Janeth observó en medio de la penumbra al lobo, mismo que parecía tranquilo, confiado y listo para asechar a su presa, la cual, a como ella lo estaba entendiendo, se trataba de ella.
–El suelo es muy cómodo en esta casa. No te preocupes –explicó el can, a lo que procedió a acostarse al lado de la cama, dejada sola la mujer entre las sábanas.
–Creo que sería mejor que yo durmiese…
–No, Janeth. Usted es mi invitada. Por favor, resguárdese en la comodidad mientras pueda. Más tarde voy a exigirte más que a mí, eso sí –bromeó, cosa que provocó un poco de incomodidad en la mujer, en lugar de lo que esperaba–. Trate de descansar. Deje de preocuparse. –Dicho eso, el lobo suspiró y pareció quedarse dormido, por lo que Janeth trató de hacer lo mismo.
En la negrura de la habitación, donde cada sonido era escuchado con una claridad impresionante gracias al reinado del silencio, la asistente de Albus pudo oír la respiración de su jefe, cada vez que se movía, se rascaba o rechinaba sus dientes, todo con mucha claridad. Dicha orquesta no la dejaba descansar, era como si estuviera retumbándole cada sonido en la cabeza, parecían gritos y estruendos que impedían su reposo, mas nada fuera de la realidad.
Estaba nerviosa, Janeth deseaba que pasara algo, por eso no podía dormir, no quería hacerlo en realidad. Esperaba que Albus se levantara y fuera hasta su cama, lento, desafiante y dominante, que la tomara en sus brazos, la desnudara y la hiciera suya. Deseaba tanto sentir cómo el detective la dominaba y eso la traía loca.
«¿Debería proponérselo? ¿Debo ser directa o discreta? ¿Puedo seducir a un alfa como él?», se preguntaba una y otra vez en la mente, con su corazón latiéndole a mil por hora, sonrojada y con su respiración agitada.
De pronto, cuando Janeth pensaba hacer algún movimiento arriesgado para atraer la atención de Albus, ella escuchó cómo se levantaba para sentarse en el suelo, a la par que el sonido de su nariz olfateando se hacía presente.
–¿Qué es ese aroma? Puedo sentir que está impregnando mi cama. Es fuerte e irresistible para muchos, ¿no lo crees? –preguntó el detective, sonriente en medio de la penumbra, cuyos caninos se distinguían entre la perpetua oscuridad.
–Y-yo… No sé a qué se refiere. No percibo nada –respondió Janeth, nerviosa y expectante.
–Sí, creo que sabes qué es, pero no cualquiera puede percibirlo. Este aroma es inconfundible. –Al decir esto, Albus trepó por la cama desde el suelo, lo que paralizó a Janeth, quien no dejaba de verlo. –Huele a que estás lista, ¿cierto? –La declaración dejó pálida a la mujer, era como si aquel estuviera oliéndole los pensamientos.
–P-per… Lo siento tanto, detect… –Pero antes de terminar, Albus respiró hondo e hizo un suspiro de placer, como si le agradara lo que percibía.
–Amo este aroma como no tienen idea. ¿Vas a dejarme así de sediento o dejarás que tome de tu lindo manantial, Janeth? –preguntó aquel viendo directo a los ojos de su empleada, quien estaba no sólo en un mar de excitación, sino que también paralizada por lo que sucedía, incrédula.
Sin más, las fantasías de Janeth se cumplieron una tras otra. Albus vio de frente a la mujer con sus ojos dorados, mientras ella hizo lo mismo, a lo que procedieron a besarse con una gran pasión, abrazado el macho por su fémina, a quien no dejaba de acariciar con cuidado ni un sólo momento, pasados sus dedos por su cuerpo entero, consumado el acto durante la noche.
Al finalizar, Albus quedó tendido sobre Janeth, quien parecía estar a punto de desmallarse por la fuerza pasional de su jefe.
–Apenas y puedo respirar… –comentó Albus, rendido sobre la asistente.
–Eso fue fabuloso. Nunca antes había sentido tanto placer –dijo Janeth entre jadeos, a nada de caer rendida.
–Sé que estás cansada. Espero no te incomode –explicó aquel, abrazado por la mujer que parecía estar más que feliz por lo que había sucedido.
–Para nada, pero creo que ya no dormiremos nada.
–En efecto. Será mejor irnos.
–¿Cree que alguno de su manada vuelva?
–No pronto. No te preocupes, no nos verán, pero seguro lo sabrán. –Esa declaración puso muy nerviosa a la mujer, preocupada por lo que pusieran decir de ella. Sobre todo, Linda, con la cual parecía ya tener un lazo más estrecho. –Nadie va a juzgarte. Tenlo por seguro. Al menos no mi manada. Puedes mantenerlo en secreto en la oficina a los humanos, pero las bestias lo sabrán.
–No hay bestias a esta hora, sino hasta la noche.
–Nos iremos antes para que te sientas más cómoda. ¿Te parece?
–Está bien. Gracias –emitió la mujer al esperar paciente el momento adecuado para irse.
El tiempo dio a ambos para ducharse y arreglarse en favor de irse a trabajar, como si nada hubiera sucedido.
En el camino, cuando estaban cerca de la oficina, Janeth no pudo evitar hacerle una pregunta a su jefe, quien parecía tan alegre como era costumbre.
–¿Lo planeo?
–¿Lo deseabas tanto? –respondió el lobo con una pícara sonrisa, lo que provocó a Janeth sonrojarse y apartar su mirada.
–¿Tan obvia soy?
–Es difícil ocultar esas cosas de nosotros. No es tu culpa. Perdona si sientes que te manipulé.
–¡Para nada! Yo también estaba deseosa por que pasara. Es sólo que creo no es profesional. Quiero decir… Usted es mi jefe.
–Somos adultos, JJ. Creo que podemos manejar esta situación de una manera madura. Tal vez sea la única vez que suceda y quedará plantada en el pasado, donde debe de estar –explicó Albus, tranquilo, cosa que generó ese mismo sentimiento en su asistente.
–Me parece perfecto. –Ambos consiguieron llegar a la oficina, en donde pusieron en marcha lo acordado.
Las redes sociales estaban a completa disposición para la policía, por lo que era fácil ver quienes vieron la publicación en tiempo real. Por desgracia, los números eran tan altos que costaba creerlo, ya que el estado que se colocó en la página estaba en un lugar público muy transitado.