Asalto: Lupus

Vigésimo noveno Expediente: Testigo

De inmediato, sin pensarlo un momento más, Albus marcó a los oficiales que custodiaban al profesor Jaime desde un teléfono de las oficinas donde trabajaba Wubi. Aquellos contestaron de inmediato al lobo, extrañados de su llamada.

–¿Detective? ¿Algún problema?

–¿Jaime abandonó ayer su casa a la hora del siniestro de la torre de cobre? –preguntó desesperado Albus, cosa que confundió a los oficiales.

–No, para esa hora seguro ya estaba dormido. No lo vimos salir de su casa. Llegó a la hora de siempre y la luz de su habitación se apagó igual, a la misma hora.

–Imposible… –dijo el lobo, molesto.

–¿Entonces no es él? –preguntó Wubi, mortificado.

–Tiene que ser él. Reconozco su estúpida voz –explicó al panda, para luego hablar de nuevo con los vigilantes–. Creo que dijeron que lo vigilan también por cámaras, ¿cierto?

–Sí, así es. Los archivos están en la comisaria, igual que el circuito abierto. Puede revisarlo cuando guste, detective.

–Bien. ¿Está en casa?

–Sí, llegó luego del funeral.

–No lo pierdan de vista. Hablaremos luego y prepárense para lo que sea. –Albus colgó, tomó su gabardina y fue hacia la salida.

–Espera, Albus. ¿Tan seguro estás? ¿Puedo ayudar en algo más?

–Ya hiciste suficiente, Wubi. Gracias. –Sin más, el lobo abandonó el lugar y fue directo a su auto para dirigirse hacia la comisaria.

«No puedo equivocarme. Ese bastardo es el asesino. ¡Demonios! Debí seguir mi instinto desde esa vez. Perdóname, Linda. Te falle», pensaba Albus mientras conducía en la noche a toda velocidad, en busca de una confirmación a su teoría. Tomó su teléfono para tratar de marcar a Janeth y a los demás, pero no tenía ya batería. Con tantas cosas en la mente, olvidó cargarlo, así que lo arrojó al otro asiento, por donde cayó hasta quedar abajo de éste, a la par que Albus continuaba recorriendo las calles en el auto.

Horas antes, en la capilla, Janeth se enfrentaba a Pedro, mismo que se hallaba rodeado de su propia magia necrótica.

–Tú… Siempre fuiste tú, Pedro –dijo Janeth, molesta y lista para disparar.

–Baja el arma, Janeth. No hagas esto más difícil. –El detective parecía tranquilo a pesar de estar siendo apuntado por la pistola, cosa que ponía más nerviosa a Janeth.

–¡Estás bajo arresto! ¡No me hagas disparar! ¡Deja de usar magia!

–Evita lastimarte. Baja esa arma y te explicaré todo. –En ese momento, Pedro levantó un poco su mano izquierda, a lo que la asistente respondió por miedo.

–¡No! –Janeth cerró los ojos y disparó, segundos antes que el mapache se diera cuenta de su acción, tronó sus dedos, lo que creó un escudo mágico que detuvo la bala con éxito a último momento. –Im-imposible…

–Parece ser que Albus no te habló del escudo mágico. Es mejor que no desperdicies más tus balas en mí. Pueden rebotar y lastimarte, Janeth. Déjalo ya –aconsejó el detective, a lo que la mujer, con lágrimas en sus ojos y enrabietada, respondió.

–¡No! ¡Eres un maldito traidor! ¿Cómo pudiste hacernos esto? ¿Cómo pudiste matar a Linda? Toda esa gente… ¿Por qué?

–Janeth, yo no soy el asesino –confesó Pedro, tranquilo.

–Eres un necromante. Tu condujiste a Linda y Mikai a la torre. Nadie supo de ti hasta que nos llamaron al lugar. Encaja a la perfección.

–Te equivocas y lo voy a demostrar –enunció seguro.

–¿Cómo?

–Linda te lo dirá – explicó el mapache al regresar su mirada al féretro.

–¡Ni siquiera te atrevas a tocar a Linda!

–Janeth, escúchame. Este caso ha sido un dolor de cabeza para mí porque los cadáveres no tenían mana. Sin él, mi hechizo más importante no sirve. De hecho, estuve interrogando a los otros testigos antes de venir acá, pero ninguno consiguió ver algo en concreto. Linda es mi última esperanza –explicó el detective con firmeza, lo que hizo a la mujer dudar.

–¿Qué hechizo?

–Uno de los conjuros más antiguos y sagrados entre los necromantes de Urnbal: «Hablar con los muertos». –Al terminó de eso, un círculo mágico apareció debajo de Pedro, al igual que sobre el ataúd de Linda.

–¡Te lo advierto, Pedro! ¡Detente!

–¿No quieres saberlo? Nadie mas lo vio. Linda es la última oportunidad que tenemos de averiguarlo. Si se la llevan, en Angraterra no me permitirá estar a solas con ella, me arrestaran si lo hago frente a todos y pasaré el resto de mi vida en la cárcel. Cremarán su cuerpo y ese maldito quedará libre.

–¿Por qué debería de creerte? –cuestionó Janeth, desesperada.

–Vas a tener que tener fe. ¿No quieres despedirte bien de ella? –Esas palabras provocaron más llanto en Janeth, bajada el arma de inmediato, continuado el ritual por Pedro.

Una poderosa magia oscura envolvió el cadáver de Linda, mismo que abrió los ojos y abrió su boca, de donde escapó una poderosa corriente de aire que tomó los pétalos de las flores que le trajeron, creada una danza de éstos alrededor de la habitación, azotados tanto Pedro como Janeth por dichas corrientes, hasta que el cuerpo de Linda se levantó, a la par que relámpagos de la tormenta iluminaban la escena, fundidos los focos del edificio uno a uno, iluminado sólo por la verdosa magia necrótica.

–¡No será necesario tu cuerpo! ¡Tu alma puede hablar! –enunció en voz alta el mapache, a lo que el cuerpo que comenzaba a elevarse terminó por regresar a posar en sitio de descanso, expulsado de éste una luz que se formó en la apariencia de Linda, con los mismos ropajes que tenía antes de morir, sin las heridas en su cuerpo. Era como si proyectaran una imagen de ella con vida, hecha de luz pura, la cual flotaba sobre su ser material.

–¿Pedro? ¿Janeth? ¿Qué pasa aquí? ¿Dónde estamos? –Se preguntaba la energía necrótica con la conciencia de Linda, la cual volteó hacia su cuerpo y entendió todo. – Yo… Morí, ¿cierto? Ese maldito me atacó luego que lo vimos –expresó, a lo que Pedro de inmediato preguntó.




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