALMUERZO! –gritó apenada la mujer al tomar su lonchera y mostrarla a su jefe–. Buenos días, detective –dijo más tranquila al ver el rostro confundido de Albus, quien sonrió al observar la comida y la cara de preocupación roja que tenía Janeth.
–Hoy vamos a salir desde temprano. Iremos a buscar a algunas de las personas que mencionó Eliazar en el interrogatorio de ayer. Por lo tanto, ocupo que estén al pendiente y sigan todas mis ordenes en el transcurso del día. ¿Queda claro? –Al mencionar aquello, Linda asintió de inmediato, mientras que Janeth le tomó un poco más dar la afirmación, cosa que le pareció tierno al lobo.
Fue así como los tres abandonaron la comisaría y subieron al auto del detective, quien condujo hasta la colonia en donde se hallarían con el primer sospechoso en su lista, mismo que no mencionó para nada de quién se trataba a Janeth, con la esperanza ella de ser el chico murciélago, aunque trataba de no pensar mucho en ello para evitar que las bestias que iban a su lado se dieran cuenta de sus hormonas.
Al poco tiempo, el detective se estacionaría frente a una casa adornada de manera bella, con un hermoso jardín verde repleto de muchas flores y varios frondosos árboles que sobresalen de entre el cúmulo de casas que hay en la colonia.
Dicho sitio llamó mucho la atención de los oficiales, más de Linda, quien parecía estar maravillada con todo, cuyo rostro alegre no pudo ocultar, algo que impresionó mucho a Janeth.
Los tres abandonaron el vehículo tan pronto Albus lo ordenó, y una vez abajo escucharon cómo una señora estaba regando las plantas, a la par que cantaba alegre, voz que los llenó de mucha enjundia a los oficiales.
La señora en cuestión era una anciana de edad un tanto avanzada, de aspecto afable y ropas lindas, propias de alguien de su edad. Ella cargaba con ambas manos de manera dificultosa la gran regadera con la cual estaba llenando de agua sus plantas. Éstas se notaban bellas y abundantes, así como frondosas y verdes.
–Buenos días, my lady –saludó con una enorme sonrisa el detective, cosa que interrumpió el canto de la mujer para voltear hacia él con mueca de alegría inmensa.
–Buenos días, señor lobo. ¿En qué puedo ayudarle? –respondió la viejecilla con una dulce voz que llenó de ternura el corazón de Linda, mas no el de Janeth, cosa que la tenía curiosa ante la vulpina y sus raras actitudes.
–Soy el detective Albus W. Vengo a hablar con el señor Ernesto Henn, si es que me puede guiar hacia él o hablarle –explicó el lobo al mostrar su placa, cosa que decepcionó en sobremanera a la asistente, pues no era casa de Robbie.
–¡Oh! ¿Acaso hizo algo malo?
–No, no se preocupe, my lady. Sólo queremos hacerle unas preguntas sobre el vecindario, si es tan amable –explicó el extranjero, para pronto la señora sonreírle y bajar la regadera.
Mientras la mayor caminaba hacia adentro de su hogar, los oficiales observaron a su alrededor, curiosos, observado el rostro feliz de Linda por Albus, mismo que no perdió la oportunidad de decir algo.