Asalto: Lupus

Vigésimo sexto Expediente: Traición

La persecución comenzó de inmediato. Hermet se dio cuenta que lo habían visto y trató de huir, y aunque era veloz, Tony también lo fue, conseguido atravesar tantos obstáculos como se le pusieron enfrente hasta poder alcanzar a la hiena, mismo que lo atacó son sus garras y colmillos. La mordida fue esquivada con éxito, mas los zarpazos pudieron dañar al zorro, a la par que sacó una cadena de entre su ropa que usó para envolver el cuerpo de Hermet con sus brazos, pasada luego a su hocico, capturado al momento y puesto sobre sus rodillas en el suelo.

 –God damn! Si que eres rudo, maldita hiena. –Acertó a decir el zorro, escuchado por ambos que alguien se acercaba, mas era sólo Janeth, misma que no parecía estar agitada, pues había tenido entrenamiento físico en la universidad.

–¡Lo atrapaste! Menos mal…

–Será mejor que lo llevemos a la comisaria para que se encarguen de él. –Al decir eso, la hiena comenzó a reír, cuya mirada malévola fue notada por sus captores. –¿Qué es tan gracioso, maldito? ¿Te hace gracia ayudar a un asesino de bestias? Eso te hace directamente cómplice, ¿lo sabes? –Hermet miraba confiado al zorro, mas no parecía cambiar su expresión. Era obvio que lo sabía todo el tiempo y como quiera vendió la información a Fernando.

–¿Lo sabías? ¿Cómo pudiste? –preguntó a la hiena, a que Tony le liberó el hocico para responder.

–Quiero un abogado. –Después de eso, el zorro le volvió a amordazar, tomadas unas esposas que Janeth cargaba con ella por protocolo. Aunque un no fuera detective, seguía siendo un oficial de policía, por lo que se apresuró a arrestar a Hermet.

–Hermet Moreno, está bajo arresto por conspiración y complicidad con el asesino llamado «El cazador» y Fernando Báez. Tiene derecho a guardar silencio. Todo lo que diga será y podrá ser usado en su contra. Tiene derecho a un abogado. Si no puede pagarlo, el estado le otorgará uno… –continuaba la mujer al encaminar al hombre hacia el auto que habían llevado a la colonia, observados por los transeúntes con extrañeza al ver no sólo a Hermet, sino que lo llevaban arrestado.

Los tres llegaron a la estación de policía, en donde Pedro tomó al acusado y lo llevó a interrogar, acompañado el sospechoso de su abogado, observado todo por la teniente Hellkite y Janeth, pues Tony no era miembro de la policía, así que esperó afuera con la secretaría de la entrada. Las mujeres estaban tras el cristal opaco, observado a la perfección la cámara y escuchado todo lo que se decía dentro.

–Hermet, tenemos pruebas de su línea de teléfono. Tiene mensajes con información de cada persona que venía de Angraterra a la ciudad. Tenemos testigos que corroboran que usted usaba el contacto con las aerolíneas para sacar la información que el asesino usa. Hay depósitos de dinero a su cuenta bancaria cada vez que una víctima murió. A veces dos días después, uno e, incluso, a horas del siniestro. Todo indica que usted estaba facilitando la información a Fernando Baez, que usted sabía que estaba dándole la información al asesino, o tal vez, que el mismo Fernando lo era. ¿Qué tiene que decir ante ello? –preguntó el detective, frío y duro, como nunca antes lo había visto Janeth.

–Mi cliente recibía dinero de un humano que estaba asechando a esas personas. Sí, es amoral e incorrecto filtrar información privada, pero eso no lo hace cómplice del asesino.

–Yo creo que sí. Usted estaba consciente de lo que pasaba. Facilitó la información hace siete años por primera vez. Seis meses después de la muerte de Caddace Marina. Una vez que ésta fue a dar a internet, otra víctima del asesino apareció. Noeh Martínez, ¿lo recuerda? Un estudiante serpiente que encontraron mutilado en un callejón a las afueras del campus.

–Ese maldito era un depravado. Salía a tener sexo a ese lugar –contestó Hermet, alegre y asqueado.

–¡La vida privada de la víctima no es de su incumbencia! –dijo Pedro al golpear con ambas manos la mesa, asustado el abogado, mas no Moreno.

–Mi cliente lo conocía, pero no tenía idea que su información fuera a ser usada para asesinarlo.

–¿Para qué más la usarían, señor Moreno? ¿Fines de investigación? ¿Algún profesor preocupado? ¿Un padre que quiere saber más de su hijo? ¡Claro que no! Sabe que la gente que compra información no es buena y como quiera la facilitó. Estaba seguro que el asesino atacaría al siguiente que le pidiera, por eso aumentó cinco veces la suma de dinero que le dieron por los datos. Desde la primer victima lo supo y en lugar de detenerse, pidió más dinero por ello.

–No hay forma de comprobar dicha teoría. Detective, no todos están día y noche revisando a las víctimas del asesino. Pudo haber sido cualquiera –mencionó el abogado, aunque el mapache ni siquiera lo volteaba a ver. Sólo se dirigía a la hiena.

–¿En verdad? ¿Cree que somos estúpidos, señor Moreno? Porque puede que su abogado lo tenga cubierto de esto, pero no de todo. –En ese momento, Pedro lanza una carpeta a la mesa, tomada por el hombre que estaba representando a Hermet. –En el hotel Zeenu Bait hay una farmacia muy bien reconocida. Es raro, pero faltan medicamentos de vez en cuando en el momento de hacer la revisión del inventario en contra de lo que usted firma que hay. Aquí están las notas que usted caligrafió de estar correctas las reservas, luego de revisarlas con su asistente. Éstas son las inconsistencias marcadas por los farmacéuticos que atienden. ¿Puede verlo? Hacen falta medicinas. Casualmente no hay hidrocodona, oxicodona, meperidina, diazepam, anfetaminas, vicodin e, incluso, esteroides. ¿No le parece curioso?

–¿Qué? –respondió Hermet, cruzado de brazos en su silla, mientras Pedro se acercaba a él, puestos sus brazos sobre la mesa y su rostro a poca distancia del de la hiena.

–Todos esos medicamentos son adictivos. Da la casualidad que tengo testigos y varios de sus compradores arrestados por posesión de narcóticos que lo acusan a usted de ser su facilitador. ¿Sabe que eso es ilegal y puedo meterlo mucho tiempo tras las rejas gracias a eso? –Luego de ver las evidencias, el abogado suspiró y bajó dichas hojas a la mesa, las retiró del frente de sí mismo y miró a Pedro mortificado.




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