Asalto: Lupus

Séptimo Expediente: Amantes

La escena del crimen ya estaba controlada por la policía. La forense hacía su labor, a la par que varias personas se hallaban en las cercanías tratando de ver qué había pasado, preocupadas por el supuesto joven encontrado en el balcón de uno de los hogares que más bien eran pequeños departamentos, colgado medio cuerpo de aquel hacia el vacío, ensangrentado, lo que provocó que le descubrieran.

Pronto, Albus y compañía llegaron al lugar, donde se hallaron no sólo al comisario Kenneth, sino también a otro de los detectives, uno que ya Janeth había tenido el gusto de conocer, quien era una bestia mapache bastante tímido y extraño, el cual trabajaba de noche.

–Buenas noches, comisario. Detective Pedro –saludó Albus a ambos, respondido por Kenneth con una mirada fría, mientras que Pedro sonrió nervioso, encorvado como siempre y con sus manos juntas, frotadas una con la otra.

–Buenas noches, detective Albus. Es casi su hora de salida, ¿cierto? –mencionó Pedro alegre, a lo que contestó el lobo con una enorme sonrisa.

–¡Claro que no! Ya salimos, pero el crimen parece no tener un horario fijo. Y espero no tome como una falta de respeto que mi equipo y yo estemos aquí. Sé que el caso usted lo lleva en la noche, y sus informes son sublimes.

–Es verdad, detective –comentó Linda al dar un paso al frente y llamar la atención de los oficiales–. La papelería que usted ha levantado sobre el caso nos ha ayudado mucho. Le agradezco por el nivel de detalle y su empeño en los hallazgos. –Eso sonrojó al mapache, mismo que bajó la mirada y se frotó la nuca un poco.

–¡Qué bien que les sirve! De nada, señorita Linda. Es mi trabajo, después de todo. He llevado este caso por siete largos años ya. Supongo también que es la experiencia –resaltó el hombre, apenado de no poder cerrar dicho problema, mas orgulloso de su propio seguimiento.

–¿Qué tenemos aquí? –cuestionó Albus al dar un paso hacia el frente y ver que estaban retirando con cuidado el cuerpo del joven de donde estaba, todo para guardar en una bolsa de embalsamado.

–Marco Daniel. Joven de diecinueve años. Estudiante de enfermería. Un coyote. Fue encontrado hace apenas cuarenta minutos por una mujer mayor que iba pasando por esta misma calle. Llamó de inmediato al 199 para reportarlo. Una verdadera tragedia –explicó el comisario, seguido de un comentario ajeno al caso–. Galván estuvo aquí y me preguntó por usted, Linda y Janeth. Dijo que escuchó la noticia del siniestro y vino a interceptarlos, pero al no tener suerte, se retiró –explicó el hombre de tez oscura, lo que hizo sonreír a Albus.

–¡Qué mala suerte! Es posible que mañana le demos una visita a la universidad –aseguró el lobo alegre, continuada la investigación de su parte–. ¿Qué me dicen del cuerpo?

–El joven tenía gran parte de sus intestinos arrancados y mordisqueados, mostrados signos de seguir con vida a la par que lo desmembraban. Su cara de horror lo dice todo, al igual que la tensión en sus articulaciones y el pelaje bajo sus uñas –examinó el mapache, cosa que llamó la atención de todos.

–¿La forense dijo eso?

–No, señorita Linda. Yo lo sé, lo pude ver al estar cerca del cuerpo –aclaró el detective, cosa que impresionó a Janeth.

–¿Todo eso pudo saber con tan sólo ver el cadáver? ¡Es increíble! –Dicha declaración hizo sonrojar a Pedro, aclarado su talento por el comisario.

–El detective Martini es bien conocido por su habilidad de notar detalles en los siniestros que nadie puede. La forense hace su trabajo confirmando todo, pero que horas antes tengamos esa información que él provee puede ser crucial para salvar vidas –aduló Kenneth, cosa que apenó más al mapache.

 –Todos buscamos pistas en la gente, los testigos y en lo que hay alrededor, pero en un siniestro, el cadáver es la mayor pista. Los muertos hablan su propio lenguaje, y está ahí siempre para los que sabemos escucharlos. –Ese comentario fue dicho entre risotadas siniestras y miradas extrañas, algo que incomodó a Linda y Janeth, para luego sonrojarse una vez más Pedro y bajar la mirada.

–Detective, ¿le molestaría si lo ayudo a interrogar a los testigos? Tengo algunas sospechas sobre el caso y quisiera abordarlas con su permiso, por supuesto. De igual manera, le comentaré lo que he descubierto por más poco que sea, para estar en el mismo canal. Será un honor trabajar con alguien tan perspicaz como usted –comentó Albus, lo cual hizo al mapache ponerse algo nervioso, mas al final respondió.

–El honor será mío, detective Albus. Lo espero en la estación. Por favor, reúna a los testigos, a la par que reviso un par de cosas por mi cuenta en las cercanías. –Esto provocó tanta felicidad en Albus que su cola no paraba de moverse de lado al lado, notado cómo el mapache se iba solo del sitio, detenido por el lobuno.

–¡Espere, detective! ¿No le gustaría un poco de ayuda? –Esto confundió a Pedro, hasta que Albus continuó. –La señorita JJ estaría encantada de darle un mano como acto de buena fe en nuestra colaboración. ¿Qué dice? –Al mencionar aquello, la mujer de inmediato se impresionó, mas no se puso a la defensiva, por el contrario, se alegró.

–¡Por supuesto! ¡Déjeme ayudarle, detective! ¡Estaría encantada! –exclamó apenada la mujer, algo que hizo al mapache bajar la mirada y frotarse las manos, sonrojado.

–¡M-me gustaría mucho recibir ayuda! ¡Gracias! –Declarado eso, Janeth se colocó a su lado y ambos se encaminaron hacia la parte trasera de los departamentos donde vivía el joven atacado.

Una vez alejados del ruido y la mayoría de las luces, ambos se toparon con un enorme contenedor de basura, perteneciente al edificio con seis departamentos diferentes casi todos habitados. Pedro, ni corto, ni perezoso, se colocó un par de guantes de plástico y ofreció, tímido, unos a Janeth, misma que los vio con un rostro de preocupación y algo de desagrado, pues entendía a la perfección qué iban a hacer.




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