Asalto: Lupus

Décimo tercer Expediente: Desprecio

–Hermanas y hermanos. Bienvenidos sean a nuestro hogar, al santuario para la gente de bien de la ciudad Asfalto. Me place informarles que, a pesar de haber sido una semana bastante complicada para algunos de nosotros, la vida nos ha regalado otro símbolo de paz. Los «otros» están más asustados que nunca. ¡Las bestias se hallan temerosas ante el poder del equilibrio! Saben que no deben estar aquí, que éste no es su lugar, sino el de nuestra gente, de los humanos. Asfalto fue construida al pie de la montaña donde se encuentra la torre de cobre, la misma que todos conocen, la cual fue encontrada por un humano y su familia –dijo un hombre encapuchado sobre el escenario, escuchado de manera atenta por todos los presentes y por las bestias en la van.

–¿La torre de cobre? ¿Es la que se ve en las faldas de la montaña? –preguntó Linda a Noir, pues él era originario de Mozhikon.

–Sí, es esa.

–¿Y qué hay con ella o qué?

–¿En serio no saben la leyenda? –contestó el venado a Mikai, sin recibir respuesta de sus compañeros, por lo que prosiguió–. Bueno, es justo eso: una torre hecha únicamente por cobre. Nadie sabe de dónde vino o quien la construyó, por qué se erigió. Sólo sabemos que la familia del fundador, Gabriel Asfalto, fue quien la encontró. Viajaba con su esposa embarazada y sus dos hijas, los cuales vivieron en la torre por un tiempo, vuelto su hogar los alrededores con el paso de los años. La familia se volvió grande y ya luego vino más gente a ayudar con la construcción del pueblo, ahora ciudad.

–Espera, ¿cómo creció la familia si sólo estaban ellos aquí?

–El bebe que esperaba la señora fue varón –contestó Noir a la mitad zorro.

–Pero… Eso es incesto, ¡eh! –resaltó el pero, cosa que provocó al venado girar los ojos, fastidiado.

–¡Claro que lo es! Eran otros tiempos. No lo justifico, pero tampoco lo condeno. No sabíamos qué situación había en sus entonces –explicó sin más Noir, atentos a lo dicho por el hombre en el estrado.

–Fueron muchos años de paz, hasta que las bestias llegaron. Cambiaron todo, destrozaron nuestra paz y hasta se mezclaron con los nuestros. –Fue entonces que se escuchó descontento de los miembros de la secta, oídos insultos por doquier, algo que asustó un poco a Janeth. –No hay peor abominación que los híbridos humanos y bestias. Los furry son personas que han traicionado a sus hermanos, a lo que debe de ser correcto. Es gente que ha destruido nuestro preciado balance. –Al decir esto y ser oído por las bestias en la van, tanto Mikai como Noir voltearon hacia Linda. Ella tenía el semblante duro de siempre. Era obvio que le afectaba, mas no decía nada.

–No puedo creer que haya gente así de estúpida. Había escuchado sobre la discriminación aquí en Mozhikon, pero no se me hacía posible que fuera así –comentó Mikai, asqueado.

–Hay lugares donde ser como nosotros es motivo de prisión. Donde asesinan a los que mantienen relaciones amorosas o sexuales inter especie.

–Existen países en los cuales degollan a los híbridos recién nacidos –secundó Linda al venado, impresionados sus compañeros–. Nuestro mundo está lejos de ser perfecto –sentenció la mitad zorro.

–Hoy veo caras nuevas. Sé que hay tres personas que acaban de llegar. Por favor, den un paso al frente –dictó el hombre. Eso puso algo nerviosa a Janeth, al igual que a sus compañeros–. Sé que es difícil, pero se empieza por algo. Hay que tener valor para admitir nuestro miedo y la inseguridad que sentimos ante los «otros». Si están aquí con nosotros, deben saber que nada, ni nadie, los va a juzgar. Aquí son libres. –Al terminar de decir eso, el sujeto se retiró la capucha y el cubrebocas, revelado que se trataba de Ernesto Henn, el juez de barrio de la zona.

La revelación dejó a Janeth sin palabras, pues no esperaba que fuera él quien estuviera al mando de dicha secta, algo que la puso de inmediato en peligro.

–Ahora, hermanos y hermanas, los invito a hacer lo mismo si no tienen miedo. Nadie los va a juzgar. –Pronto, todos los presentes, excepto los nuevos, se descubrieron las caras, mostrados sus rostros sin temor ante los demás, seguros de estar en un sitio en donde no les pasaría nada si confesaban su racismo.

Los dos jóvenes que pasaron con Janeth se descubrieron, tranquilos, por lo que era turno de la infiltrada, notado por Ernesto el temor que invadía a la asistente de Albus en el momento.

–Hija, no tengas miedo –dijo Martha al acercarse a Janeth y tomar su mano, sonriente–. Aquí estás a salvo. –Luego de esas palabras, la asistente decidió hacer lo mismo, cosa que les pareció un tanto raro a las bestias.

–¿Por qué duda? ¡Qué raro! –enunció Mikai al escuchar lo que sucedía, a lo que Linda se dio cuenta de todo.

–¡Maldición! Janeth reconoció a alguien –explicó la mitad zorro–. Eso significa que hay una persona que sabe que trabaja para la policía.

–¿Qué hacemos? –preguntó el can, puesto de pie Noir con su revolver en mano.

–Sacarla de ahí. ¿Qué más?

–¡Espera! –detuvo la secretaria al venado, paciente–. Escuchemos qué pasa y actuemos sobre ello –sugirió la mujer, tranquilos los presentes y expectantes a lo que pueda ocurrir con Janeth.

Sin más, la mujer se descubrió el rostro, revelado que se trataba de la asistente de Albus, a quien Ernesto reconoció de inmediato. Al principio, el aparente líder mostró un rostro extrañado, luego se turnó en ira y justo cuando iba a hablar, Martha se adelantó.

–Esta joven estaba huyendo de Hermet y un zorro gris. Por suerte, estuve cerca para tranquilizarla y fue ahí cuando la invité –explicó la señora, algo que el juez no terminó de creer.

–¿Qué sucedió, señorita? Por favor, compártalo. –Fue ahí cuando Linda estuvo a punto de hablarle a Janeth para ayudarla, mas ésta se le adelantó.

–Yo trabajo para el departamento de policía de la ciudad de Asfalto –dijo la criminóloga, declaración que asustó a todos quienes la escucharon, fruncido el señor de Ernesto al oír eso–. Mi jefe es un lobo de Angraterra y su secretaria una hibrido de zorro. Durante mi trabajo como asistente de Albus, he presenciado cosas horribles, actitudes que me dejaron sin habla y con mucho temor. Albus, el hombre que tanto vanagloriaban en la oficina, frente a Linda y a mí, abusó de uno de los muchachos que vive en esta colonia, un chico llamado Eliazar –relató Janeth, cosa que hizo enojar a Mikai e iba a reclamarle, detenido por Linda.




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