Asalto: Lupus

Décimo sexto Expediente: Miedo

Una vez que, tanto Noir como Janeth, se quedaron casi solos en el piso de la torre, el venado sugirió a la mujer moverse fuera del lugar para compartir la información con Albus, pero la asistente deseaba revisar un par de cosas más antes de continuar.

–Sé que va a sonar estúpido…

–Ya está escuchándose así y ni siquiera has empezado. –Se quejó Noir, molesto.

–Quiero ver si el profesor Jaime está aquí. Sólo quiero saludarlo.

–Sí, eso creí. No compartas la información que conseguimos. Albus es quien debe decidir qué hacer con ella. ¿Entendido?

–Claro, no tardo. No te separes de la gente que hay aquí.

–No te preocupes. Hay un guardia bestia. Estaré bien –aclaró Noir, decidida Janeth en subir hasta la cima de la torre de cobre con la esperanza de ver a su maestro.

El techo del lugar estaba rodeado por una estructura zigzagueante de forma cuadrada, puesta sobre una ligera muralla que protegía el lugar. Ahí, había un montón de telescopios y múltiples placas que contaban la historia de la ciudad, así como el misterioso marco de un portal apagado que se decía era la puerta para un lugar lejano e inalcanzable.

Además, en medio había un espacio vacío, cubierto por cristal, mismo que apuntaba hasta el fondo de la torre, donde descansaba una pirámide que, según la leyenda, era capaz de disparar un faro hacia el cielo que era la fuente de energía que activaba el místico portal, algo que se apagó años atrás por razones que todos desconocen.

En la cima no había muchas personas, sólo dos guardias y una familia de tres personas. Por ello, no fue difícil para Janeth encontrar a su profesor, quien se encontraba dándole la espalda en la orilla sur de la torre, con las manos detrás, contemplando la ciudad desde aquel sitio, cuya vista era impresionante.

Janeth se acercó al hombre, alegre y sigilosa, hasta que lo llamó por su nombre para llamar su atención.

–Profesor Jaime. Buenas tardes –dijo la mujer, cosa que provocó al mayor voltear y responder con una enorme sonrisa.

–¡Janeth! Qué gusto verte por acá. ¿Hoy descansaste?

–No, para nada. Tuve que venir a hacer un encargo.

–¿Estuviste investigando a alguien? –Janeth no podía decir nada porque sabía que Noir la regañaría, así que asintió con la cabeza al momento.

–No, sólo vine por documentación.

–Ya veo.

–Usted es quien me sorprende. Da la casualidad que uno de los guardias me comentó que estaba aquí y que venía a menudo. Yo no sabía eso de usted –confesó a chica, algo que extrañó un poco al antílope, alegre de oírlo.

–¡Vaya! ¿Hablan mucho de mí? Supongo que es normal al verme tan seguido por estos rumbos –dijo apenado el maestro, sin perder la postura–. Me gusta la vista y el misticismo del lugar. Tantas leyendas y secretos guarda la gran torre que, de alguna manera, al estar aquí, siento cierta conexión con la magia de la que está hecha –explicó Jaime, impresionada Janeth de escuchar eso.

–¿Cree que fue construida con magia?

–No lo creo. Lo sé. La leyenda dice que los Asfalto la encontraron luego de viajar durante mucho tiempo, sin indicios de haber una civilización cercana ni de la forma más remota posible. Por ello, se sabe que todo lo que hay dentro se había conservado igual hasta entonces. Ahora continua así, lo único que se perdió fue la luz del faro, algo que muchos creen se debe a que el artefacto que la producía fue robado. La pirámide del primer piso, se nota que le falta algo en la punta, ¿no lo crees?

–Es verdad.

–Bueno, los símbolos mágicos y su mera perfección han llevado a muchos hechiceros de otros países como Angraterra a teorizar, casi confirmar, que la torre fue construida con magia, de la mano de algún ser poderoso cuya identidad es un misterio. Ni siquiera en la torre hay indicios de quien haya hecho esto, pero seguro algo quería de esta tierra. Por eso el portal. Me parece que, una vez lo obtuvo, tomó la punta de la pirámide y se fue para siempre, en un momento cuando los Asfaltos no veían o tal vez decidieron guardar el secreto. Fascinante, ¿no? –preguntó el antílope, observado los alrededores de la estructura por Janeth.

–Sí, muy interesante.

–Ahora las cosas son diferentes. La ciudad de Asfalto se levanta alrededor de la torre y la leyenda. Por desgracia, nuestro país carece de fuertes orígenes mágicos. Somos pobres en la materia por los pensamientos arcaicos de los humanos que creen que la magia es mala y peligrosa. Por eso prohíben su proliferación aquí. Ojalá, en un futuro, la sociedad sea más abierta hacia la magia y podamos disfrutar de sus veneficios en Asfalto –comentaba triste el antílope al ver la ciudad con nostalgia, dado un largo suspiro al final.

–¿La gente de la ciudad se opone a la magia?

–¿No lo sabias? Bueno, no es un tema que se toque muy a menudo, pero tenemos reformas, que aplican sólo a las bestias, para la prohibición de la práctica y desarrollo de la magia.

–Yo… No tenía idea.

–Es normal porque eres una humana, pero es una realidad. Como ya debes de saber, ni siquiera los Angraterrenses, que son de los mejores practicantes de la magia, pueden desarrollar dichas habilidades y usarlas a toda libertad por si solos. Necesitan de artefactos, canalizadores que les permitan usar hechizos, conjuros y encantamientos.

–Claro, cómo los guantes de Albus.

–¡Exacto! Bueno, como está prohibido el desarrollo de estas habilidades, por consecuente, esos objetos están privados en nuestro país. Para introducirlos, necesitas muchos permisos y tiempo. Albus es un detective famoso e hijo de una gran personalidad, por eso sabía que podría traerlos sin problemas, todo sea por encontrar al asesino que llaman «cazador» –resaltó Jaime, impresionada Janeth de ello.

–Maestro, eso quiere decir que no existe ninguna bestia en la ciudad de Asfalto que pueda usar magia.

–Me temo que sí debe de haber, Janeth. No obstante, lo hace de manera ilegal o ha encontrado la forma de ejecutar hechizos sin la necesidad de catalizadores. Lo cual es interesante, pero un poco turbio.




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