Asalto: Lupus

Epílogo

Los eventos del 27 del quinto mes jamás serán olvidados. Las personas que participaron en ellos han declarado tantas versiones, que será difícil en el futuro saber qué fue lo que pasó con exactitud, aunque hay grabaciones clandestinas, declaración oficial de los hechos por autoridades y la confesión del mismísimo Jaime Galván, que ahora es una bestia antílope y se encuentra extraditado en Angraterra, en donde fue exiliado Albus por su propia seguridad.

–¿El jurado ha alcanzado un veredicto? –extendió un respetable juez simio de edad avanzada, quien veía a las personas que conformaban el ya mencionado grupo, de quien se levantó una garza a declarar.

–Sí, su señoría. El jurado encuentra a Jaime Galván como culpable de todos los cargos de homicidio, conspiración y terrorismo –afirmó la bestia, a lo que el antílope no respondió nada, sólo se quedó inerte en su asiento, esposado.

–Bien. Jaime Galván, póngase de pie. –En ese momento, el sujeto se levanta, junto a su abogado–. Me temo que nadie va a perdonarle las atrocidades que hizo en contra de nuestro mundo. Y aunque en su país era más que seguro que sería ejecutado, aquí en Angraterra las cosas serán distintas. Pasará el resto de sus días en prisión, sin dudas. Mañana dictaré la sentencia del señor Galván. Se cierra la sesión. –El juez da un martillazo y todos comenzaron a irse, llevado Jaime a su celda, a la par que la manada de Albus, sin Janeth, también se ponen de pie y abandonan el lugar.

Por su parte, el fiscal, el licenciado Sigmund, se acerca a ellos y llama al lobo, mismo que va hacia él preocupado.

–¿Pasa algo, Lord Sigmund?

–Hoy llegan. Irás a recibirlas, ¿cierto?

–Por supuesto –dijo el lobo, feliz.

En el aeropuerto internacional de Angraterra, en la primera estación, Mikai, Tony, Noir, Sirap y Albus esperaban ansiosos la llegada de su último miembro. Aquella llegó con sus maletas, alegre de ver a sus amigos, por lo que abandonó sus cosas detrás y corrió para abrazar a Albus, unidos los demás en el gesto, excepto uno.

Welcome to Angraterra, Jan –dijo el lobo, casi derramando lágrimas.

–¿Ahora tendré que hablar sólo en Angles?

–No será necesario con nosotros –explicó Noir, feliz.

–¡Oh! Ese chico de allá es Sirap. Ella es Janeth Jensen. Trátala bien, tonto. –Explicó Mikai, mismo que seguía vendado y algo torpe por las heridas. Apenas Sirap la vio, le hizo un gesto de desagrado y se dio la vuelta para irse, sin decir nada.

–Ya se acostumbrará a no ser el mas «pequeño» –emitió Tony, tranquilo. Al mismo tiempo que Albus observaba las figuras de la teniente Hellkite y a su esposo presentes, los cuales acercaron las maletas de Janeth hacia ellos.

–¿Teniente? ¿Comandante?

–Me temo que tenemos que hablar con su padre y con usted, por su puesto. –Luego de esto, todos fueron hasta la mansión de Aaron, en donde junto a la manada y el dueño, la teniente explicó a lo que había ido hasta Angraterra en compañía de Janeth y su esposo. –La llama naranja desapareció. –La noticia impactó a todos, más a Albus y a su padre, los cuales se vieron asustados el uno al otro.

–Recuerdo que cayó cerca de unos escombros. ¿Alguna pista de quién pudo haber tomado?

–Sí. De hecho, Albus. Creo saber quién lo hizo –explicó Janeth, lo que la puso muy nerviosa y apenada.

–A la par de eso, otra persona desapareció. Alguien cercano a usted.

–¿Quién, teniente? ¿Por qué tanto misterio?

–Porque se trata de un necromante –dijo Janeth, casi temblando–. Es el detective Pedro. Él fue quien debió robarla en el incidente. Fue él la razón por la que yo descubrí que Jaime era el asesino, porque usó un hechizo para poder hablar con Linda luego de su funeral. Uno que yo permití para traerle justicia a nuestra amiga y poder despedirme.

–¿Qué hiciste qué? –preguntó Sirap, enrabietado.

–¡Silencio! –gritó Albus, molesto–. ¿Qué fue lo último que te dijo Linda? –cuestionó a Janeth, con lágrimas en sus ojos.

–«Diles que los amo y que jamás los olvidaré. Los llevo en el corazón siempre, incluso después de la muerte. Gracias, por favor, cuida a Albus por mí, hermana». Fue todo –Luego de eso, Albus se limpió el agua de su rostro y apretó los puños.

–¿Alguna idea de dónde está el desgraciado?

–Salió del país en barco. A lo que sabemos, puede estar en Angraterra. No es lo único que despareció, detective –explicó el comandante Hellsong, preocupado–. La oficina del profesor Jaime fue también asaltada y se llevaron unos documentos que tenía dentro de su caja fuerte.

De inmediato, Sigmund, Hellsong y Hellkite fueron hasta la prisión de Jaime, en donde lo llevaron a hablar con los tres, quien parecía estar en un estado depresivo mayor.

–¿Qué necesitan? Ya me hicieron lo suficiente. Mañana me dirán que tendré suficientes cadenas perpetuas para pudrirme aquí. ¿Ahora qué?

–¿Qué había en su caja fuerte, Jaime? –preguntó Hellsong, molesto.

–¿Importa? Esperen. No lo saben. Alguien lo robo. –En ese momento, el rostro del antílope se levantó, siniestro y alegre. –Parece que están en graves problemas. ¡Je, je, je!

Dentro del hogar de los Wilson, Albus veía desde su alcoba el mar, acompañado de Janeth, misma que parecía apenada.

–Perdona por no contarte todo esto. Pedro nos ayudó y gracias a él pude despedirme apropiadamente. No lo vi como algo malo –explicó Janeth, apenada y dolida.

–Está bien. Me alegra saber que, al menos, Linda está en paz. Ahora que este problema se terminó, sé que está en un lugar mejor, descansando –dijo el lobo con una suave sonrisa llena de tranquilidad.

Janeth no hizo mas que recargarse en él, mientras la abrazaba por encima del hombro, ambos observando el atardecer.

–Así será siempre, ¿verdad?

–It will be, forever.




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